Henry

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Cojo mi coche. Josh no me deja coger el suyo porque dice que las mujeres no debemos conducir, y que por eso sí quiero ir a alguna parte que me lleve Paul, que es mi chófer y para algo le paga. Pero a mí no me apetece que me lleven, yo quiero hacerlo sola. Así que por eso cojo mi coche que por algo no lo vendí.
Lo primero que debo hacer es ir al mercado y comprar manzanas. Pero no cualquier tipo de manzanas, sino las verdes casi amarillas, que además tienen la piel blanda, porque sino las compran así, el querido niño no se las come. Me río sola al pensar en el comentario sarcástico. Hacía tiempo que no pensaba así. Solo me pasa cuando estoy dolida, indignada, y noto odio en mi interior, sentimientos que surgen cuando estoy con él. Suelto otro suspiro tan profundo, que parece que no saliera de mí.
Para llegar al mercado no es necesario más que coger la carretera 37, salir en dirección a Beast, y luego girar a la derecha dos veces. Para ello no son más que veinte minutos en coche. Yo vivo en las afueras, así que no puedo permitirme ir caminando sin esperar que me atropelle algún coche, con un conductor despistado, o algún camión.
Tardo lo dicho en llegar. Aparco en el segundo sótano, porque al ser sábado, todas las plazas de párking del primer sótano y del aparcamiento exterior están ocupadas. Subo las escaleras, recorro una calle, y entro al ruidoso mercado. Veo paradas en todas partes, algunas de pescado, otras de fruta, de carne... Y me fijo en la parada donde siempre compro las manzanas.
-Buenos días señorita Halloway, ¿cómo está?
-Buenas tardes Alfred, estoy tan bien como siempre -le sonrío, porque iba a guiñarle un ojo, pero me he dado cuenta de que no me he quitado las gafas de sol porque disimulan un poco mejor la herida de la ceja.
Le digo que me ponga las manzanas de siempre, y él encantado las coge, yo pago y eso es todo lo que debo hacer en ese mercado. Nada más. Es tan absurdo todo, que ahora que lo pienso habría sido mejor quedarme en casa. Voy de nuevo al párking, está prácticamente vacío. Es un poco irónico, porque nadie baja aquí, pero todos se matan por buscar una plaza en las localidades de arriba.
Voy caminando tranquilamente por el aparcamiento hasta casi llegar a mi coche, pero de repente noto como alguien me agarra la bolsa. Y yo me giro violentamente como si me importaran esas manzanas más de lo que parece. Entonces veo de quien se trata, y la suelto.
-No deberías dejar que te roben así. No es muy seguro que una chica de treinta años vaya por un párking sola.
-Primero, no tengo treinta años, tengo más -exactamente 37, pero vivo como una mujer de 57 -. Y segundo, al ver que eras tú la he soltado, porque no creo que tu objetivo sea robarme -sonrío con picardía.
-¿Quién sabe? puede que sí quiera y por eso esté aquí.
-Tú no tienes madera de ladrón. Te pillarían enseguida.
-Entonces si no soy capaz de robar nada, ¿por qué estoy seguro de que te voy a arrebatar algo?
-¿Qué me vas a hacer? -entonces me agarra por la cintura, dejando caer las manzanas al suelo. Yo las miro, y suavemente con su índice derecho toca mi barbilla, la pone hacia él, y me roba un beso. Cálido, dulce, apasionado. De esos que te hacen lamer los labios. De esos que te ponen la piel de gallina de solo imaginártelos.
-No deberías de hacer esto en público -le digo yo demostrándole más severidad de la que en realidad tengo. Estoy un poco embobada.
-¿Y eso por qué? Tú eres mía, y lo hago para que todos sepan que nadie te puede hacer sentir mujer excepto yo -y sin previo aviso me da otro beso, pero yo no me aparto, dejo que siga. Incluso le respondo. Me encanta besarle. A él sí. No estamos más de cinco minutos, pero yo estoy tan encantada, que me parece mucho más. Cuando aleja sus labios, noto un hormigueo en los míos. Y quiero más, pero no debo. En público no. Mucha gente conoce a Josh Halliway, y nadie puede saber que su mujer anda besándose por ahí con otro. Puede que por eso quiera más, porque la adrenalina del secretismo me incita a hacerlo. Él me agarra por la cintura, y se acerca a mí. Desde mi perspectiva puedo ver sus ojos, de un tono azulado, pero prácticamente transparentes. Con una nariz perfectamente colocada, y recta. Su mandíbula fuerte, y sus labios. Sus perfectos labios carnosos, que hacen maravillas. Con mi mano le acaricio la mejilla derecha, y mientras él me mira con dulzura pero a la vez como si me analizara.
-Te ha vuelto a pegar ¿verdad?
Intento disimular, pero no me puedo reprimir. Con él no puedo tener secretos. Con él no.
-Henry, esta vez ha sido culpa mía. Le miré el móvil...
-Pero eso no le da derecho a pegarte. ¿Acaso mirarle el móvil es un delito grave? Como si él no lo hiciera -veo como aprieta la mandíbula de rabia, y yo en cambio no noto ese sentimiento en su mirada, lo que noto es dolor. Un dolor que ni a mí me parece normal, es más una empatía.
-Henry, tranquilo no pasa nada. No volverá este fin de semana, está con la otra. Vendrá sosegado, no me pegará más.
-Eso dices siempre, pero siempre acaba haciéndote algo. Mary vente conmigo, ya sé que no es mucho lo que tengo para ofrecerte, pero yo al menos no te haré esas barbaridades que ese sucio bastardo hace contigo.
-Henry sabes que no puedo, es por mi hija.
-Ella claramente vendría con nosotros.
-Pero en su internado le enseñan cosas importantes, de él salen estudiantes con altas probabilidades de entrar en las mejores universidades del mundo. No hablo solo de las mejores del país. Ella debe tener un buen futuro. Por eso sigo con Josh, porque él le paga ese futuro. El día que le deje, mi hija no tendrá más que un simple lugar en una administración pública, como mucho.
-Pero hasta el momento en el que ella vaya a la universidad, todavía faltan más de cuatro años. Si la historia sigue así, cuánto durarás tú.
Ambos nos miramos fijamente. Yo le miro con una suma ternura, y él hace exactamente lo mismo.
-Mary, porque te quiero te digo esto. No conviertas a tu hija en huérfana. No me hagas esto a mí.
No puedo decir nada, las cosas no cambiarán. Por mi hija viviré con él hasta que se gradue y no tenga más responsabilidades con ella. Pero tampoco le diré a Henry que no pienso dejar a mi marido. Solo le puedo decir que sí. Pero eso lo digo siempre. Cuando estábamos hablando nos separamos, pero ahora él vuelve a estar junto a mí. Y esta vez soy yo la que le besa. Pongo mis manos en su cabeza, y lentamente le dirijo hacía mí. Poco a poco, hasta el punto en el que volvemos a estar totalmente juntos. Compartimos este momento durante un buen rato, y nos separamos mirándonos a los ojos. Me palpita fuertemente el corazón. Le sonrío, y él hace lo mismo. Entramos al coche, y nos vamos a casa. Josh no estará, así que este es mi momento de disfrutar realmente del fin de semana.

Dolor Y VerdadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora