El fin de semana había pasado demasiado rápido después del matrimonio de Lovise y Mathias y la estadía en casa de Allistor, quien si bien lo negara por fuera igual que Murron, volvían a estar ansiosos por vivir el viernes siguiente y compartir los dos días restantes de la semana juntos.
Murron era la más asidua a admitir las cosas. Allistor no lo era tanto porque ya se conocía, y sabía que disimular o negar algo no era lo suyo, por lo que siempre aprendió a enfrentar las cosas sin hacerse mayores problemas. Murron, en cambio, era más complicada. Ella sabía que haber llegado a Edimburgo fue una acción con un objetivo ni remotamente parecido al que estaba viviendo ahora: estudiar y después trabajar, formar una vida profesional como corresponde, nunca enamorarse, o nunca fue un propósito, y lo que para muchos era un constante revoloteo de mariposas en el estómago y sonrisas idiotas, para ella era un nudo ciego formándosele en el vientre y la garganta que no la dejaba respirar.
Porque Murron le tenía terror al amor, y más aún al amor comprometido, a entregarlo todo y después recibir a cambio una amarga decepción.
Eso Allistor no lo sabía, y por eso era extraño para él también que a veces Murron ni siquiera lo mirara en los pasillos de la oficina y que después los viernes actuara como una muchachita enamorada por la idea de irse con él y sentirse acompañada. Él ignoraba esos cambios de actitud porque tampoco tenía derecho a reprocharle nada, simplemente disfrutaba de su compañía y de fingir por unos días que podían tener un lugar donde la felicidad los aguardara.
No fue hasta un día miércoles que Murron llegó a la oficina de Allistor a entregarle los últimos informes curriculares antes de cerrar el primer semestre del año en la agencia y hacer un conteo correcto del personal. Allistor la recibió y le pidió, con tono rutinario, que cerrara la puerta.
Murron no esperó a que él se pusiera de pie para acercársele desde el frente, porque estaban en horario de trabajo y el acuerdo había sido que en la oficina no habría manifestaciones innecesarias de nada que tuviera que ver con ese secreto medio extraño que arrastraban hace ya varias semanas. Pero no se resistió.
—El viernes quiero que vayamos a cenar, ¿te parece? —le propuso él al abrazarla, como si quisiera hacerla bailar.
—¿Al mismo lugar donde fuimos la otra vez? —Pregunta ella, echándole los brazos al cuello. Allistor pone cara de interrogante.
—¿Cuál?
Murron suelta una risita ácida.
—¿Ya no te acuerdas? —Él niega con la cabeza y ella sonríe casi enternecida—Bueno, entonces al que decidas tú, por mí está bien.
—Y después supongo que no te querrás ir a tu casa—Dice él profundizando la voz, acercándose demasiado al cuello de ella a respirar su perfume y perderse en su cabello.
Murron se ríe de forma traviesa.
—No, así que olvídate de deshacerte de mí tan rápido, Wallace—Suspira por acción de los besos de él.
Allistor parece desesperarse de pronto y ella no responde a eso, porque las caricias de él son anestésicas y la inducen a una hipnosis peligrosa que pese a que conoce bien, aún la sorprende. Al alzarla y sentarla en el escritorio, Murron suelta un gritito, pero él la hace callar de inmediato besándola. La posición en la que la dejó es comprometedora desde donde se le mire y por eso Murron no tiene excusa, ni la tendrá jamás, cuando vio que Alice entraba a la oficina de Allistor olvidándose de lo que tenía que decirle en el instante mismo en que vio lo que vio.
Murron mira a un costado, a su amiga, con una expresión adolorida, suplicante. Se desespera en el acto. Empuja a Allistor con violencia, quiere salir corriendo y así lo hace, perdiendo de pronto todo el interés en salir con él, en verle la cara siquiera, tanto a él como a su hermana, casi llorando de la vergüenza. Allistor intentó detenerla pero ella lo había ignorado. Miró a su hermana con cara de enojo evidente y antes de que Alice pensara en silencio siquiera en pedirle explicaciones, él le recriminó su actitud, notoriamente enojado.
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APH: El ritmo de tus ojos | EscociaxNyo!Irlanda
FanficLuego de dos años trabajando para los Kirkland, Murron Mackay experimenta una sensación extraña cuando todo a su alrededor se vuelca hacia Allistor, el hijo de su jefe, haciendo que incluso su sola presencia la divida en dos: por un lado, un aleteo...