Gota vs Océano [Concurso Suspiros Clandestino]

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Cuando las personas preguntan cómo es que alguien como Archie Haming terminó con alguien como yo, me hace recordar el punto en el que todo comenzó:

Con veinticuatro años, acababa de graduarme en Administración de empresas.  Mi trabajo apenas comenzaba haciendo cálculos de prestaciones sociales en Recursos Humanos. El cubículo en el que me la pasaba la mayor parte del tiempo era una especie de escudo, solo salía de ahí para el almuerzo y a las cinco treinta, mi hora de salida.

El problema con ese día era que mi rutina había sido interrumpida y eso no traía nada bueno a una obsesiva del orden como lo era yo.

« ¡Por el amor de Dios, si ordenaba incluso mi ropa por color y ocasión! »

Ese día no había podido empezar peor. Mi despertador no sonó, no fue hasta que bajé que recordé que mi auto estaba en el taller así que tendría que esperar el colectivo o gastar mi suelo en un taxi, y para colmo, el tacón de mi zapato se rompió tan pronto crucé una alcantarilla. Eso sin mencionar el altercado con el gancho de ropa a quien estaba pensando en levantar una orden de restricción.

« ¡Juro que ese gancho iba directo a mi ojo! »

Sabía que lo único que faltaba era pisar porquería de perro por lo que mantuve mi vista en el suelo hasta que pisé el suelo marmoleado de la empresa.

El problema con el dicho de que las cosas malas vienen de a tres, es que nunca te dicen que “tres” solo es un número aleatorio y que puede alterarse dependiendo a lo propensa que estás a que el karma patee tu culo o lo que muchos llaman “mala suerte”. Yo parecía tener esa mañana un cartel pegado a la frente que marcaba “¿Quiere joderle la paciencia a alguien? Marque aquí”.

Lo único que me había salvado de continuar descalza por toda la empresa había sido mi mala memoria. Había traído conmigo zapatos bajos la semana pasada porque mi auto no quiso prender y coloqué los tacones en una bolsa la cual olvidé en el cubículo. Yo era una combinación extraña, era estrictamente ordenada pero con una memoria que bien podría competir con la de ese pececito llamado Doris en Buscando a Nemo. Claro está, no ganaría porque olvidaría que estoy en competencia.

Y ahora… ¿De qué era lo que estaba hablando?

Oh, claro. La mierda de día que llevaba…

No fue hasta que llegué a mi pequeño escritorio, encendí mi computador y tomé mi usual café matutino que caí en cuenta en lo neurótica que se encontraba la planta.

La voz de Dornan, el jefe de personal, se escuchaba estridente y alta por los pasillos. Él ni siquiera solía ser de los que se tomaran en serio su trabajo a menos que personas importantes estuvieran cerca. Eso quería decir que alguno de sus jefes se encontraba en la planta así que todos tendríamos que fingir que era un feliz y común ambiente de trabajo.

¿Por qué no consideré una carrera en la actuación?

—Tal vez fuera bueno que sintonizara su cerebro en el trabajo, señorita O’conner —me encontré frente a frente con los grises ojos de Dornan. Estaba demasiado cerca para ver el semblante serio y su ceño fruncido… y también para notar que le hacía falta un afeitado nasal.

—Lo lamento —murmuré volviendo mi concentración a la pantalla que ahora mostraba la ventana de Windows al iniciarse.

Dornan continuó gritando órdenes a cada persona que pasara por su camino. El hombre era un total ogro cuando había autoridad cerca pero, aquel día, su humor había escalado de nivel.

Malo

Ogro

No se permiten estupideces

Suicídate si te lo encuentras en el camino à ¡din din din, tenemos un ganador!

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