02

22 6 1
                                    


Tres semanas, exactamente tres semanas habían pasado del encuentro de Sam y Jasper en la sala de música. Cada segundo y minuto lo llevaba contado el rubio porque esa era una de las pocas veces que había tenido contacto con Jasper. La primera había sido cuando lo conoció, hace unos años atrás. En ese tiempo Sam usaba ortodoncia y tenía una que otra espinilla, pero seguía teniendo el mismo aspecto de ángel caído de culo a la tierra.

Recordó que desde ese día, cada vez que pensaba en Jasper, en su cabeza se reproducía -por alguna extraña razón- Modlitwa Dziewicy. La pieza se reproducía una y otra vez, hasta el punto en que Sam sentía el picor en sus manos por tocarla, sacarla de su sistema, como si fuera vomito emocional.

Ahora, tres semanas y cuatro horas después, estaba Sam tal cual fan obsesionada esperando por la llegada de su príncipe azul de ojos de ensueño.

Sus amigos estaban repartidos por toda la mesa: Marcus -su mejor amigo-, Cala -la rara novia de su amigo-, Samantha -su otra mejor amiga-, Drino -el novio de Samantha- y, Dafne, la mejor amiga de Cala y hermana de Samantha, que por cierto, estaba enamorada de Sam desde el octavo grado.

Dafne sin duda era la fotocopia de Sam, y no por su físico. No, era el hecho que ella amaba a Sam de la misma forma que él amaba a Jasper. Un amor desesperado por reconocimiento, por afecto.

—Oye, mutación, es contigo, —Casi grito Marcus, pero la papita frita que le lanzó bastó para que el rubio centrara su atención en su pelirrojo amigo asiático.

Desde que eran pequeños Marcus llamaba de forma cariñosa a Sam "mutación", y era por el hecho de un un ojo de Sam era azul (el izquierdo) y el otro aguamarina (el derecho).

—¿Mutación yo? ¿Acaso no te ves en un espejo todas las mañanas? —respondió Sam, comiendo la papa frita.

—Querido, lo mío es algo hermoso ¿antes cuándo se vio a un asiático pelirrojo de nacimiento? —La altanería más gestos de gloria eran reproducidos en Marcus.

—Ya veo por qué se la debes chupar —, le dijo el rubio a Cala.

La diminuta chica de cabello azul se llenó de todas las tonalidades de rojo existentes en el mundo, mirando de forma indignada al rubio por atreverse a comentar algo tan privado frente a todo el mundo.

En la mesa, por otro lado, sus amigos estallaron en carcajadas, pero el más afectado sin duda fue Drino con su leche de vaca saliendo por sus fosas nasales.

—Y por chismoso jamás te cuento nada, —susurró Marcus, hecho una fiera.

—Calla, que luego me vendrás a comentar lo buena que es Cala para las cosas manuales.

—¡Samuel! —, corearon todos los presentes en la mesa, unos casi haciéndose pipi de la risa, otros dos ardiendo en furia.

Dafne, por su lado, estaba en su mundo donde montaba a caballo hasta el atardecer con su amado Sam, con estrellas coreando Un Mundo Ideal. Un hermoso escenario que sólo compartía con su amado.

—Oye, Sami —, y gracias a esa palabra más de uno sufrió de diabetes —, ¿qué harás el fin de semana?

Samuel miró a Dafne, a su cabello rojo y sus pecas; a sus ojos celestes y al pequeño lunar en su mejilla. Dafne era hermosa, pero lamentablemente Sam no sentía ninguna atracción ni física ni interna por una mujer. Eso lo lastimaba cada día, saber que en algún momento debía decirle la verdad a su pelirroja amiga, para que no siguiera ilucionándose. Pero no podía, las palabras jamás se resbalaban de sus rosados labios, sólo se quedaba mudo, como en esos momentos.

—Él tiene que ayudarme con el proyecto de la señora Marina, —En su lugar, respondió una calmada Samantha, tomando de su leche achocolatada con una pajilla.

Casi lo olvidaba, ese condenado proyecto que le estaba sacando cañas verdes porque ¿quién en el mundo pensaba que el helado tenía diferentes tipos? Y no de sabores, no, de eso no.

