Prefacio

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Si alguien necesita la religión para ser bueno, entonces esa persona no es buena: es como un perro amaestrado

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Si alguien necesita la religión para ser bueno, entonces esa persona no es buena: es como un perro amaestrado.
Una vez leí eso por ahí. Al principio no lo pensé mucho, pero luego con los días, las semanas, los meses, me pregunté: ¿Voy en la dirección correcta?
Era un pensamiento que me atormentaba, me carcomía en las noches y se burlaba de mí, me señalaba con malicia porque aunque una epifanía repentina me revelara que lo que hacía con mi vida no era correcto, me era imposible salir y no porque alguien me mantuviera en contra de mi voluntad. Esa en la cuestión esta prisión es autoinfligida, como lo es un perro amaestrado, hace las cosas aunque no quiere porque así lo desean otros, para complacer y nunca para complacerse.  

Jamás he ido al cine, no he tenido novio, no sé qué se siente salir de noche con amigos. (o que se siente tener amigos reales.) 

Toda mi vida he estado al margen de lo que me dicen: como me tengo que vestir, como debo hablar (incluso sobre qué temas), a quienes debo conocer, qué tengo que hacer con mi tiempo libre... que tengo que creer. 

No quiero sonar mal agradecida, tengo padres que se preocupan por mi -que es mucho más de lo que cualquiera puede decir-, buenos hermanos, no me falta comida, ni ropa.

Pero, ¿acaso es todo lo que puedo aspirar en la vida? ¿Es todo lo que se me permite tener?

Mis papás y toda mi familia es religiosa -Muy religiosa-.  Eso me incluye. A lo largo de mi vida, experimente solo lo que se me permitió y llegado a los 18 años me miro en el espejo y no reconozco quién soy, veo a mi hermano sufrir en silencio por algo que él no eligió y una chispa en el alma me grita que esto no es correcto.  He llegado a un punto en que me pregunto: ¿esta es la vida que quiero? sin embargo y aunque una tonada triste me acompañe... ¿qué otra vida puedo tener?

Mis padres son líderes de nuestra iglesia, somos la familia perfecta... supongo. 

No puedo decepcionarlos.
No puedo ser una rebelde.

A veces, solo a veces me gustaría probar que hay afuera, pero tengo miedo, siempre tengo miedo y culpa.  Ser santo es una permanente culpa que te envuelve diariamente como un monstruo que se alimenta de lo incierto, incluso tus pensamientos te hacen sentir culpable. ¿esa canción pegajosa que se escucha en todos lados? pecado. ¿Soñar con un beso? pecado. ¿querer ver esa película juvenil? pecado. ¿ese libro...? pecado. pecado. pecado. 

¿de verdad se puede ir al cielo?

oh.

Dudar, es pecado... 

Sacro y ProfanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora