Navegando por lo más profundo de mi ser, me encontré con una cajita, en la cuál habitaban mis mayores miedos, pero, al observarla de cerca y con detenimiento, comprendí, que jamás me atrevería abrirla, y no por temor, sino por terror, pánico e inseguridad a pensar qué si me desprendía de ella no me quedaría nada, nada a lo que aferrarme si algún día mí alma llegara a marchitarse.
Desde entonces, escondo mis demonios en una cajita en lo más profundo y recóndito de mi memoria.
Puesto qué ellos son quienes me escuchan en las madrugadas más frías, me conversan, me recuerdan mí pasado , mí presente y el por venir de una vida sin brillo , una vida de soledad y amargura, en la qué cualquier hombre ya habría soltado la soga en la que se sostenía.
Ellos son mis verdaderos amigos, y sé que nunca me dejarán solo, aunque solo caminase al borde del abismo y sin retorno me tirase al vacío de mi existencia.
Porque al comprender qué la vida no se rige por colores, te planteas las cosas de otro modo, y te das cuenta de que todo al final del túnel siempe es gris , qué ni la bondad es tan bondadosa , ni la soledad está tan sola.
Y ya he vivido una vida plena, sin remordimientos, sin que nadie tenga que hablar por mí.
Pero un verdadero caos se desata ahora en los confines de mí ser, una constante batalla entre lo que está bien y lo que está mal, entre lo que quiero y no debo, una guerra que a cada segundo que pasa se hace más y más intensa , una lucha dictaminada por lo absurdo en una mente completamente fuera de sí.
Y por más que me resista pierdo, pierdo el control y sucumbo a esas voces que me rasgan desde el interior queriendo salir al exterior.