Capítulo 71

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La tercera noche en casa de Mirio, y Amajiki sigue sin acostumbrarse a dormir en la cama de éste; se siente extraño. Menos mal que los medicamentos le ayudan a entrar en el mundo de la inconsciencia o de lo contrario estaría tan inquieto que rodaría por el colchón hasta el amanecer, sin descansar ni un mísero segundo.

Por el momento el pelinegro duerme de manera plácida y tranquila, pero siente que algo en la habitación perturba la quietud y el silencio. Batalla para abrir los ojos y mirar en las penumbras hasta dar con la lámpara descansando sobre la mesa de noche, encendiendola e iluminando todo a su alrededor. Con mucho esfuerzo se incorpora y mira el lugar, topándose con que Eri yace parada al pie de la cama, usando su pijama de gatitos y las mejillas rojas de vergüenza.

—¿Qué pasa? — pregunta él, con voz espesa.

—Tuve una pesadilla... ¿Puedo dormir con usted?

La niña se remueve apenada sobre su sitio, sin mirar al mayor que le observa entre somnoliento y compasivo.

—Por supuesto.

Y Eri no demora nada en rodear la cama para treparse en ésta y cubrirse con las mantas, acurrucandose en el espacio que Amajiki le ha dejado justo frente a él. El muchacho hace malabares y apaga la iluminación, sumiendo el cuarto en las sombras para luego esperar a que la menor se acomode correctamente y asegurándose de que se halla bien cubierta con las cobijas. Tamaki entonces acomoda su perfil contra la maravillosa almohada y cierra los ojos con la firme decisión de irse a descansar lo que resta de la noche. Sin embargo, Eri está tan exaltada que no puede imitarle y se mueve en su sitio, anunciando este problema.

—¿Sucede algo? — inquiere el morocho, abriendo un poco los ojos para mirar la figura de la menor.

—No... Uhm... Es... Extraño a Mirio.

Amajiki piensa en silencio lo que puede decir en respuesta, pero teme decir algo incorrecto.

—Es que es raro— prosigue ella, aliviando al morocho qué ya se sumia en ansiedad—. Desde que me rescataron él siempre ha estado conmigo. No sé...

—Tiene sentido. Aunque regresará pronto, no te agobies con eso— musita Tamaki, acariciándole su claro cabello para relajarla y hacerla dormir; en pocas horas tiene clase y no será bueno que vaya desvelada—. Y Mirio siempre va a estar para ti, porque te quiere mucho, no importa dónde se encuentre.

La pequeña asiente suavemente, metiendo sus manitas debajo de la almohada y disfrutando los mimos lentos del contrario en su cabecita.

—¿Y usted? ¿No lo extraña?

El pelinegro parece dudar un segundo y hasta un poco del sueño de su cuerpo se esfuma.

—Pues... Sí... Sí lo hago...

Por unos instantes nadie habla y Tamaki cree ingenuamente que la menor se ha puesto a dormir de inmediato. Mas ella vuelve a proferir palabras en tono bajo y calmado para no inquietar la tranquilidad de la noche.

—Tamaki-san, ¿usted ama a Mirio?— el aludido parpadea un par de veces, consternado—. Tengo nueve años, pero no soy tonta. Puedo ver que la forma en que quiere a Mirio no es la misma a la forma en que quiere a Nejire-san, por ejemplo.

—Yo... — y el morocho agradece que aún es de noche porque no desea que Eri observe el vergonzoso sonrojo que crece veloz en sus mejillas—. Sí. Ahm... Eri... Él y yo... Bueno...

—¿Son pareja?

—Uh... Sí... Nosotros... Ha sido algo peculiar... Siempre hemos sido mejores amigos y muy unidos, pero las cosas cambian... Y ahora estamos aquí... Y, ¿tú qué piensas al respecto?

