Despedida y cambios

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Milo no se caracterizaba por ser cobarde. 
Pero tampoco tenía el corazón para presionarlo. No a Camus.

Lo respetaba enormemente y nunca querría molestarlo o herirlo de ninguna forma. Aunque también detestaba ese fuerte (maldito) sentido de la justicia suyo. Ese mismo que admiraba tanto y en algún momento fue parte de su inspiración para ser una gran guerrera.
Ese mismo que no le permitía ser una persona más abierta y honesta, más libre.
Aquella era una parte de él que no cambiaría, aunque por su culpa saliera perdiendo.

A veces se conformaba con la sola compañía del galo, con sus palabras anheladas, con su bondad, con los cortos besos que a veces compartían, sus delicadas caricias y el calor de su palma envolviendo la suya.

A veces, no.

A veces sacaba su lado agresivo y dejaba de hablarle por días. Y se frustraba con la aparente calma de él. Indiferencia, le susurraba cruelmente su lado sádico y egoísta.
Por eso también admiraba y envidiaba a Camus: la facilidad con la que dejaba sus emociones en segundo plano.
Ya que ella no podía hacer eso.

Aunque qué importaba ya. Si él ya no estaba.
Ya no tenía caso intentar contener el dolor, las lágrimas y los irracionales reclamos. Como si él tuviera la culpa de morir.
Sabía que no era cierto.
En realidad se culpaba a sí misma.
Por no darse cuenta antes. Por no detener esa inútil pelea con su alumno. Por no hacer nada siendo que ya sospechaba algo desde hace tiempo. 

Envidiaba también a Shaka por hacer lo que ella no pudo al descubrir la verdad antes y prevenir un trágico final. Por tener más tiempo para intervenir y por la oportunidad de seguir viendo a su discípulo. A diferencia de Camus.

Acarició con delicadeza las letras grabadas en la lápida. Su nombre.

A veces le hablaba sobre Hyoga, al igual que Camus lo hacía cuando estaba vivo. Una costumbre que había adquirido recientemente. Terminó encariñándose con el muchacho de cisne, sin poder evitarlo.
A veces le visitaban los dos y compartían algunos recuerdos relacionados al caballero dorado de acuario.
A veces necesitaba ir sola.
¿Cuánto tiempo llevaba conociendo a Camus? ¿20 años? ¿25 años? Últimamente olvidaba las cosas con frecuencia.
Lo que sí recordaba con demasiada claridad fue aquella particular salida al pueblo, a ese bar; aquella que internamente le gustaba considerar su primera cita, la primera vez que lo vio tan vulnerable y sincero.

"Nunca hubiera tomado la iniciativa".

Recordaba justo ahora. Lo peor era que tuvo razón. Era algo que nunca quiso creerle.
De repente, aquella punzante tristeza que sentía se convierte en rabia descomedida.
Quería gritar y discutir con él, ser regañada y ver la cara apenada de Camus. Quería molestarlo más que nunca. No dejarlo descansar en paz.

Pero no podía.

Como siempre, el enojo se le pasaba rápido y su afecto le impedía desearle mal. Igual que en aquellas ocasiones que le hacía la ley del hielo, lo perdonaba. Y sabía que él la perdonaba también: las reconciliaciones siempre eran dulces.

Milo era algo cruel por gustarle notar el arrepentimiento y la culpa en el mayor. Pero rápidamente sentía pena por él y ambos acababan consolándose.

Incluso ahora era así.

Con ese pensamiento, por primera vez desde que Camus se fue, Milo sonrió.






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Gracias por leer.

Quizás...  [Camus x Milo] [LoS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora