Nunca lo diré

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Academia Tootsuki, oficina del director...

- Dilo.

- No.

- Dilo.

- Que no.

- Vamos, sabes que sí quieres admitirlo.

- No. No me harás decirlo.

Cualquiera que la viera desde afuera, pensaría que Erina Nakiri tenía una vida perfecta. Con apenas diecinueve años era la directora de la más prestigiosa academia culinaria de todo Japón y prácticamente del mundo, y pronto tomaría las riendas del conglomerado Nakiri una vez que su abuelo oficialmente decidiera retirarse. Su "lengua divina" se había vuelto legendaria, y todos la consideraban como la mejor chef gourmet salida de su generación. Eso sin mencionar su gran atractivo físico, que despertaba bajas pasiones en muchos hombres (y mujeres incluso), pero esas cosas no le interesaban. O por lo menos, esa era la imagen que proyectaba frente a todos.

Cuando entró a la institución por primera vez, se imaginó a sí misma graduándose como la mejor estudiante y chef de su generación, y posiblemente de la historia de Tootsuki. Pero sus planes encontraron una valla inesperada al toparse aquel fatídico día con ese joven pelirrojo de orígenes humildes, el único estudiante transferido que se quedó para tomar su prueba de admisión a la academia. Estando acostumbrada a que la gente la viera con respeto y temor, no le gustó para nada que osara desafiarla tan descaradamente, y aunque siguiendo las reglas de la academia debió aceptar su aplicación, su orgullo terminó ganándole y le dijo en su cara que el platillo que preparó estaba horrible. Dicha mentira y la decisión que la acompañó fue solo el principio de mil y un tormentos causados por ese estudiante tan atrevido.

Los cuales todavía, de cierta manera, todavía continuaban persiguiéndola hasta día de hoy.

- Vamos, Nakiri, tú sabes que es verdad. – le dijo Soma Yukihira con su habitual sonrisa desafiante, mientras ella degustaba un trozo del sachertorte decorado con crema de mousse que el pelirrojo le había traído. – Di "está delicioso".

- No. No lo haré. – replicó ella tranquilamente, después de terminárselo y cogiendo la servilleta para limpiarse los labios de los residuos de crema.

- Ah vamos, ¿cómo puedes ser tan terca después de todos estos años? – dijo el pelirrojo desenrollándose la banda de su cabeza y mirándola con frustración. Como le encantaba a ella ver esa expresión en su rostro, la hacía sentirse realmente satisfecha.

- Soy firme en mis decisiones, Yukihira-kun. – replicó ella calmadamente. – Jamás voy a decir esas palabras, no importa cuando insistas. Ahora si ya terminaste, tengo deberes que cumplir.

- Como quieras. Puedes comerte el resto si lo deseas, pero no me rendiré. – aseguró él. – Algún día haré que admitas que mi comida es deliciosa.

Y sin decir más, el joven Yukihira abandonó la oficina. Una vez que lo hizo, Erina se permitió sonreír divertida, antes de volver a sus deberes. Cierto, ese muchacho le había dado muchos quebraderos de cabeza, pero de no ser por él, ella no se habría convertido en la directora de la academia sin haber siquiera concluido su primer año como estudiante de preparatoria.

- Listo, ese fue el último. – dijo al terminar de firmar el último documento y archivándolos en una pila antes de coger su teléfono. – ¿Hisako? Los documentos para la selección de otoño ya están listos. Por favor hazlos llegar a los candidatos.

- Enseguida, Erina-sama. – le respondieron del otro lado de la línea.

Terminada la breve llamada, Erina volvió su atención al pastel de chocolate que Yukihira había dejado. Con el cuchillo y servidor separó otro trozo para degustarlo: era perfecto para acompañar su café mientras trabajaba. Con cada bocado sentía todo el esfuerzo que el pelirrojo había puesto en él, solo para complacer a su siempre exigente paladar.

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