"Como tú"

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Detrás de la única puerta que veía abierta parada junto a la entrada, veía una enorme cama. Allí debía ser la habitación donde debía desvestirme y esperar. Caminé en esa dirección, sin mirar lo que Henry hacía a mis espaldas. Pronto la cancina música llenó el lugar haciéndome sentir como en el interior de un cine, como si el sonido fuera ubicado estratégicamente para que te sintieras dentro de la melodía.

Frente a la cama, había una pequeña elevación en el piso, desde el techo lucía amurado un caño de baile, alrededor descansaban dos sillones de cuero negro. Me quité el vestido, dejándolo apartado hacia un lado en uno de los sillones. Mi lencería negra siempre era la opción acertada.

Los segundos parecían alargarse en la espera. No recordaba clientes tan dispuestos al juego, quizás porque el tiempo corría y eso sólo significaba una cosa: más dinero. Al parecer eso no le causaba problemas al señor Taylor.

Pronto apareció en la habitación, su corbata había desaparecido, traía los primeros botones de la camisa desabrochados y moría por pasar mi mano por la piel de su pecho. Los ojos celestes de aquel apuesto hombre me miraban fijo, quemaban sobre mi piel desnuda. El conteo de una nueva canción comenzó en el ambiente, y sin esperar órdenes, me lancé a coquetearle caminando sensualmente alrededor del caño.

Una voz rasposa cantaba en algún idioma que no conocía, pero de cualquier manera la cadencia se sentía caliente. Sonreí mientras lo veía sentarse al borde de la cama, expectante. Sabía qué hacer, cómo lograr que desde su lugar deseara tocarme. Tomé el frío caño con ambas manos y cargándome en mis brazos, abrí las piernas en el aire, mostrándome. Las cerré rápidamente, aferrándome con ellas para subir un poco más en el caño.

Sabía hacer figuras allí, algunos años atrás era la atracción del burdel y una de las antiguas prostitutas favoritas de Sarah me había dado clases. Verónica fue una gran maestra, en pocos días madame me puso toda la noche en uno de los pole. Hice tanto dinero que no quiso sacarme de allí por meses.

Después de exhibirme y bailar al ritmo de la sensual melodía, me quedé de pie junto al caño. Estaba haciendo mi mejor esfuerzo por ser una sumisa respetable. Henry sonrió mientras se llevaba una copa de champagne a la boca. Me sacaba de quicio que siempre luciera tan relajado.


—Muy bonito, Sharon —aseguró por sobre la música que comenzaba—. Vístete —añadió. Lo miré confundida, ¿había oído bien?

—¿Bonito? —cuestioné algo divertida— Estás loco...

—Dije que te vistieras —ordenó interrumpiéndome. Aún así, no me moví. Estaba sorprendida, no quería vestirme.

—¡Maldita sea! —protesté— El resto de los hombres me ordena que me desvista —le recordé entre dientes—. Soy una prostituta.

—No me interesa —me aseguró—. Dije que te vistieras.


Caminé sin mirarlo hacia el sillón, metí los pies dentro del vestido y lo subí alrededor de mi torso a la vez que me ponía las mangas. Pero antes de que pudiera subir el cierre, sentí la cercanía de su cuerpo, mientras una de sus manos subía delicadamente el cierre de mi espalda, sin prisa, sin vacilaciones.

Respiró cerca de mi cuello e inspiró mi perfume haciéndome saber cuán cerca estaba.


—Quiero que bebas una copa conmigo —me informó con la voz en un susurro ronco.

—Tus deseos son órdenes —respondí y me sorprendí a mi misma al oír mi voz entrecortarse.


Cuando volteé para dirigirme hacia la cama, lo vi retroceder unos pasos y sentarse en el sillón frente a mí. Tomé la copa que me ofrecía estirando la mano y me senté en el asiento que tenía detrás de mí. Bebí un largo sorbo, para envalentonarme. Al parecer mi tiempo con Henry Taylor nunca sería nada cómodo ni predecible.


