Parte Única

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Seokjin lo sabía.

En el momento en que el carruaje, con los tesoros llenos de joyas como tributo a los Asirios, fue emboscado por los salvajes y perdido en la bahía, él lo supo.

Su padre, el líder del pueblo, había ordenado que se hiciera una búsqueda minuciosa sobre la arena o los alrededores, solo para identificar si todo el tesoro había sido arrojado a las aguas.

Efectivamente.

Los campesinos que habían sido los encargados de realizar está tarea, únicamente encontraron unas pocas vasijas de oro, y diamantes diminutos, comparado con la totalidad de reluscientes y preciosos metales que habían llenado la caravana cuando está apenas salió de su aldea.

Como muestra de la fuerte mano de hierro que regía el pueblo, su padre les cortó la cabeza a estos campesinos, alegando que su trabajo no había sido lo suficientemente bueno.

Para fortuna del resto de la aldea, su progenitor no escogió a otros que reemplazarán a los desdichados que habían terminado muertos. En cambio, en un movimiento estúpido, ordenó que un grupo de pueblerinos llevaran hasta el Imperio Asirio todo lo que se recuperó.

Para disimularlo, irían a caballo, y ya no habría carruaje cargando el tesoro, pues el tributo, esta vez, iría en sacos.

Como Seokjin ya había pensado, fue una mala idea.

Lo que recibieron como respuesta, fue únicamente a uno de los cuatro caballos regresando a su aldea. En vez de sacos colgando de su lomo, estaban las cabezas de los hombres que su padre había mandado, y en la boca tenían los metales bañados de sangre.

El pueblo entero rogó por abandonar el lugar en donde estaban ubicados, pues todos eran sensatos, y sabían que tarde o temprano, los Asirios vendrían por ellos, para cobrar la venganza del insulto que había significado recibir una ofrenda de tal pequeñez.

Sin embargo, su padre se negó.

Incluso Seokjin había tenido el valor de cuestionar su ley como líder en ese entonces. Claro, la marca en su labio le recordaba constantemente su tonto movimiento, pero no lo había podido evitar.

Nadie en la aldea sobreviviría si es que los Asirios los invadían.

Malvados, despiadados. Eran conocidos como los mejores y más sanguinarios asesinos y conquistadores de tierras. Mataban a todos. Mujeres. Niños. Ancianos. Y lo hacían sin pensar dos veces.

El pueblo de Seokjin no era un pueblo débil. Los hombres rozaban el metro setenta*, y tenían músculos fuertes y definidos, signos de su arduo trabajo en el campo de batalla, y como de exitosos eran al emplear sus habilidades defensoras.

En esa época, el metro setenta era ser muy alto, privilegio de honor para la familia del guerrero. Si llegabas al metro cincuenta eras normal. Abajo de eso ya se empezaba a considerar a la persona pequeña. El Imperio Asirio, en este contexto histórico, roza el metro ochenta, y los mejores soldados, el metro ochenta y cinco.

Pero todo el mundo sabía que, incluso tan fuertes como eran comparados con otros pueblos, los Asirios los masacrarían si es que llegaban a invadir los.

No tuvieron que esperar mucho por ello.

Luego de un mes, en el que toda la gente estuvo en constante tensión los primeros días, los Asirios llegaron de sorpresa. Para ese momento, todos ya estaban mucho más relajados porque pensaban que si los Asirios no habían hecho nada en un principio, entonces tampoco harían nada tarde.

Sin embargo, el tiempo y los sucesos les demostró a todos que no sería así.

Seokjin estaba paseando por los alrededores cuando una flecha, con la punta llameante de fuego, cayó a su costado. Se sobresalto y cuando notó que era, un frío aterrador recorrió su columna.

Imperio Asirio [Namjin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora