04. Today I'll try to be happy. [Zombie!AU]

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Uraraka jamás ha sabido disimular

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Uraraka jamás ha sabido disimular.

Y cuando su sonrisa se torna forzada y dolorosa, Tamaki lo nota. Porque, de por sí, siempre ha estado atento a los detalles, allá donde vaya; pero sin importar qué, sus ojos siempre vuelven a enfocarse en Ochako. Podrá ignorar que el cielo se caiga a pedazos, que la lluvia le queme la piel, que el sol deje de brillar o incluso que el mundo se deshaga entre sus manos; pero si el rostro de la persona que ama comienza a perder su resplandor natural para tornarse lentamente aciago y desdichado, le es imposible no darse cuenta. Jamás pasaría por alto cualquier cosa referente a ella.

Así que cuando escucha el repiqueteo de la lata contra el suelo de metal, no puede hacer más que sentirse profundamente aterrado.

—Ura... —Vacila, y se corrige tras un instante—. Ochako, ¿estás bien?

Amajiki trata de suavizar la voz tanto como le es posible. Gemidos ahogados se hacen presentes a lo lejos. 

—U-uhm... Lo siento.

El aullido de las uñas arañando acero, golpeando cristal. Y Uraraka sonríe. O lo intenta, porque su rostro acaba transformándose en una mueca amarga entre la angustia y la desesperación.

—Ochako...

—Me descuidé. Lo siento mucho, senpai.

Su tono quebrado contrasta con el aullido proveniente del exterior, fuerte e impasible.

Tamaki aprieta en un puño su mano temblorosa y se la lleva al pecho, sintiendo los latidos irregulares de su corazón. Frunce los labios y toma una decisión; pronto, se apresura a guardar una docena de latas de comida en la mochila que lleva Uraraka en la espalda, para después tomarla y colgársela él mismo. Ochako permanece mirándole con los ojos llenos de algo indescifrable mientras Tamaki le toma de la muñeca y la saca de allí, escabulléndose junto a ella por una trampilla en el suelo, misma que se asegura de cerrar desde adentro antes de caminar con una silenciosa Uraraka por el oscuro pasillo iluminado por nada más que la linterna que Amajiki sostiene con su mano libre.

Al salir del laberinto subterráneo de estrechos pasajes se hallan de nueva cuenta en una pequeña arboleda dentro de lo que alguna vez fue una reserva natural en medio de la ciudad, incluso si era más un parque recelosamente resguardado que otra cosa. Muchos se preguntaron el porqué de tan curiosa protección, pero sólo Tamaki y Ochako fueron capaces de descubrirlo tras que el mundo dejase de ser mundo y se convirtiera en lo que sea que es ahora.

Tamaki sabe que a Uraraka no le gusta pensar en eso, así que permite que todo se esfume de su mente para concentrarse sólo en la castaña que se ha dejado caer de cuclillas sobre el suelo y oculta ahora el rostro entre sus piernas cubiertas por vendajes manchados de sangre y pantalones sucios de su época de estudiante.

Época que también se ha esfumado.

Las palabras vienen a su cabeza antes de que pueda detenerlas. Se palmea las mejillas para centrarse —costumbre que Ochako le ha transmitido— y deja la mochila sobre una roca antes de sacarse del bolsillo el último paquete de bollitos de carne que logró encontrar.

—Ochako —le llama con suavidad, su voz pareciendo tan sólo un desvaído hilo del telar que pudo haber sido alguna vez.

Justo como ella.

Uraraka levanta lentamente el rostro y le contempla con ojos rotos cual cristal. Dirige su mirada hacia el envase de doblado aluminio cuyo plástico han desenvuelto por ella y lo toma entre sus manos, alguna vez fuertes y cálidas, ahora poco más que pálidas y trémulas.

Exactamente igual a ella.

Ojalá pudiese emocionarse por el delicioso descubrimiento de quien no aparta sus ojos de ella; orbes oscuros y llenos de dolor, ceño fruncido por la preocupación, labios apretándose por la impotencia.

Un mismo pensamiento les cruza la mente a ambos, por una fracción de segundo: y es que saben que justo ahora parecen tan sólo un reflejo el uno del otro. Un atormentado espejo de vidrio resquebrajado y anhelos marchitos.

