Capitulo II

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Una gota de sudor recorrió el rostro del joven azabache hasta caer y perderse en el suelo, a pesar del cansancio y la fatiga que se apoderó de su cuerpo desde ya hace varios minutos aun mantenía una postura firme mientras su visión se mantenía figa en el círculo rojo a una distancia considerablemente larga. Aumentó la fuerza con que jalaba la cuerda antes de soltarla y ver como a gran velocidad la flecha salió disparada hasta quedar clavada en el círculo amarillo, su tiro falló de su objetivo principal.

Dejó escapar un quejido de decepción antes de tomar otra flecha e intentar de nuevo darle a su objetivo, a pesar de lo frustrado que se encontraba no se dio el tiempo de calmar su cabeza, quería acertar en ese preciso instante. La cantidad de sudor en su cuerpo era exagerada, tanto que su camisa se encontraba húmeda, pegada a su cuerpo como una segunda piel, algo que le resultaba incómodo pero estaba dispuesto a ignorar ese detalle. Soltó la segunda flecha que salió disparada y dio en el mismo punto haciendo que la anterior callera al suelo con un suave sonido.

—Su puntería está empeorando príncipe. —el regaño de su maestra de arquería estaba muy lejos de ser calmado, la vio acercarse y le ofreció una toalla para limpiar todo el sudor de su cara al notar su agotamiento inusual. Ni siquiera había disparado la mitad de las flechas que lanzaba en un entrenamiento rutinario.

—Liena... digo la instructora Serlut opina lo mismo con mi uso de la espada. —devolvió la toalla antes de retomar su postura e intentar darle al blanco esta vez, nuevamente siendo tan irresponsable, sin esperar a que su cuerpo hubiera descansado y sin darle oportunidad a su mente para despejarse, intentó el tiro de nuevo.

La mirada de la castaña se endureció al verlo fallar tan patéticamente, plegó su abanico que le servía para darse un pequeño aire a causa del gran calor que se estaba empezando a acrecentar, se acercó al joven que solo pudo sonreír apenado ante la decepción de su instructora que no le vio gracia a su poca seriedad en la clase de hoy.

—Ya son tres errores seguidos en el mismo punto. —informó enojada, algo que ya estaba más que claro para él pero ella no dejaba de recalcárselo, era la forma en que se divertía y lo humillaba para que en base a esto mejorara su puntería, una táctica de aprendizaje absurda algo que ella no aceptaba a pesar de lo mucho que se quejaba —Príncipe podría extender sus manos para que le muestre mi inconmensurable amor por al reino y obtenga el premio por su gran esfuerzo. —el sarcasmo en sus palabras le hicieron obedecer resignado.

Contuvo un quejido de dolor al sentir como el abanico azotaba su piel, dejándole un pequeño ardor por unos minutos. ¿Cómo era posible que ese frágil objeto doliera más un golpe común? No era masoquista pero preferiría que le golpeara con un látigo o le lanzaran cuchillos que hacerle esta humillante acción.

— ¡La próxima vez hare que la madera se inserte en sus manos! —le amenazó con su voz intimidante antes de regresar a su lugar habitual y verlo con una expresión dura.

— ¡Eso dijiste la última vez Sinon! —habló indignado por las múltiples veces que ella le había golpeado en menos de una hora. Si seguían así, después de otros fallos no sería capaz de agarrar el arco —Tomemos un descanso... —sugirió haciendo que la joven suspirara cansada.

—Como usted lo ordene príncipe... —hizo una reverencia antes de encaminarse y sentarse en las gradas que llevaban al pasillo del gran salón mientras él se dejaba caer al suelo al sentir su cuerpo tenso y pesado.

Su falta de sueño le estaba haciendo disminuir su rendimiento durante el día, se sentía tan agotado que no podía concentrarse en nada, error, tras error, regaño tras regaño. Tuvo la oportunidad de dormir en la cama cuando la princesa le ofreció de buena gana compartirla pero se excusó diciendo que ya se había acostumbrado al sofá; su ego y orgullo como hombre se lo impidió. No quería enamorarse de ella y quería evitar a toda costa de que Asuna sucumbiera a lo mismo, no sabía por qué su mente le gritaba que no lo hiciera, que no cayera en su juego, pues para ellos eso era su relación: un juego que uno debía de ganar.

Odio, odio, odio y con suerte algo de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora