Martes 27 de Noviembre.
Ahí estaban, en el auditorio.
El círculo de alumnos parecía ser más pequeño cada vez, y es que a la mayoría les aburría tarde o temprano porque descubrían que solo con un par de clases no lograrían escribir como Mario Benedetti, adiós a sus pobres ilusiones.
Valentina ese día llevaba unos jeans oscuros, su bufanda, suéter y gorro, y su termo con café. Que le faltara todo menos su amado termo con café.
1:19 pm.
Ya estaban todos reunidos y una sonrisa se extendió en su rostro sin poder contenerla cuando escuchó ese sonido familiar de pisadas en la madera rechinante del auditorio, y poco después vino esa voz.
—¡Llegué a tiempo!— exclamó la dueña.
—Señorita Valdés—suspiró Natalie. Juliana parecía ser la única emocionada y orgullosa de haber llegado faltando un minuto para que la clase empezara, y conociendo su historial de llegada, sinceramente era un gran logro para la muchacha impuntual.
—Has llegado.—murmuró Valentina con una media sonrisa que ahora sí trataba de contener.
—¡Lo he hecho, joder!
—Juliana.—regañó Natalie por el vocabulario.
Curioso que podían decir groserías al leer a los poetas malditos y no usarlas en su vocabulario.
Valentina rió bajito, pasándole un lápiz a Juliana después de mirar por reojo la incesante búsqueda de la morena en su bolso.
Llegó temprano pero no trajo lápiz. Pff, no se podía tener todo en la vida.
—Muy bien, jóvenes, por ésta ocasión trabajaremos en parejas. Así que necesito que escojan a alguien.—los demás estudiantes rápidamente se juntaron con quien tenían a su lado.
Valentina miró a Juliana, y la pelinegra le sonrió. Oh Dios, Juliana y su tímida sonrisa.
—Parece que estarás conmigo.—Juliana masculló con una voz tan suave, casi llena de anhelo e ilusión.
—Veremos si estando conmigo se te pega un poco de mi talento.—respondió la otra chica.
Y Juliana sabía que Valentina estaba bromeando así que rió de todos modos. La chispa en los ojos azules de la rubia le hizo saber que estaba en lo correcto.
Se sentaron en el piso, juntas, con sus rodillas rozando. Cosa que tenía a Valentina en una especie de trance, porque Juliana estaba tan cerca y su perfume era tan intenso que se sentía embriagada.
—En esta clase, uno de ustedes deberán escribir lo que quieran, sea poema o soneto y otro deberá declamarlo. Mostrando así el perfecto dúo entre un poeta y un declamador. Quiero que ambos empapen el poema de sus sentimientos, ya sea escribiéndolo o declamándolo. Tienen 15 minutos.— después de las indicaciones de Natalie, todos empezaron a escribir.
Valentina pensó, sus labios se contrajeron y después de ellos, un suspiro salió.
Juliana sólo la miraba atenta.
No habían dicho quién escribiría y quién declamaría, pero a la rubia eso no parecía importarle, porque segundos después, comenzó a mover su mano.
Juliana sólo la miraba, sólo podía hacer eso. Perdiéndose en los poros de su rostro y las partiduras de sus labios, en las cutículas de sus uñas y los callos en sus dedos que parecían delicados y hermosos aún así.
¿Serían sus manos suaves? Tal vez muy suaves, tal vez no.
Juliana sólo poseía un conocimiento sobre Valentina y era que la chica podía escribir muy rápido.
Sólo 10 minutos después ya había terminado.
Esperaron, y porque a Valentina no le gustaba esperar, decidió que serían las primeras en pasar enfrente y recitar el poema.
Juliana se levantó del piso y tomó el cuaderno entre sus manos.
Y abrió su boca.
"Pongo el oído atento al pecho,
como, en la orilla, el caracol al mar.
Oigo mi corazón latir sangrando
y siempre y nunca igual.
Sé por qué late así, pero no puedo
decir por qué será.Si empezara a decirlo con fantasmas
de palabras y engaños al azar,
llegaría, temblando de sorpresa,
a inventar la verdad:
¡Cuando fingí quererte, no sabía
que te quería ya!"Era corto, sí, bastante. Pero era hermoso, y la manera, el tono de voz de Juliana, lo hacía aún más hermoso.
Valentina no podía sentirse solo orgullosa de su escritura, sino también de la pelinegra.
Cuando la más pequeña volvió a sentarse a su lado, Valentina le dio un suave codazo y sonrió.
—¡Cuando fingí quererte, no sabía que te quería ya!— exclamó. —Creo que te quiero ahora, Juliana Valdés. Haces que mis poemas suenen más lindos de lo que ya son.
Poema utilizado en éste capítulo: Inventar la verdad de Xavier Villaurrutia.