—¿Con cuántos hombres has follado, Sharon? —quiso saber. Soltó la pregunta sin rodeos.

—No los cuento —mentí sintiendo aún las burbujas de la bebida caer por mi garganta.

—¿Muchos?

—Supongo —22, los contaba. Sarah nunca me hacía trabajar demasiado, era cara. Era vip. Me cuidaba.

—Sí sabes —insistió sonriéndome.

—No tengo ninguna enfermedad si es eso lo que te preocupa —le respondí—. Me chequeo cada dos semanas, es una de las condiciones de Sarah para que esté allí. Puedes hablarlo con ella si no me crees.

—Quiero saber un número, Sharon —sus ojos celestes no titubeaban al mirarme.

—Veintidós —confesé después de unos segundos. Me miró en silencio, parecía sorprendido.

—No son...

—Lo sé —interrumpí—. Sarah me cuida un poco —él asintió pensativo.

—¿Yo sería el 23?

—Si tan solo me follaras —me encogí de hombros sosteniéndole la mirada. De pronto el sonido de su risa invadió el lugar y aquello me pareció fascinante. Lucía tan lindo.

—¿Quieres que te folle? —preguntó de repente.


La realidad es que acostumbraba a que me pagaran por follarme, nunca me cuestionaba exactamente si lo quería o no. Sin embargo, mientras miraba a aquel nuevo y extraño cliente, descubrí que sí quería.

Deseaba que Henry Taylor me follara con todas sus fuerzas, mi cuerpo entero lo pedía a gritos.


—No —mentí y bebí de mi copa para ocultar el temblor de mis labios. Él sonrió.

—Es una buena jugada, Sharon —aceptó—. Pero sé que quieres que te folle. Lo deseas. Sin embargo, no lo haré —se negó abiertamente. Solté aire de manera violenta, estaba a punto de irme a la mierda—. Quiero que me ruegues que te bese, que te haga el amor.

—¡Por Dios! —exclamé asqueada— ¿Qué clase de juego es este? —añadí con la voz estrangulada.

—Confesé mis intenciones, dije que quería volverte loca, ¿lo recuerdas? —sonrió de lado, haciéndome enfurecer más. Quería pegarle en su linda cara de niño rico.

—Ya enloquecí por amor —exclamé—. No vas a lograr nada conmigo. Sólo estoy haciendo mi trabajo, pero tú eres un gran problema. Busca a alguien más con quien flirtear, Henry Taylor —le indiqué escupiéndole las palabras con rabia.

—Me gustas tú —me explicó con su tranquilidad imperturbable.

—Bien, pero tú no me gustas —le informé poniéndome de pie.


Sin embargo, aunque estaba decidida a irme, él interceptó mi camino justo debajo de la elevación frente a la cama King zise. Su aroma me llegó a la vez que sus ojos me observaban desde arriba. Apoyé ambas manos en su pecho y cuando intenté empujarlo, sus manos viajaron hasta su cintura y me mantuvieron cerca de su cuerpo. Sonrió, parecía sentirse demasiado ganador cerca de mí y eso me molestaba. Le causaba satisfacción tener poder sobre mí por pagar para ello, me sentía humillada y llena de rabia.


—¿Estás enojada, Sharon? —cuestionó con su cínica sonrisa— Te molesta que tenga el poder.

—¡Eres un imbécil! —grité frustrada— Suéltame.

—Pero si hasta recién suplicabas que te tocara —mencionó acercándose a mi boca de manera seductora.

—¡Quiero irme de aquí, maldito estúpido!

—Hagamos un trato, Sharon —me propuso sin alejarse. Desde cerca era aún más apuesto—. Mañana tendrás una cita, una cena normal conmigo —comenzó—. Dejaré de hacer este personaje para ti. Si te sientes la mitad de mal de lo que la has pasado hoy, jamás volveré a pagar por ti —añadió—. Pero si no es así y te sientes a gusto saliendo conmigo, prometo follarte.

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