Las Tres Damas

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La noche en que las tres outer se reunieron en su último día en el Milenio de Plata, sabían que no habría punto de retorno. Iban a realizar su último ataque. Las defensas del palacio estaban acabadas. No podían contar aún con Sailor Saturn. Aún no era el tiempo. Se miraron unas a las otras. Jamás habían tenido que intervenir pero el hecho de que la princesa de la Luna se hubiese enamorado del príncipe de la Tierra había ocasionado que hubiesen tenido que abandonar sus propios palacios. No habría salvación. No saldrían vivas de aquel atropello. Al fin, la de enmedio, habló.

- ¿Están listas?

- Sí. – contestaron las otras dos.

- ¿Pensaron en lo que puede depararnos el destino que la Reina Serenity nos pueda elegir en el futuro?

- Mientras nos reencontremos, podremos enfrentarlo... - respondió la menor.

- No tardemos más... - dijo la de enmedio. – Puedo sentir en el aire que vienen por nosotras...

- Hagámoslo entonces... - La Sailor del Tiempo sacó la esfera de su báculo y la presentó al frente formando una triada. La Sailor de las profundidades del mar sacó su espejo y lo unió a la esfera. La sailor del aire sacó su espada cubierta de piedras preciosas y ante ellas se formó una copa: el Santo Grial. Era la única manera de proteger su futuro y el de la dinastía lunar. Pero aquello había agotado sus fuerzas y poco a poco fueron cayendo.

- Te veré en nuestra próxima vida... - dijo una.

- Te reconoceré enseguida... - prometió la otra.

- Sabrás que soy yo... - susurró la última.

Y las tres escaparon de su cruel destino en el preciso momento en que la Reina Serenity exhalaba su último suspiro

S&S

Pasaron años... lustros, décadas... y en Japón, la multimillonaria y famosísima, Michiru Kaioh vivía para dar conciertos de violín. Al ser una virtuosa, no se esperaba nada menos de ella. Muchos hombres habían tratados de halagarla, cortejarla e incluso soñaban con poder siquiera darle un beso a esa belleza fría. Pero Michiru no era feliz. A pesar de que adoraba coleccionar cosméticos y pasaba largas horas frente al espejo peinando sus hermosos rizos aguamarina, la vida no tenía sentido para ella. Sabía que podía, con un pestañeo, tener a cualquier hombre a sus pies. Pero aquello no le llenaba. Sólo cuando tocaba el violín se transportaba a cualquier playa, sentía que metía sus pies blancos en la espuma de mar y que de pronto, con tan sólo una orden suya, las olas podían alcanzar metros de alto y ocasionar tsunamis. Cierta vez, cuando consiguió por méritos propios que montaran una galería con sus cuadros, se negó a quitar lo que ella consideraba su mejor obra. Un cuadro con una ola tan espantosa que parecía que podría salir del cuadro y tragar a todos los invitados. Esa noche, alguien hizo una oferta por la pintura. Michiru quiso conocer a la persona pero ésta se negó. Y desde ese día, Michiru no paraba de nadar en su alberca de lujo. ¿Quién demonios entendería ese cuadro y querría comprarlo pero no verla a ella si todos sabían que era la hermosa violinista Michiru Kaioh? Ahí había gato encerrado.

No tan lejos, a tan sólo unas cuadras de la mansión Kaioh, una rubia de pelo corto, de enormes ojos que pasaban de verdes a oscuros y tupidas pestañas negras, llamada Haruka Tenoh, heredera de la fortuna de los Tenoh, vivía en condiciones nada apropiadas para una chica que podía tenerlo todo como Michiru Kaioh. Haruka vivía en un penthouse alejada del bullicio del centro de Tokio y había abandonado a su familia desde hacía muchos años, importándole un reverendo bledo ser la única heredera de los Tenoh. Para ello, eso le valía una reverenda mierda. Mientras tuviera dinero para pagar su renta, comprar sus cigarrillos, mantener sus dos autos, el convertible de diario y el de carreras, y tener suficientes Coca-Colas en su refrigerador, lo demás no importaba. Solía pasar sus noches fumando un cigarro tras otro mientras paseaba por el malecón a toda velocidad en su auto y devanándose los sesos en por qué no se sentía completa a pesar de ser la única mujer en ser campeona de todos los Grand Prix del mundo. A veces pensaba cómo intentaría su suicidio. Tenía muchas ideas en mente pero cuando encontraba una que le gustaba, la desechaba para encontrar otra mejor. Pero nunca olvidaba una idea. Y esa idea la había encontrado en un cuadro de Michiru Kaioh.

Las Tres DamasWhere stories live. Discover now