—¿Qué estoy haciendo...? —musita, a la par que diminutas lágrimas bajan por sus siempre rosáceas mejillas y recorren su redonda carita—. ¿Qué estamos haciendo, senpai? —su voz se quiebra, y a Tamaki le parece que toda ella se rompe también.

Tarde o temprano iba a pasar, no puede negar que lo sabía desde hace tiempo ya. Siempre supo que Ochako había estado acumulando todo su dolor, todo su enojo, toda su tristeza, ha estado guardándolo todo al fondo de su corazón, con la vana esperanza de que jamás saldría a flote, de que podría continuar sonriendo como si nada pasara.

Como si su entorno no se sintiera irreal, amargo y difuso, y en el aire no se sintiera la desesperación acechando en cada sombra, esperando pacientemente para consumirla, para devorarla desde adentro y no dejar nada en su pecho más que un corazón que se percata que desde que todo empezó ha latido tan sólo por latir, por no dejar sola a la persona cuyas manos se posan en sus mejillas y tratan de limpiar sus lágrimas, de contener lo que resta de ella y que ahora se desborda sin piedad.

—Estamos sobreviviendo —repite él, pues es lo mismo que Uravity solía decirle en sus incontables crisis por lo que les deparase el futuro.

Tamaki también sabe que no puede hacer más que eso, tomar prestados los vocablos ajenos, porque para dar tan sólo tiene sentimientos que no ha aprendido a compartir, o siquiera a entender.

Mas, a ella sí la entiende. Siempre lo ha hecho, incluso si jamás fue capaz de acercarse tanto como le hubiese gustado antes de que el desastre llegara a sus vidas. Antes de que sus días se convirtiesen en el actual infierno.

—Soy un desastre —jadea Ochako, permitiéndose por primera vez refugiarse en los brazos de la persona a la que juró proteger.

Su alguna vez compañero niega con la cabeza y le abraza con fuerza, abrigándola contra su pecho.

—Estás bien de la forma en que eres —murmura con honestidad.

Y quizá no es capaz de decirle lo que en verdad piensa: que aún convertida en llanto y desesperanza, continúa siendo tan hermosa y fuerte como siempre lo ha sido; pero Tamaki es capaz de transmitirle lo que durante tanto tiempo ha sentido, pues estas palabras tampoco le pertenecen, y lo que intenta es hacerle darse cuenta de que ella siempre ha estado ahí para él, apoyándole y dándole todo de sí. Y que, del mismo modo, él estará aquí para ella, sin importar qué. Porque cada instante junto a ella se ha grabado en su memoria, donde habitan también cada palabra y cada suspiro que han brotado de los rosáceos y finos labios ajenos.

Todo permanece allí en su pecho. En el mismo lugar donde lleva a Ochako: en lo profundo de su corazón, en la eternidad de su sentir, en la infinidad de su pensamiento.

Uraraka lo entiende por primera vez, y nuevas lágrimas brotan de sus orbes castaños. Le rodea el torso con ambos brazos y asiente, recordando en una milésima de segundos todas y cada una de las veces en que Tamaki le apoyó y animó incluso sin que ella lo supiera.

Así mismo, recuerda también la promesa que le enseñó alguna vez al muchacho de calidez inconmensurable y ojos gentiles. Aquella que pronto se convirtió en un mantra para él, cuyos labios pronunciaban cada vez que su camino se cruzaba con el de la grácil fémina, fuese en la academia, en alguna misión, o en cualquier otro lugar.

—Hoy trataré de ser feliz —pronuncia Ochako, esbozando una débil pero sincera sonrisa a la par que toma distancia para verle a los ojos.

El rostro de Tamaki se arrebola dulcemente; le invade una profunda adoración y un placentero sentimiento que quizá no merezca, sea por la situación actual o por la inusitada persona de la que se ha enamorado. Pero egoístamente decide tomarla, ahora y siempre, sin importar lo que pase. Por él mismo, por ella. Por todos quienes alguna vez le cuidaron e hicieron sentir que merecía más de lo que pensaba.

Se levantará y enfrentará al mundo, junto a Ochako.

Y tratará de ser feliz, también.

Dreaming of me and you.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora