Monólogo interior

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Mientras voy por la carretera pienso en mi esposo. Quizá después de descubrir mi fuga se dé cuenta que casarse tan joven es un error, aunque ni siquiera yo me lo creo. Ya sé: casarse a cualquier edad es un error, pero el amor no lo es. ¡Qué risa le va a dar a mis hijos cuando yo ya este vieja y les cuente sobre mi intento de "fuga"!

Freno el carro y giro el manubrio. Al avanzar un poco en el sentido contrario al que iba, se pincha una rueda de mi carro, lo cual me obliga a conducir hasta el borde de la carretera. Allí me detengo y le hago señas a cada carro que pasa, como he visto que hacen en las películas o como me contó mi madre que alguna vez hizo.

Diez... veinte... treinta... cuarenta minutos pasan y ningún maldito carro se para un momento, ni tan siquiera para preguntarme qué sucedió. Tal vez la vista de una joven completamente sola e inofensiva acojone un poco a sus conductores.

Otros veinte minutos de espera me han hecho quedar ante mi misma como la estúpida más grande: ¡qué insensatez tratar de irse del hogar!, ¡qué ironía querer estar ahora en casa con mi joven esposo, encerrada tras las rejas del matrimonio!

¡Por fin! Un bus se ha compadecido y me recoge. Las pasajeras son más bien extrañas, pero la verdad es que no me importa, solo pienso en un teléfono para llamar a mi estúpido esposo. En cuanto conteste le pediré que me recoja en el lugar donde el bus me deje, y de paso le reprocharé que me deje en casa sola tanto tiempo y que, además, no se preocupe porque yo llevo "tres mil horas" fuera de casa... En realidad, no debería llamarlo y esta vez sí irme.

"Sanatorio la Luz" es el nombre del sitio al que entra el bus. La gente, mejor dicho, las mujeres comienzan a bajarse y cuando llega mi turno le pregunto a la ¿enfermera? dónde hay un teléfono. Me contesta con una voz tan infantil que me irrita y me hace pensar que es un poco tonta, aunque al menos su respuesta es coherente. Así que no me importa ir detrás de ella...

¡Corro, corro, corro! Corro por mi vida, ya que ese gigante que va detrás de mí podría quitármela. Corro también por mi libertad y por mi cordura.

¡Dios, ya veo la puer...!

¡Ay! El dolor es tan intenso que no puedo mover mis brazos y mi cabeza se siente como si hubiese estado dándole cabezazos a las paredes. La última sesión de mi baño, como me gusta llamarlo, me ha dejado tan exhausta que los médicos, si se les puede decir así, no han podido hacer que me levante desde hace dos días. ¡Ja!, ya tienen esperanzas de que me rinda, ¡ilusos!, todavía no lo he pensado siquiera.

En la mente (Cajón de relatos III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora