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—Xiao Bao —le llamó el concubino en la entrada del patio del palacio frío—. ¿Has puesto todo en orden?

—Sí, amo. He empacado muchas cosas que son de uso diario.

—¡Bien! —asintió con la cabeza. Sus dedos acariciaron la puerta vieja y gastada del patio, con sus pestañas agitándose—. Para ser sincero me siento reacio a desprenderme de este lugar, dejándolo de sorpresa.

Xiao Bao miró a su alrededor al pequeño patio y consintió, —después de todo, hemos estado aquí durante muchísimos años.

El emperador se paró a su lado y dijo, —el príncipe dijo, que si te resistes a dejar este lugar, puedes regresar para quedarte uno o dos días al mes. Solo deja tus utensilios de uso cotidiano y nadie se atreverá a moverles. Él enviará a las criadas para que seguido limpien y barran el lugar.

El concubino estaba algo incómodo, —de verdad tengo que agradecerle al príncipe. Según lo que dijeron las criadas del palacio, fue él quien se vio cara a cara con el emperador, para rogar y suplicar, y así el emperador estuviera de acuerdo para permitirme mudarme del palacio frío y acompañar al príncipe en sus estudios.

Desganado, el emperador respondió, —ajá.

Se dijo que si no fuera porque no podía esclarecer su estatus, no tendría razón de utilizar las acciones del príncipe como excusa, dejando que Rui Ze se llevará todo el crédito.

Y denotó una expresión de envidia.

El concubino se mudó a la habitación de servicio.

El lugar se hallaba cerca de la residencia del príncipe, no muy lejos del lugar donde el emperador descansaba. No era grande, pero estaba decorado de manera exquisita.

El concubino estaba más que encantado.

—Huelo el aroma de las flores.

El emperador dijo, —trata de adivinar qué flores son.

El concubino olfateó con dedicación, y durante mucho tiempo se dedicó a extraer sus recuerdos.

—Dalias, flores nocturnas... Y al parecer también hay orquídeas y lirios.

Xiao Bao dio una palmada, lleno de alegría, —su señoría adivinó con precisión.

El concubino ciego rio y dijo, —bueno, después de todo, soy muy sensible a los olores, sonidos y sabores.

El emperador le habló, —de ahora en adelante, siéntete como en casa. Ya sea el tipo de flores que gustes, díselo a los sirvientes del palacio y que ellos las planten para ti. Si algo te hace falta, no dudes en decirlo.

El concubino contestó, —con esto es más que suficiente. No hay nada que falte. No hagan otro gran esfuerzo por mí.

Sacudiendo la cabeza, el emperador añadió, —el temperamento del príncipe sigue siendo el de un niño, no le permitas que siempre se salga con la suya. Sé que posees un carácter muy dulce y que tienes una voz suave, pero, por favor, no lo adores en demasía, lo estarás malcriando.

El concubino asintió con la cabeza, —tienes toda la razón y lo comprendo.

El emperador guardó su abanico y extendió su mano para agarrar la del concubino.

El concubino se sobresaltó, y por reflejo quiso retirar su mano, sin embargo, no pudo.

—Al vivir aquí, debes cuidar mejor de ti.

El concubino se puso colorado, hablando con un poco de nerviosismo, —sí, lo haré...

—Te visitaré frecuentemente.

El concubino ciegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora