Recorría un camino que parecía eterno. Lo comparaba con una cárcel, una en donde encierran los cuerpos tres metros bajo tierra. La entrada era en cemento, la acompañaban unas letras naranjas, y se acoplaban a la reja blanca oxidada. El suelo estaba algo desgastado, era notorio el descuido de este lugar. Mientras caminaba, podía observar las tumbas. Algunas de estas estaban abandonadas y en otras habían flores frescas. Mi cuerpo se debilitaba poco a poco. Mis pulmones me pedían a gritos que me tranquilizara. Mis manos parecían un témpano de hielo. Mi corazón latía tan fuerte que me presionaba el pecho. Mis lágrimas eran calientes, de hecho, lo único caliente de mi cuerpo. Comenzaba a ver borroso, todo se movía. Quería salir corriendo y no regresar nunca más.
Habíamos llegado al lugar. La tierra estaba preparada para recibirlo. Mi hija se acercó a él. Con sus pequeñas manitos trataba de abrazar el ataúd, y su pequeña boca gritó "¿Por qué él?" El momento de despedirme de su cuerpo llegaba, y traía consigo un sabor amargo, una sensación de impotencia e impacto indescriptible. Por un par de horas, fui consciente del peso de mi cuerpo y de la debilidad de mis piernas. En ese instante, solo pude tumbarme encima del amor de mi vida.
"Yo te extrañaré
tenlo por seguro
fueron tanto bellos y malos momentos
que vivimos juntos.
los detalles las pequeñas cosas
lo que parecía no importante
son las que mas invaden mi mente
al recordarte"
Estas líneas junto con las delicadas notas de un piano, ambientaron este trágico momento. Los asistentes del entierro quebraron en llanto. Mi hija se desmayaba. Mis cuñados y mis suegros se arrodillaban, cantaban y lloraban. Me costaba asimilar lo efímera que es la vida. Me negaba rotundamente a aceptar que el amor de mi vida estaba muerto. No soportaba ver su cuerpo en esa caja metálica, y que a su vez se llevaba una parte de mí. Los sepultureros levantaron el ataúd y lo acomodaron en una polea. Luego, lo metieron a la fosa. Le arrojaban tierra, una pala tras otra llena de tierra, hasta que cubrieron todo el ataud.
Quería devolver el tiempo para, abrazarlo, verlo y besarlo. Mis ojos se cegaron del exterior y eran como un video beam porque proyectaban los momentos que habíamos vivido juntos. Su perfecta sonrisa, su voz gruesa, sus grandes manos, su color canela que me hacía estremecer, su enorme cuerpo, sus pequeños ojos color marrón. ¡Mierda, la vida es tan injusta! Mi mente se invadía de esas experiencias que habíamos presenciado durante 13 años. Me preguntaba ¿qué iba a ser de mi vida sin él? ¿cómo saldría adelante con este dolor y con las dos niñas?
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Siempre te recordaré
Non-FictionJuan Carlos, un hombre de 31 años de edad, fallece inesperadamente. Su esposa, Francia,una mujer de 27 recibe a Juan Carlos en sus brazos mientras da sus últimos suspiros de vida. Simultáneamente, debe ser un apoyo para sus dos hijas. La primera qu...