La tórrida calle de San Bernardo sobrepasa a cualquiera, desde las ancianas prejuiciosas que juzgan casa tras casa, hasta a los jóvenes adolescentes que persona tras persona los está juzgando. Me encuentro atontado por el efecto de las lágrimas, ese momento en que tienes aún la cara hinchada pero sientes una extraña calma, como si de verdad tu catarsis hubiese pasado ya.
Pamplinas, la catarsis que tanto anhelamos jamás la tendremos porque a los pocos segundos nos empezaremos a llenar de la inutilidad e insignificante tristeza de nuevo. Así como lo será a mí, cuando me suba al bus y recuerde que tendré que volver a mi desolada casa y no podré acurrucarme en los brazos de alguien para conciliar mis desdichas.
Apenas hace unos minutos me sentí el ser más miserable del mundo, incluso más que aquellos que en verdad son miserables. Pero, ¿qué enamorado no sentirá una inmensa y acumulada tristeza al ver su amor menospreciado y a su amada yéndose con un cualquiera?
La Lucía de mis ojos, que siempre adoré y amé en mi particular forma me rompió el corazón en ese estilo tan global.
-Mire Martín, ya me cansé de su bipolaridad. Eso de que en un momento me querés y al otro es como si fuera una desconocida no me gusta. Yo necesito alguien que en verdad me ame y me lo haga sentir verdaderamente. Yo aún te tengo cariño y quizá podamos ser amigos pero por ahora no me volvás a hablar -Terminó agarrando la mano de ese muchacho que la acompañaba.
No odio a Lucía ni al muchacho, ni siquiera tengo motivos porque la verdad es que Lucía y yo nunca fuimos nada, solo amigos de cama y palabras. Tampoco le tengo celos, sé muy bien que Lucía no es mi candidata ideal por su increíble falta de sentido del humor y lo poco crítica que era, igualmente sé muy bien que soy más apuesto que ese muchacho con el que se fue, pero igualmente siento el dolor.
Ahora quizá volveré a la casa de una de las amigas que Lucía odiaba para darle unos picos y desahogar mis penas, al igual que sentirme otra vez suficiente. Pero la soledad que le seguirá a este abandono es lo que me preocupa, podemos aguantarnos contarle una infidelidad a nuestra pareja pero aguantar un corazón roto se nos hace un infierno eterno, infierno al que pertenezco sin siquiera conocer mi pecado.
La vida es inútil y hermosa en el simple hecho de que solo sirve para el sentir. Nada de lo que haga trascenderá lo suficiente como para creer que mi vida valió la pena, pero el sentir cualquiera es inexplicable y bellísimo. No me atrevería a encasillarlo aunque sí a aproximar su exquisitez, de la que no gozaré lo suficiente para conocer por completo.
El sentir es lo que me abruma y mi razón de vida. No comprendo si es que acaso el sentimiento me abduce tanto que no soy capaz de expresar mis maravillas y simplemente me quedo estático como un subordinado a tal exquisitez. Me atrevo a soñar con aquella persona que sea capaz de comprender atrevidamente mi ser, pero no quiero idealizar mi vida con una simple fantasía.
Ahora sólo me queda tomar el bus y partir a mi aburrido hogar, en la absurda soledad para dormir a un día que será al final de poca sintonía para mí.
ESTÁS LEYENDO
Me llamo pecado
RandomTrasciende el rumor, y la realidad se vuelve chisme. Se acabaron todos nuestros nombres, ahora somos simples adjetivos de mal gusto para que los demás no se sientan tan mal con los suyos.