Diecinueve: Pesadillas de un niño.

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Aquella vez en la que unos niños decidieron ver una película que no debían, varios quedaron asustados por días, algunos incluso por más de una semana. Sin embargo, uno de ellos le dio más vueltas al asunto que los demás, muchas vueltas más.

Para Sora, ver esas escenas, lo asustaron bastante, probablemente eso fue muy obvio ya que estaba llorando demasiado, sin embargo, había algo más, y es que a penas vio a la madre de su amigo acercarse a él... sintió fobia por un instante.

Nunca lo diría en voz alta, fingió haberse olvidado de ello tras escuchar las palabras de consuelo de su mejor amigo, pero esas escenas nunca salieron de su mente.

¿La razón? Era simple. Las pesadillas se hicieron más fuertes a causa de ellas.

Él no sentía miedo porque exista una posibilidad de que sea una víctima, él ya había sido una. No sentía miedo porque exista una posibilidad de que haya gente así de cruel en el mundo, él ya los había conocido.

Noche tras noche, esas pesadillas donde era golpeado y maltratado volvían a su mente, a veces las recordaba al despertar, otras veces no, y era de esas las que más les gustaba, cuando sentía que no había soñado nada malo, nada feo.

Le hablaba a Riku cuando las recordaba, aún sintiéndose mal por necesitar ser consolado, aceptaba el cariño que su acompañante tuviera para darle, a veces dormían juntos y con ello sus sueños cambiaban, soñaba con esa amable pareja que tanto ansiaba recordar sus rostros, pero era simplemente imposible.

Ahora, tras leer aquella nota, todo iba siendo más claro.

Se levantó a las tres de la madrugada, sin despertar siquiera al pequeño minino que dormía en una caja al lado de su cama, se levantó y salió al jardín, todo estaba oscuro, sintió escalofríos pero aún así, se fue y acostó en el pasto, mirando las estrellas un rato.

Había vuelto a soñar con aquello, una pareja jugaba con él, le mostraban dos cosas, un peluche de un animal que no conocía, y algo que no podía ver pero escuchaba, un sonido agudo que le hacía estirar los brazos en aquella dirección, solo siendo opacado levemente por una dulce canción.

Pero todo se volvía turbio, se ponía negro, sentía una mano sobre su rostro, no podía respirar, al darse cuenta solo sentía algo meterse a su boca, y luego salía un líquido que sabía horrible, se sentía mareado, a veces terminaba por devolver lo que sea que había tragado; cuando soltaba siquiera un sollozo, era tirado al suelo, sentía algo frío en su cabeza, como si lo estuvieran pisando contra la tierra. 

Golpes, a veces los recibía... pero normalmente eran gritos, palabras que no conseguía entender su significado, pero sabían que eran malas de una forma u otra. A veces sentía que le agarraban o ataban con fuerza los brazos, le dolía demasiado, terminaba con marcas por todos lados.

Cuando se dio cuenta, Riku estaba a su lado, sonrió y lo saludó, como si nada hubiera pasado.

No sentía miedo, al menos no en ese momento.

~♡~

Otro día pasó, la historia se repitió, pero esta vez, un detalle más apareció en su mente, y eso lo arruinó.

Lo rompió.

Recordó rostros, muchos de ellos, eran adultos, ellos eran los que le hacían eso, a penas tenía dos años, quizá ya había cumplido tres, no lo sabía. Pero su vida a era demasiado corta para asimilar lo que vio, o lo que sintió. Tenía miedo, sufría con el dolor, pero él solo lloraba, no sabía hacer nada más.

Cuando Riku volvió a buscarlo, parecía que todo estaba bien, no sintió nada distinto a la noche anterior, le contó que otra vez soñó eso, recibió consuelo una vez más, lo suficiente para calmarse y sonreír como siempre.

Se levantó y fue a prepararse para ir a la escuela.

Oh, que gran error.

No levantaba mucho la vista, pero iba riendo, distraído, no miraba a nadie más que a su amigo, y por ello todo parecía bien.

Recalco el parecía.

~♡~

Sora estaba histérico, se estaba comportando de manera errática, rogaba mientras lloraba con fuerza que se alejaran de él.

A penas llegaron, la amable voz de su director los saludó, pero a diferencia de otras veces, el castaño no respondió. Se puso tenso de un segundo a otro, su sangre quedó helada, y sin decir nada corrió al interior del instituto.

Riku, confundido, se disculpó y fue detrás suyo, solo para recibir una respuesta que era sincera, pero por algún motivo dolía.

"No sé qué me pasó... luego le pediré perdón."

Luego de ello, fue a su salón sonriendo, tranquilizando por instantes al albino.

Solo pasó lo mismo, una y otra vez.

Los adultos no podían acercarse a él.

A penas se enteró, Riku salió corriendo de su salón, yendo a donde la maestra de su amigo le indicó.

Ahí estaba, alejando a cualquiera que se le acerque.

No tardó nada en ponerse a su lado, poco importaba si quería o no, pero lo abrazó con fuerza, intentando calmarlo. Sus movimientos lo golpeaban suavemente, pero aún así no se separó, siguió junto a él, hasta que finalmente, lo consiguió.

Sora se aferró a Riku, pidiendo disculpas una y otra vez con su voz ahora ronca.

Él había dejado de llorar tan seguido como cuando eran pequeños, pero ahí estaba, volviendo a soltar esas lágrimas que tanto odiaba ver.

¿Eran por miedo? ¿O acaso eran de arrepentimiento por tratar mal a los otros? Conociendo al castaño, sentía con pesar que era más lo segundo.

~♡~

Casi un mes había pasado, aún sentía escalofríos cuando un adulto se acercaba, pero bastaba con que lentamente acercara su mano para que la tomara, con ello se iba relajando hasta poder hablar, como si fuera necesario recrear ese pequeño lazo que por culpa del terror se había destrozado.

¿Qué tanto daño tuvieron que hacerle a un niño pequeño para que sintiera miedo de las personas que más había apreciado?

Un corazón perdido.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora