Hace mucho tiempo conocí lo más bonito que he visto en mi vida.
Sus ojos eran... Indescriptibles. Eran tan oscuros como claros. Que contradictorio, ¿cierto? De vez en cuando parecían abismos, como si miraras al cielo moteado de estrellas, siendo oscuros a su misma vez; otras veces, iluminaban el mundo de esperanza, con un color tan intenso como un oasis tras días en el desierto; incluso había momentos en que eran sangre, recordándonos a todos en el planeta que todo lo bonito puede desgarrarse hasta convertirse en algo aterrador. Era increible.
Tampoco podría decir qué forma tenían. Podían ser suaves, cuales palabras de un amado, como tocar seda tras una montaña de piedras, parecían persuadirnos para acercarse; otros eran unos ojos redondos, llenos de curiosidad, amando la vida y todo lo que la haya creado, unos ojos infantiles que te hacía querer protegerlo, cuidarlo, mimarlo, para que no saliera dañado con la aspereza del mundo; habían momentos en que no eran ninguno de los dos, eran unos ojos salvajes, llenos de vitalidad, que te alejaban de esa persona, aunque no podías apartar tu mirada de ellos; podían ser también perezosos, entrecerrados, mientras se apoyaba en cualquier lugar o persona, miraba hacia arriba como queriendo decir, no es un buen dia, tengo sueño, e incluso, algunas veces, parecían rogar por mimos con una voz tan dulce como una pequeña pequeña campanita, como una ligera brisa en el campo, como un silencio en una gran ciudad. Todo eso ocurría en sus ojos.Luego estaba su boca. De ahí salía la voz más bonita jamás oída. A pesar de que nunca cantó, su voz parecía hacerlo mientras enunciaba palabras normales. Era una voz angelical, si no lo veías, podías confundirlo con una chica, aunque podía llegar a registros abismales. Podía tranquilamente decirte palabras muy crueles, que te quedabas anonadado con su voz, encantado, hechizado, como si hubiera conjurado un hechizo para petrificarte, pero dejando los oídos intactos.
Sin embargo, era pequeña, sinceramente, aunque, al sonreír, era la más grande del mundo, como las puertas al cielo, la luna creciente se avergonzaba al ver lo inmensa que era su sonrisa; al hablar, la más bella del mundo, espirando lo más graciosamente que habrás nunca visto, con su pequeña boca abriéndose ligeramente cada vez, temblando cuando estaba nervioso, muy rápido cuando ordenaba...; al llorar, la más sincera del mundo, obligando al resto a callar para que él pudiera expresarse, a animarle con suavidad por torpes que fueran en ello; cuando se enfadaba, nunca verás a nadie como él, sin gritar, pero haciendo parecer al resto que lo hacía, con su voz usual, pero con palabras más toscas y duras. Incluso así, era completamente hermoso.Su nariz era opacada totalmente por el resto de sus facciones, sin embargo, tambien era increíble. Respingona, pecosa y pequeña. No destacaba realmente, pero si te fijabas, justo al lado de uno de sus orificios nasales, había una pequeña peca en forma de estrella. Realmente no muchas personas lo notaron, era realmente pequeñita, pero real.
Sus mejillas, tampoco eran destacables, de tamaño normal, poco afiladas, con pomulos solo levemente marcados, bajando hacia el hueso de la mandíbula, la cual era afilada y puntiaguda. Tenía una especie de complejo por culpa de esa parte puntiaguda, porque pensaba que no le pegaba, así que, generalmente la ocultaba tras una bufanda o un pañuelo. Era una pena, porque su cuello y sus hombros eran geniales. Su cuello era bastante delgado y alargado, tanto que, a veces, nos asustábamos cuando movía muy rápido la cabeza, porque parecía que se iba a separar. Y sus hombros acompañaban ese cuello de una manera un tanto extraña, pero, como he repetido, sobrenaturalmente hermosa. No eran para nada esqueléticos, podías agarrarle los hombros sin miedo a romperlo, pero sorprendiéndote porque no eran tan suaves como aparentaban.De esta forma, llegabas a mirarle los brazos. Normales, sí, ni gordos, ni delgados, ni le faltaba ni le sobraba carne. Al igual que con los hombros, al tratar de aprisionar sus brazos en tus manos, parecía que te habías equivocado, no eran suaves, estaban más musculados de lo que aparentaba. Y luego, sus manos, de pianista, con dedos que te recordaban a las agujas de las abuelas cuando cose, muy ligeras y con mucha presteza, a pesar de que aparentaran ser torpes y débiles. Y cuando las tocabas, nunca encontrarás una sensacion similar. Teóricamente eran frias, fuera invierno o verano, solía molestar a sus amigos de toda la vida con ellas, poniéndoselas en la nuca para burlarse y vengarse, generalmente, pero a mí me parecían muy cálidas. Te transmitían su vida entera, una vida con pocos baches, pero profundos.
El resto de su cuerpo era normal, realmente no me dio tiempo a observarlo con detenimiento, puesto que lo conocí durante una semana, en la que no puede quitar la vista de su cara y sus brazos. Tras esa semana, falleció en un accidente.