La joven Chloé Bourgeois soltó un bufido al escuchar por décima vez la contestadora, consideró arrojar su celular a la pared, pero no estaba segura de que resistiera el impacto y no quería perder lo único de valor que le quedaba.
—¡Maldita seas Vanessa Hopkins! —gritó en un intento de sacar toda su ira y frustración.
Estaba echando humos, cualquiera lo estaría si al volver de un viaje de dos días con su mejor amiga se da cuenta de que su roomie, supuestamente de confianza, ha vendido todas sus pertenencias y lo único que dejó fue una nota disculpándose. Cuánta cobardía.
La rubia miró su celular, revisó su lista de contactos frecuentes fijándose el nombre de su madre.
—No, no puedo llamarla. Me echará en cara todo lo que me dijo al independizarme —musitó la rubia desesperanzada—. No quiero que tenga razón... Sé que puedo salir adelante sin sus malditas palancas.
«¿Y cómo piensas hacerlo?» preguntó una vocecita en su cabeza, su conciencia tal vez.
Chloé caminó hasta la ventana que daba a la calle y se puso de cuclillas apoyando sus brazos en el alféizar, se preguntaba cómo podría recuperar sus cosas o comprar nuevas. Por un instante se arrepintió de haber renunciado a su trabajo, pero al recordar los favores indecentes que le pedía su jefe concluyó que había hecho lo mejor.
La vibración de su celular le hizo pegar un respingo, lo levantó del suelo y contestó rogando que fuera Vanessa diciéndole que fue toda una broma de muy mal gusto.
—Hola Chlo —escuchó del otro lado una voz que no era la que anhelaba oír.
—Hola Sab.
—Sé que acabamos de vernos y que el vuelo fue cansado, pero. ¿Qué dices si salimos al centro comercial? Acabo de enterarme que están dando conos dobles a precio de sencillo en nuestra heladería preferida —informó la pelirroja con notable emoción.
—Está bien Sab, te veo en veinte minutos.
Chloé y Sabrina estaban formadas esperando su turno para ser atendidas, la pelirroja notó el malhumor de su mejor amiga, sin embargo, decidió no preguntar, si era muy importante ya le contaría por su voluntad.
—¿Entonces no aceptas acompañarnos? —cuestionó Sabrina desanimada.
—No Sab, sabes que ya no soporto a Kim. Si tanto quieren tú y Max una cita doble dile a Alix, esa enana está loca por el idiota de Lê Chiến —contestó la rubia hastiada de la insistencia de Sabrina.
—Ok, ya entendí. Tenía que intentarlo —dijo la menor temiendo haber empeorado el humor de Chloé. Su celular sonó, leyó el nombre de quien la llamaba y se disculpó con la ojiazul para ir a responder lejos del escándalo de la gente.
Bourgeois dejó escapar un suspiro, su cabeza le dolía y aún faltaban diez personas para que les tocara ordenar. Ahora se preguntaba por qué había aceptado la invitación de su amiga.
—Ya sé, estoy muerta de nervios —escuchó decir a una de las chicas que estaban detrás de ella—. Cuando nos dieron fecha para la ceremonia la veía tan lejos y ahora estamos a una semana de ser marido y mujer. ¡No lo puedo creer!
Chloé reprimió una carcajada, no comprendía la emoción de su género por un evento así, si tanto amas a alguien solo tienes que demostrárselo a esa persona con acciones, no con un costoso salón, gastos en servicios, invitaciones y sobre todo frente a gente que no hará más que criticar el vestido de la novia, la otra familia y apostar que tanto durarán. Porque eso era más que cierto, los matrimonios no eran para siempre. Sus padres se lo habían demostrado.
«Boda. Dinero. ¿No te sube el agua al tinaco o cómo?» volvió a escuchar a su conciencia.
—Ya volví —anunció Sabrina apareciendo a su lado.
De repente una idea llegó a su mente, era algo alocada pero el foco imaginario sobre su cabeza y los cánticos angelicales, también imaginarios, no le permitieron pensar con claridad.
—Oye Sab, ¿a cuántos chicos solteros conocemos?
Las nueve menos quince se leía en la pantalla táctil de Chloé, habían estado charlando sobre los chicos sin pareja que conocían en la ciudad y para desgracia de la rubia, ninguno le parecía apto para ayudarla en su plan.
—¿Y Nino?
—Ya se reconcilió con Alya —contestó acomodando sus lentes.
—¿Qué hay del hermano de Juleka? —preguntó la chica de coleta bebiendo de su margarita.
—Tiene novia.
—Ah cierto, esgrimista creída ¿no? —Sabrina asintió, Chloé rodó los ojos—. No me lo creo, no hay ningún chico interesante. ¿Cómo es que todos tienen relaciones estables?
—Kim no.
—Oh no, ni pensarlo. Ese idiota sin autoestima es un grano en el culo.
—Qué te ha hecho regalos, llevado serenata, invitado a salir unas veinte veces...
—Dije que no.
—Bueno y a todo esto. ¿Por qué tu repentino interés en tener citas? Creí que eras feliz estando soltera, Chloé.
—Lo soy, pero estoy por terminar la carrera y tú estás con Max —Terminó su bebida y dudó en pedir otra o no—. Debería pensar en buscar a alguien.
—Puedes ir a clubes nocturnos, descargar tinder o pedir que te presenten a alguien —sugirió Sabrina mirando a su amiga.
—No, nada de eso. De momento...
«Necesito a alguien de confianza», se dijo.
—Bueno eres joven y bella, no te angusties por encontrar al indicado. El amor llega solo. ¿Nos vamos? Es algo tarde.
—Sí, vámonos.
Ambas chicas se levantaron y dejaron el dinero de sus bebidas con algo de propina en la mesa. Salieron del local y se despidieron para tomar caminos distintos a sus casas.
«Maldita sea, qué frío... No, no debo gastar en un taxi, ya casi no tengo efectivo y solo son unas cinco calles», pensaba Chloé acelerando el paso.
Sus tacones sonaban en toda la calle, pocos autos pasaban a su lado y los peatones escaseaban más.
Los nervios empezaban a dominarla por lo que metió la mano en su bolso buscando el gas pimienta que siempre cargada, para su desgracia no estaba. Había olvidado que lo dejó en casa para poder volar y ni eso se abstuvo de vender su anterior compañera.
Soltó un par de maldiciones poco entendibles y tomó sus llaves para usarlas en un intento de protegerse. Rogaba al cielo que pudiera llegar a su departamento sana y salva.
Llegó a una esquina y estaba por dar la vuelta cuando chocó con alguien haciéndola tambalear.
—¡Eh! —Alcanzó a decir cuando la tomaron del brazo evitando que cayera al pavimento.
En cuestión de segundos aquella persona la haló hasta el interior de un callejón sin iluminación, presa del pánico estaba por gritar cuando cubrieron su boca y escuchó un siseo indicando que guardara silencio.
Chloé Bourgeois estaba contra una pared, con el corazón latiendo al máximo y lágrimas acumulándose en sus ojos.
—Ya pasó el peligro —Al escuchar esa voz a Chloé le pareció familiar, algo extraño. El hombre cedió su agarre y se apartó quedando justo bajo la poca iluminación de uno de los locales. Entonces Chloé confirmó sus sospechas.
—¿Nathaniel?
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[HIATUS] Nuestro Desastre | Nathloé [MLB]
أدب الهواةChloé necesita mucha ayuda después de confiar en la gente equivocada. Nathaniel necesita salir del hoyo en que se ha metido. Dos jóvenes totalmente diferentes dependerán del otro para librar sus propios problemas pero quizás la supuesta solución se...