Anastasia Velarde.
El ambiente era agradable; silencioso y tranquilo.
Las paredes blancas del alojamiento le daban el toque lujoso, a su alrededor había extensas mesas con diferentes tipos de tamaño, mientras que los adornos consistían en una variedad de flores blancas y amarillas. De las paredes colgaban cuadros de lujo y una que otro lámpara, las cuales no se ocupaban del todo ya que la luz del sol atravesaba por las ventanas dejando una refrescante luz.
Un chico con un buen smoking se acercó a nosotras.
— Muy buenas tardes, señora Dumont — el chico mostró respeto ante la empresaria y después habló una vez más. — ¿La mesa de siempre?
La rubia asintió.
Delicadamente seguimos el camino que nos indicaba el chico hasta llegar a una mesa explícitamente pequeña en donde sólo dos personas podían comer cómodamente.
El chico aún sin nombre abrió la silla para mi en la cual tome asiento, al mismo tiempo que hacia lo mismo con Raquel.
— Vino, el de siempre — ordenó la mujer rápidamente, haciendo que el chico saliera corriendo. — El menú está ahí, puede ordenar lo que desee.
Asentí.
Observe el menú intentado encontrar algo agradable lo cual ocurrentemente no sería fácil, todo se encontraba en Francés y aunque lo entendía no sabía exactamente a qué se refería cada platillo.
Escuche un carraspeo.
— ¿No sabe que escoger? — pregunto en tono de burla, a lo cual simplemente rodé los ojos.
Suspire ignorando al instante su comentario.
— ¿Quiere algo en especial? — volvió a preguntar pero esta vez sin expresiones.
Lleve mi mirada a ella inocentemente.
— Quiero algún platillo de mar — dije avergonzada.
Sus ojos grises ojos me observaron y entonces los llevó al menú.
— Fruits de mer — me volvió a observar. — Contiene todos los mariscos que se encuentran en Francia, se sirven fríos.
Asentí.
— ¿Los quiere? — asentí.
Después de unos minutos el chico regresó junto a un personal quienes cargaban una botella de vino y dos copas, Raquel ordenó nuestros pedidos y entonces el personal se retiró rápidamente.
Silenciosamente la rubia tomó mi copa y la llenó hasta la mitad de aquel líquido rojo oscuro, al mismo tiempo que hacía lo mismo con el suyo. Sonreí amablemente dando las gracias a lo cual dlla asintió.
Tome el fuste de la copa al mismo tiempo que cerca de mi nariz la movía lentamente en círculos ayudándome a aspirar el delicioso aroma a uva. Sujete el cristal y lleve a mis labios dándole un pequeño trago al liquido, permitiéndome al instante saborear la textura.
— ¿Que le parece? — la voz de Raquel llamó mi atención.
— ¿Podría pedirle un favor? — ignore su pregunta y entonces ella asintió sin entender. Suspire. — ¿Podría dejar de hablarme de usted? Quiero decir, tengo solo veintiocho años.
El color gris de sus ojos atrapó los míos. Asintió.
— Entonces...tú también deberías dejar de llamarme por usted — sonrió.
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Luchando por el poder
Fantasia¡Derechos reservados! Copia alguna de esta historia será completamente demandado y acusado. Atentamente: su servidora.