—Yo estoy feliz por ustedes, Tamaki-san— musita ella, dulcemente—. Usted y Mirio parecen contentos. Y desde hace tiempo que he creído que harían una bonita relación.

—¿Es así?

—Síp. Solo, he pensado, ¿es del amor de verdad? Ya sabe, como ese que usted me explicó hace tiempo.

—Oh ... Sí... Sí... Yo...— el mayor suspira, con algo de cansancio y como un tonto enamorado al solo pensar en el rubio—. Realmente quiero lo mejor para él y quiero estar ahí para compartir los buenos y malos momentos, y para apoyarlo cuando necesite una mano... Es... Complicado de explicar...

— Supongo. No lo sé. Aún no tengo mucho conocimiento de eso. Soy muy chiquita.

Y Amajiki sonríe divertido, aún pasando sus finos dedos por la melena clara de ella.

—Lo entenderás en algún momento. A veces ni siquiera los adultos lo hacemos— suspira, evitando bostezar—. Eri, deberías dormir ya, es tarde y tienes clases dentro de poco.

—Tiene razón. Descanse, Tamaki-san. Nos vemos después.

—Duerme bien.

Y ella cierra los ojos mientras que el muchacho continúa con las caricias fraternales hasta que escucha su respirar acompasarse y relajarse, cayendo en el sueño luego de varios minutos. Amajiki le observa unos segundos, pensando que luce como una muñequita, y él mismo se acomoda para dormir.

...

En el momento en el que abre los ojos se da cuenta de que la iluminación en la habitación es distinta a la que usualmente hay durante la hora en que despierta, por eso es que se sienta en el colchón y observa, con ojos entreabiertos, el reloj sobre el buró. Cualquier signo de sueño se esfuma de su delgado cuerpo al ver la hora, poniéndose de pie de un salto y despertando agitadamente a la menor.

—Eri, levántate— dice, presuroso—. Ya es muy tarde. Faltan quince minutos para la hora de entrada.

Y la pequeña se pone de pie de golpe, corriendo torpemente hacia su habitación, tambaleándose por aún estar medio dormida y casi golpeándose con el marco de la puerta. Amajiki se despoja de su pijama y se viste con lo primero que encuentra para, a continuación, bajar las escaleras y ver qué puede darle a la niña para el almuerzo; al final toma unas barritas de cereal colorido y una caja de jugo de manzana. En tiempo récord, Eri baja las escaleras ya arreglada y lista, corriendo hacia la entrada mientras lanza sus pantuflas por ahí para calzarse sus zapatos. Tamaki se le acerca y le entrega el almuerzo improvisado que rápidamente guarda en su mochila a la par que él se coloca sus propios tenis. Finalmente, salen de la casa y, sabiendo que Eri tiene piernas cortas que solo los retrasarán, el morocho corre con ella en brazos.

Por un segundo han pensado que no lograrían llegar, pero se alivian al ver que arriban justo a tiempo; una de las maestras yace frente a la entrada, saludando a los menores y algunos familiares que vienen a dejarlos, aunque son solo pocos, a punto de cerrar. Cansado, Tamaki deja a la pequeña sobre el suelo, jadeante y por poco recargandose sobre sus rodillas para recuperar el aire.

—¿Crees que te sea suficiente con lo que te he puesto para comer?— pregunta el mayor, con las mejillas rosadas y el cabello desordenado no solo por la carrera, sino también porque ni siquiera lo ha peinado.

—Sí, Tamaki-san. Muchas gracias.

—No es nada. Ten buen día. Vendré por ti después.

—Nos vemos. Qué le vaya bien— sonríe ella, abrazándolo suavemente en forma de despedida.

—Hasta luego.

Tamaki suspira de manera calmada al ver que la menor ingresa por los pasillos hacia donde supone es su salón. Al menos no perderá clases. Se despide de la maestra, pidiéndole que cuide de Eri, y posteriormente se marcha, soltando una ligera risa por su descuido.

Sentimientos por la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora