Parte I

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Katherine odiaba mudarse.

​En la planta baja aún se encontraban las cajas por empacar. Había oscurecido, y la tormenta era fuerte, su hermano le había prometido ayudarla, y Katherine aprovecho el momento para empacar algunos libros de su padre. Cole, su hermano mellizo, odiaba entrar con ella, recordándole los momentos que compartía su padre.

​Katherine subió las escaleras y por el largo pasillo hacía la biblioteca, se encontró bajo la poca luz que se iluminaba del lugar; cuando llegó a la puerta, se detuvo, su mano se escoció al sentir lo frío del picaporte, y de sus manos se extinguió el escalofrío como si ya no ocultará ningún recuerdo. Katherine se adentró entre la biblioteca, oscura ciertamente, y sin importarle la oscuridad, se dejó llevar por cada uno de los estantes de los polvorientos libros. La luz antes, incluso, se extendía por los espacios recónditos del lugar, donde se albergaban los más tristes recuerdos, donde en sus labios se escapaba una sonrisa.

​Los ojos de Katherine observaron sin moverse. Había olvidado porque se encontraba ahí, porque todos aquellos recuerdos la habían llevado hasta aquél lugar, donde se escarbaban los recuerdos más profundos de su mente. En esa casa aún se escuchaban los gritos silenciosos de la familia, el odio, incluso el dolor, pero la mente de Katherine se mantuvo firme entre la penumbra. Sobre los estantes de la biblioteca, se encontraba su colección de libros de latín clásico que llevaba cada vez que se mudaba. Cole, no comprendía el amor por aquellos libros, pero entre sus recuerdos, Katherine recordó que esos libros eran lo único que la hacían volver, una vez más.

​La habitación estaba fría, y oscura, como si la luz no existiera sobre las ventanas, sobre el piso se encontraban los títulos de los libros y al tomar uno, los dedos se le aflojaron y entre la noche, las páginas se hicieron oír entre las baldosas de madera. Su corazón ya no sentía, no desde hace años. Las pupilas de sus ojos se dilataron, recogiendo las motas de luz que se albergaban entre la oscuridad. La fotografía sobre el piso era clara a pesar de la noche, y sobre ella el bosque que se encontraba detrás de casa, dos personas miraban a la cámara. El cabello de la muchacha era oscuro, como el anochecer, y el viento le arremolinaba los cabellos formando una maraña entre su rostro. Los cabellos del hombre a su lado eran como el crepúsculo, lisos y finos.
​Katherine observó la fotografía, y con los ojos muy abiertos se dio cuenta que los las dos figuras yacían sobre el pasto. Recordó por un momento, el sonido de la cámara al tomar la foto.
​¿Cómo podía olvidarlo? Aún lo recordaba.

Sus recuerdos navegaban por las tinieblas evocando sus pies sobre el gran roble revolviendo sentimientos en su interior, Deán a su lado forcejeaba con ella para recuperar la última manzana, como una pelea de hermanos. Pero incluso entre la noche, y el polvo, los recuerdos seguían siendo eso, recuerdos. Katherine no olvidaba a aquella chica.

Mare. Su hermana.

El recuerdo de Katherine se extendió cuando supo que su hermana se había enamorado de un mortal. Claro, y simple. Pero la voz de Mare se filtraba por sus oídos, dependiendo de ellos: «No hace falta ser indiferentes todo el tiempo, no quiero vivir así». Aquella voz, aquel recuerdo, Katerine lo supó, y en él se extinguió donde se habían enamorado. Y se había ido, como el polvo.

Maven, era la perdición. Mare, el error.

Los Montier habían descendido de la primera bruja: Lilith. Quién había revelado su poder bajo las llamas del infierno, y había engendrado a la primera generación entre la corona de la oscuridad y la mortalidad. Ese balance había permanecido, sin descubrir su secreto. Si eso ocurriera, significaría que el ancla entre su mundo y el otro lado, dejaría de existir y al hacerlo los humanos con ello.​​​​​​​​

Pero Katherine, Cole y Deán nunca imaginaron que Mare seria su perdición.

DEAD MEN DON'T REMEMBERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora