Parte 7

402 41 6
                                    

—¡Hey! ¿Estás ahí?
—¿Qué? Oh, perdona—me disculpé, sobresaltada—. Creo que... me he dormido por un momento.
Estaba sentada con la pelirroja, en mi cama, en la esquina más alejada de la gran habitación. No sabía qué hora era exactamente, pero cada vez entraba menos luz por las pequeñas y altas ventanas. La sala estaba casi a oscuras. Lo prefería así.
—Hace días que no duermes bien—dijo, un tanto preocupada—. Al menos desde que yo llegué... ¿Siempre has tenido problemas por las noches?
Es cierto que nunca fue fácil dormir en ese lugar. En los primeros años, cada vez que trataba de cerrar los ojos, miles de imágenes y pensamientos horribles se agolpaban en mi mente. Más tarde, esas mismas imágenes y esos mismos pensamientos mutaron, se convirtieron en algo aún más horrible. Algo confuso y despreciable. Vi cómo caía sobre mis hombros un gran peso de culpa y desprecio por mí misma. Entonces empezaron las "pesadillas". Siempre había tenido malos sueños, pero esos eran diferentes. Dentro del sueño, era agradable, excitante, estremecedor. Pero una vez despierta, todo cambiaba. El rencor, la angustia, los remordimientos... La realidad convertía esas sensaciones y fantasías en algo diabólico y perverso. Algo inconfesable.
—N-no, es solo que... tengo muchas cosas en la cabeza últimamente.
La pelirroja me miró con sus enormes ojos verdes, inclinándose ligeramente hacia mí.
—¿Qué clase de cosas?—preguntó en voz baja.
La muchacha había dejado de tartamudear hacía un par de días, parecía mucho más cómoda y confiada conmigo. Tanto como para hacerme continuamente preguntas que yo no estaba segura de querer responder, pero me alegraba verla más segura de sí misma. Poco a poco había adquirido una actitud resuelta que me había sorprendido y fascinado. Se dibujó una pequeña sonrisa en sus labios mientras inclinaba la cabeza hacia la derecha, esperando mi respuesta.
—¿Acaso te interesa saber lo que pasa dentro de esta horrible cabeza?—pregunté con una sonrisa cansada.
—Ni te imaginas cuánto...—dijo mientras se sentaba un poco más cerca, con su mirada clavada en mí.
Me sorprendió un poco ese acercamiento y fruncí muy ligeramente el ceño, sin apenas darme cuenta.
—No te gustaría... Seguramente saldrías corriendo espantada—aparté la mirada, me sentía avergonzada y vulnerable, no quería seguir hablando de ello.
La pelirroja posó suavemente su mano en mi mejilla, obligándome a mirarla de nuevo. Me encontré con sus ojos, que seguían fascinándome. En ese momento me fijé en que tenían pequeñas manchitas claras, casi doradas, alrededor de la pupila. Me quedé casi hipnotizada por esos ojos.
—Ponme a prueba—susurró a pocos centímetros de mí.
Oír esas palabras me hizo salir de mis pensamientos, e inconscientemente mi mirada se posó en sus labios. Éstos formaron una sonrisa pícara, para instantes más tarde rozar los míos ligeramente, sin llegar a tocarlos.
¿Qué estaba pasando? Mi cabeza daba vueltas. Todo era extrañamente familiar. Seguía en una especie de trance, no sabía lo que estaba haciendo.
—¿Q-qué...?—susurré, confundida—. ¿Qué estás haciendo?
Entonces, con su mano en mi cuello, me acercó más hacia ella y juntó sus labios con los míos. Mantuve los ojos abiertos por un momento. No me podía creer lo que estaba pasando. Pero finalmente me rendí y cerré los ojos.
Era una sensación familiar, pero tan diferente... Sin darme cuenta acabé levantando mi mano y acariciando su pelo.
Entonces noté su mano en mi muslo, y de repente todas las imágenes de aquella habitación, de él, se agolparon en mi cabeza. Fue como una bofetada que me hizo abrir los ojos y apartarme de ella.
Por un instante mi expresión fue de absoluto horror, ella tuvo que darse cuenta.
—¿Qué pasa?—preguntó tratando de acercarse de nuevo.
Yo aparté la mirada y me llevé las manos a la cara. Me di cuenta entonces de que había lágrimas corriendo por mis mejillas. Madre mía, ¿qué había pasado?
—Yo... es que...
Los pensamientos daban vueltas en mi cabeza sin dejarme pensar. Demasiados recuerdos, demasiadas imágenes.
La pelirroja se mantuvo en silencio por un momento.
—Es por él, ¿verdad?
Me quité las manos de la cara y la miré sorprendida. La vi rígida, con una expresión que no sabría decir si era de tristeza, ira o indignación. Nunca la había visto así, aunque claro, la conocía solo de una semana. Mis pensamientos de golpe se llenaron únicamente de esa cara, esa expresión que me inspiraba cierto temor.
—¿Q-qué?
—¡¿Qué es lo que tiene él?!—su voz estaba sobresaltada, aunque seguía hablando en voz baja—. ¿Acaso no lo he hecho bien? ¿Él lo hace diferente?
¿De qué demonios estaba hablando? ¿Qué quería decir eso? Se la veía derrumbada, con la cara roja y sus ojos verdes al borde de las lágrimas.
—¡He intentado hacerlo bien, ¿en qué he fallado?!
Entonces un pensamiento horrible cruzó mi mente.
—Tú... miraste aquella noche, ¿verdad?—dije con un nudo en la garganta.
Ella bajó rápidamente la cabeza para no mirarme, mientras cerraba con fuerza los ojos y caían finalmente un par de lágrimas. Maldita sea, lo había visto. Lo sabía todo. Una sensación de pánico se adueñó de mí.
—Y ahora... ¿intentabas... imitarle?—susurré, más para mí que para ella.
No podía creerlo. Me sentía tan patética, era horrible. ¿Cómo podía una criatura tan pura querer imitar a ese monstruo?
No, la pregunta era: ¿por qué ese monstruo tenía tanta influencia en mí?
La vergüenza me inundó. Me había visto rebajarme, humillarme, suplicar...
—Yo... Lo sient-
—¡¿Por qué?! ¿Por qué le prefieres a él?
De repente la ira se adueñó de mí.
—¡¿Qué demonios significa eso?!—intenté contener la voz—. ¿Acaso crees que eso es lo que quiero? ¿A él? ¿No ves que cada día con él es una tortura?
—¡Eso no es lo que parecía aquella noche!
Sentí una punzada en el pecho. Me quedé paralizada.
Ella se acercó a mí, su expresión cambió radicalmente. Me cogió las manos y me miró suplicante.
—Por favor, dame otra oportunidad, puedo hacerlo mejor. Puedo hacerlo igual que él. Puedo-
Le aparté las manos y me levanté.
—Vete—dije con la mirada fija en el suelo.
Ella se acercó pero yo di un paso atrás.
—He dicho que te vayas.
La pelirroja me miró por un momento, soltó un quejido y se fue al otro lado de la gran habitación.
Yo me senté en mi cama, mirando mis manos.
¿Qué debía hacer ahora...?

Fuego infernalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora