Capítulo 2

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Abrir los párpados fue una verdadera mierda, la cantidad de luz que me rodeaba provocaba que el dolor de cabeza aumentara. Me obligué a enfocar la vista, algo que me resultaba realmente difícil, por lo que tuve frotar mis ojos para despejarlos.

—Maldición —me quejé entre dientes y cerré con fuerza mi ojo derecho debido al dolor—. Que idiota.

Me insulté a mí misma por olvidar los golpes que me había provocado; se suponía que podía regenerarme con rapidez, más el dolor me indicaba que no dormí el tiempo suficiente para hacerlo. Levanté las manos para observarlas y confirmé que mis sospechas eran correctas ya que aún estaban cubiertas de sangre; con prisa quité las sábanas que me cubrían e intenté sentarme, pero un mareo me agobió y mi sien comenzó a palpitar. Sabía que golpeé mi cabeza con más fuerza de la debida, pero la situación rayaba lo ridículo, yo no era tan débil. Sin embargo, después de meditarlo unos segundos me di cuenta de que los síntomas aumentaron debido a que me quedé dormida justo después de comer, pero es que no lo pude evitar, los brazos de Damián se sentían tan confortables…

“Damián, ¿Dónde está él? ¿Y dónde diablos estoy?”

A duras penas me sujeté del borde de la cama y logré sentarme para observar con detenimiento el lugar, había un escritorio con una laptop encendida sobre la superficie lustrada, una silla con una chaqueta correctamente colgada en su respaldo, una mesa de noche con una lámpara y un pequeño armario en un rincón. Por la arquitectura de la habitación deduje que se trataba de uno de los cuartos en los dormitorios estudiantiles, pero el nuevo percance resultaba en saber  ¿en la habitación de quién me encontraba? Aunque eso realmente no me importaba, solo debía procurar salir de allí.

Había dos puertas sobre la pared contraria a la ventana, de seguro una se trataba del baño y la otra la salida. Intenté ponerme de pie, pero nuevamente el vértigo me atacó y sin poder evitarlo caí de rodillas al suelo. En ese preciso momento una de las puertas se abrió y me quedé sin palabras al ver a Damián salir del baño llevando una toalla blanca en las manos, que al percatarse de mi postura se apresuró a acercarse para socorrerme. Impulsada por lo que parecía una fuerza invisible, rodeé su cuello con mis brazos en cuanto se inclinó para sujetar mi cintura con sus grandes y firmes manos.

—¿Qué estás haciendo? —me miró con el ceño fruncido—. Recibiste un golpe muy fuerte, debes descansar.

—¿Dónde estoy? —solté las primeras palabras que me vinieron a la mente.

—A salvo —acarició mi mejilla y moviéndose suavemente me levantó para subirme a la cama—. En mi habitación.

A pesar de ya estar sentada no podía apartar mis brazos. Nuestras miradas se encontraron y me quedé presa en sus hermosos orbes púrpuras; no estaba segura de lo que motivaba mi accionar, pero en verdad quería perderme en sus ojos, deseaba que se apoderaran de mí ser y recorrieran cada rincón de mi alma.

“¡Diablos! ¿Por qué el maldito no me rechaza?”

Un silencio para nada incomodo nos rodeó, los segundos pasaron y continuaba sin poder apartar la mirada. Parecía que a él le ocurría lo mismo, cosa que me relajaba en verdad, la sola idea de ser la única que se sentía atraída de esa manera era algo de temer. Nuestros rostros estaban tan cerca que nuestras bocas casi se rozan; por impulso me humedecí los labios con la punta de la lengua y él se los mordió en respuesta.

—No hagas eso… princesa —murmuró, dejando escapar su dulce aliento sobre mi deseosa boca—, o no podré resistirme.

—Entonces es mejor que te apartes —tenté a mi suerte, ya que no quería que lo hiciera.

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