No entendía por qué ese era su tema, ¡él era intolerante a la lactosa! Por lo tanto, era intolerante al tema, que la vieja se pudra como su estómago si no le entrega nada.

Lo peor de todo era que tenían que buscar la forma de hacer un helado con alguno de esos tipos y, para eso debían conseguir nitrógeno líquido, ¡¿dónde un chico de 17 años consigue nitrógeno líquido?! Peor aún ¡¿qué adolescente de 17 años lo sabe manejar?! Lo más probable es que termine congelándose las bolas.

El rubio bufó ante toda la diarrea de pensamientos que tenía y siguió comiendo su almuerzo, bajo la atenta mirada de Dafne.

Jasper nunca más aceptaría ayudar a Walter en sus tareas, no señor. Ese condenado hombresito se largaba del instituto para ir con su chica misteriosa mientras lo dejaba a él arreglando lo que se suponía que Walter debía arreglar. Eso le quitaba tiempo, tiempo de calidad para pintar y tiempo de calidad con su chica, Susan, una linda castaña cobriza de ojos aguamiel que lo volvían loco.

Ese día no había visto a Sam, pero escucharlo es otra cosa. No sabía cómo le hacía, pero cada vez que salía de la sala de música para ir a buscar un instrumento al almacén, comenzaba a reproducirse una pieza en el piano. Y si no era Sam, bien podría ser alguien jugándole una broma, o quizás algo sin cuerpo físico...

Jasper sacudió sus hombros ante sus pensamientos. Nada en el mundo le daba más miedo que los eventos que no tenían explicación, no a los fantasmas.

Ojalá sea Sam el que tocaba.

Para el momento en que acabó con todas las tareas de Walter, ya casi eran las cinco de la tarde, lo que significaba que ningún alma debía estar ni cerca del edificio. Caminó a paso lento por los largos pasillos llenos de casilleros y pancartas. El estante de trofeos donde había una foto de él como capitán del equipo de fútbol y sus compañeros. También pasó por la sala de artes y el salón de audio visuales.

Al llegar al estacionamiento vio su auto, el único en el lugar, y caminó a él, feliz porque ya podía escapar de ese lugar. Ya en su auto, encendió el esterio y comenzó a reproducir una de sus canciones favoritas, mientras salía del estacionamiento.

Sam, quién estaba sentado en una de las bancas fuera de la escuela, vio como el auto de Jasper se acercaba a donde él estaba, e instintiva quiso salir corriendo, pero no pudo. Jasper ya estaba frente a él, mirándolo con el ceño fruncido, pero con una radiante sonrisa.

—Sabía que eras tú el que tocaba el piano, —Las mejillas de Sam se llenaron de rojo sin ninguna razón.

—Yo...

—Si querías asustarme fácilmente pudiste haberte ido antes de que te viera, — ¿Qué?

Sam ahora era el que lo miraba con el ceño fruncido porque él en ningún momento quiso asustarlo, él solo estaba en la sala de al lado dándole clases de música a una chica de tercero.

—Vamos. Yo te llevo, pequeño diablillo, —Sam en esos instantes quería reírse a carcajadas porque, el no era tan bajo, media 1.75, una estatura de la cual estaba muy orgulloso.

Pero, aquí estaba la realidad: Jasper quería llevarlo a casa, lo que significaba pasar treinta minutos en su auto sin ninguna otra persona, sin nadie que pudiera evitar que el rubio violara con la mirada a Jasper.

—No, tranquilo —dijo nervioso el rubio, rascando su cabellera anillada. —Mi mamá ya viene por mí.

En esos momentos se sentía patético diciendo que su mami ya iba por él, cuando un millón de personas utilizaban el bus escolar para irse. Y él esperaba a su mamá, grandioso, simplemente grandioso.

—No creo que a tu mamá le importe que un amigo tuyo te lleve a tu casa. ¡Vamos! No muerdo.

«Tú no, pero yo sí», pensó Sam, y sus mejillas ardieron de vergüenza por tal pensamiento.

El rubio resopló rendido y abrió la puerta del asiento trasero, cosa que le pareció muy extraña a Jasper.

En la radio del castaño se estaba reproduciéndo Calma, pero nada de ella realmente calmó al rubio.

«Este pequeño paseo será como una montaña rusa», pensó Sam.

El fantasma del pájaro  || PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora