• No todos caen •

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Dean Winchester poseía un par de preciosos ojos verdes. Sus labios eran ligeramente rosas y delgados, y sus facciones eran relativamente finas.
No había nadie, ni mujer ni hombre, que no cayera a sus pies.

Eso un día cambió.

El hombre de ojos verdes le había prestado su preciada nena a Sammy para ir a recoger a su esposa en el aeropuerto. Sin embargo, aquel día cayó una lluvia torrencial que hizo enlodar el impala.

••• al día siguiente •••

— ¡Qué mierda!— gritó sobresaltado el mayor de los Winchester— ¡¿qué le pasó al auto?!
— No creí que se fuera a ensuciar tanto— contestó Sam, posando a lado de su hermano—. Y llegamos con bien, gracias por preguntar.

Dean lo miró fijo.

— Me alegra demasiado que hayan llegado en una pieza, Sammy— dijo por fin—. ¿Pero a costa de qué?— cuestionó sollozante, señalando toda la batida de lodo seco.
— Lo limpiaré, lo juro— aseguró el menor de los Winchester, rodando los ojos en signo de exasperación.
— Y lo harás. De eso me encargo yo— amenazó el mayor.

Ambos chicos subieron al auto enlodado y se dirigieron a la casa de Samuel, donde su esposa lo esperaba.

En el lugar donde el menor, junto con su esposa, vivían era de gente bien posicionada económicamente — ya que Sam era abogado, ganaba muy bien—, por lo que las personas miraba el «cascajo» enlodado cual bicho raro al pasar. Fue tortuoso y molesto a partes iguales. Por eso Dean no vivía ahí, aunque tuviera la posición económica para hacerlo, prefería lo sencillo y una buena cerveza.

Una vez estacionados frente a la casa de Sammy, este último sirvió agua en una cubeta, trajo jabón y una gran esponja para lavar el preciado tesoro de Dean.

Como ese día hacía mucho sol, el hombre de ojos verdes fue a refugiarse bajo la sombra de un frondoso árbol que se encontraba cruzando la calle, no sin antes llevarse también una fría cerveza.

Desde la lejanía, el mayor de los Winchester observaba a su hermano lavar el coche mientras bebía. De vez en cuando Sammy se resbalaba y se estampaba sobre el cofre, acción torpe que le hacía reír a carcajadas.

Los ladridos de un perro enorme le hicieron voltear del lado izquierdo, observando a un gran canino desde la lejanía de la cuadra que parecía ladrarle a él. Dean tragó saliva nerviso y evitó a toda costa no hacer algún ruido o movimiento brusco.

— Lindo perrito— susurró Dean—, lindo perrito, no me ataques.

El perro comenzó a correr desenfrenado en dirección a donde Dean se encontraba sentado.

— ¡No, no, no, no!-— Gritoneo en estado de pánico, colocando las manos a su costado izquierdo en modo de defensa.

— ¡Mina, no! ¡ven!

Tan rápido escucho la voz rasposa de ese hombre, el canino fue disminuyendo su velocidad hasta llegar a Dean. La perrita medía poco más del metro, era de pelaje blanco y esponjado, y tenía unos ojos grandes color café. Lamía las manos del joven Winchester y brincoteaba en su pierna, mostrándose emocionada.

— Con que eres una perrita, eh— dijo Dean tranquilo, dándole caricias en la cabecita-, tus ladridos me hicieron dudar.

— ¡Ven, mina!—Volvió a llamar aquel sujeto de voz rasposa.

Alzó la mirada para ver de quien se trataba, y al verlo, no pudo evitar sentirse flechado por esa mirada cansada que se acercaba a el.

Volvió a tragar saliva y balbucear algo inaudible, e incluso posó de manera «sexy» para atraer su total atención.
Aquel chico — que portaba un pantalón de vestir que hacían juego con su par de zapatos bien lustrados, una camisa blanca desabotonada de los primeros dos botones y su cabello algo alborotado— lo miró confundido.

«Ven y pregunta mi nombre, ven y pregunta mi nombre» deseaba Dean en sus adentros.

Mina dejó de lamerle las manos de Dean y corrió en dirección a ese chico de cabello oscuro.
Tan pronto vino a sus pies, el trajeado cargó a la perrita en sus manos y se fue gritando un «disculpa la molestia», dejando al joven de ojos verdes con las ilusiones hechas añicos.

Era de lo mas cliché su pequeña situación, y sin embargo, no terminó como hubiese deseado.

Cliché [Drabble Destiel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora