Capitulo III

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El exagerado ruido del metal golpeando el suelo, acompañado de los fuertes rugidos que las tropas estaban haciendo, le recordaba a esas tribus del territorio oscuro descritas en los libros. Las cuales de esa forma daban inicio a su ritual de llevar a cabo un sacrificio humano y ofrecerlos al Emperador Vector; que disfrutaba ver morir a las personas de manera lamentable y aterradora. La diferencia entre los escandalosos que le rodeaban era que éstos no eran rebeldes y al menos eran más civilizados, bueno, no tanto y debía de mantener ese pensamiento solo para él.

Todos a su alrededor a gritos pedían sangre, querían verlo humillado, hundido en el fango y así de alguna forma sentirse orgullosos de que derrotaron al futuro gobernante de Solus. Le importaba muy poco sus prepotentes deseos, no les daría el lujo de perder y lograr que su ego creciera, menos sentirse abrumado e intimidado por ellos, esas palabras que balbuceaban no podrían jamás contra él, estaba seguro de eso.

Se mantuvo firme y sereno para no otorgarles el placer de verlo retroceder, observó como su oponente terminaba de quitarse la armadura, dejándose solo las grebas que cubrían sus piernas. Al momento que levantó su vista y tomó su espada, un estruendo mucho más fuerte que los caballeros rodeándolos se dejó escuchar. El público femenino alzó la voz en apoyo al caballero que defendería su honor en este duelo, todas las damas de la corte dejaron sus deberes reales con tal de venir a apreciar la belleza de ese escarabajo que no hacía más que sonreír halagado por tanta atención. Si tenía todo un club de fans babeando por él, compuesto por muchas bellezas ¿Por qué tenía que fijarse en su mujer?

Su mujer... desde que se percató de que tal vez existía una conexión íntima entre ella y ese sujeto no dejaba de repetir en su mente que ella le pertenecía, que era suya y solo él podía pensar de una manera tan íntima y erótica de ella. Su princesa le sonrió apenada al notar como con su mirada se la comía, una profunda vergüenza se apoderó de sus mejillas, con rapidez regresó su vista a su oponente que ya se encontraba listo. ¿Acaso se estaba enamorando de ella y en verdad lo que sentían eran celos?

—¿Están listos? —el grito de su Alteza Kouchiro le sacó de sus enredados pensamientos. Asintió al darse cuenta que su oponente ya había dado la señal de que podían iniciar el duelo.

Con su mano derecha golpeó con fuerza su pecho a modo de saludo y aceptación al duelo, adoptando una postura similar al rubio quien aún mantenía su temple sereno. Sostuvo con fuerza su espada dejando escapar un destello en su filo. Estaba agradecido con Klein que, sin su consentimiento había traído su amada espada a sabiendas de lo impulsivo que actuaba.

Sí, el rumor se expandió como pólvora llegando a los oídos de sus guardias que corrieron a su ayuda sin importar el cansancio y lo desubicados al no conocer el lugar, recibió un fuerte regaño por el líder de caballeros al estar enterado de los términos del duelo, pero no le pareció que se hubiera enojado. Incluso los monarcas habían hecho acto de presencia en la arena de entrenamiento para presenciar tan escandaloso encuentro.

—¡E-kun patéale el trasero de un solo golpe! —escuchó el ruidoso grito de Lizbeth, la doncella de su esposa y que unos momentos atrás se había burlado de él mientras chocaba puños con ese sujeto como si fuera parte de la armada y le pedía de una manera poco femenina que le diera una gran paliza.

No sabía cómo haría para lograr romper su palabra... o intentar que Asuna eligiera a otra persona: ese par estaba completamente loco. ¿Con que clase de gente se había relacionado su esposa? ¡Las dos personas de confianza y quizás más importante para ella le odiaban! Luego de conocerlos, inmediatamente se arrepintió de sugerir que decidiera conservar a alguno consigo. No pensaba llevarse a la doncella de su esposa, era igual de intolerable que ese asqueroso escarabajo.

Odio, odio, odio y con suerte algo de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora