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Sentada de piernas cruzadas encima de mi pequeña cama me situaba yo. Cansada y débil, con los ojos lagrimosos, viendo fotos de los antiguos álbumes que había encontrado en la polvorienta caja que guardaba mi padre en su armario. De un momento a otro me debí quedar dormida, porque lo que me pasó a continuación, era propio de un sueño.

Abrí los ojos con lentitud, y cuando mi visión no fue borrosa pude distinguir de entre la niebla una silueta blanca mirándome fijamente con un rostro apenado. De repente se desvaneció, y mis pies, sin haber recibido orden alguna comenzaron a andar hacia una puerta metálica gastada. La empujé con suavidad y pasé lentamente a través de esta. Otra vez, la niebla apareció tapándome cualquier campo de visión. Cada vez el ambiente era más brumoso y eso me agobiaba, porque aunque no sabía el qué, estaba buscando algo, o a alguien. En un leve pestañeo mi alrededor cambió completamente. Un bosque. Árboles grandes. Un agobio me inundó por dentro, sintiendo como los gruesos troncos casi sin hojas se acercaban a mí. Alguien me susurraba mis complejos en el oído, los cuales retumbaban en mi cabeza. Una gota de lluvia cayó sobre un charco formando el silencio. Una dulce melodía comenzó a sonar. Una suave luz se iluminó al fondo. Voy hacia ella abriéndome paso entre la oscuridad. Miles de recuerdos de mi infancia se proyectaron en el aire, hasta los más olvidados. Tú estabas en casi todos ellos, junto a mí. Sentía una plena felicidad por dentro al mirar a mi alrededor y sentirte tan cerca. Tan real. Anduve recto, atravesando las escenas con una sonrisa hasta que empecé a no notar ni sentir nada y volvió mi horrible agonía al intentar recordar todo lo bonito que había visto segundos antes y no poder. Mi visión se fue oscureciendo lentamente y como si las sombras fueran sólidas, sentí como me atrapaban. Grité, me taparon la boca. Estiré el único brazo libre que me quedaba hasta alcanzar algo consistente, el pomo de una puerta. De un instante a otro me encontraba en un pasillo largo con miles de puertas en los lados y cuyo final era imposible ver. Algún sentimiento me animó a andar. A cada paso que daba, flores bajo el suelo de cristal se abrían y se iluminaban. Una lila, parecida a un acónito, destacaba en el centro de un círculo formado de pétalos rosas. Me agaché, débil, y la olí. Mi garganta se cortó inesperadamente. Mis súplicas sin éxito acabaron obligándome a cerrar los ojos, dejando caer una lágrima. Mi respiración volvió de golpe, hiperventilando, me levanté, miré a las paredes, todo se movía y retumbaba. Mis pies temblaban y me sentía presionada por todo lo presente allí. “Tengo que huir”, pensaba. Necesitaba salir corriendo. Sintiendo fuego en mi interior empiezo a girarme acaloradamente en busca de una salida. Alguien me coje un mechón de mi pelo castaño y me obliga a levantar la cabeza. Allí un brazo se alargaba hacia mí, abriéndome la mano y esperando a que me agarrara a esta. Entonces me lleva a lo que parecía, sin duda, un hospital. Me estaba viendo, allí sentada. Una voz me susurró al oído que intentara sentirme dentro de su ser. Que intentará entrar en su mente. Y así hice. Como si fuera un espectro viajando de cuerpo en cuerpo. Tan ligera como una pluma pasaba tu alma desorientada por delante de mis ojos, diciéndome con un tono cada vez más elevado que todo iba a salir bien, pero eso sólo se convertía, una y otra vez, en un llanto ahogado que nunca llegaba a mis oídos. Sólo podía oír los pasos acelerados de los médicos entrando y saliendo de la sala, la que había sido tu cuarto casi medio año y que yo había pisado como mucho dos veces. Un silencio abrumador inundó la planta y, en ese momento, quedé sorda ante cualquier medio externo, quedé inmóvil tras darme cuenta de que toda mi preocupación al verte con un rostro amarillento aquel día la ocultaste con una sonrisa  y que esos susurros que tenías con el resto de personas eran para protegerme de algo que dividiría mi vida en un antes y un después. Salí de ella. La misma mano que antes, me trasladó a un coche. Sonaban melodías felices y acogedoras pero como siempre, esa paz interior no duró mucho. Miré por la ventanilla y los coches se empezaron a chocar entre ellos, como si algo les estuviera incitando a suicidarse. Miré a mi padre, tenía la misma mirada perdida que los conductores. Cuando nos metimos en un túnel, instantes después, mi padre no se encontraba en el asiento. El coche se paró automáticamente y al bajarme te vi, allí, de pie, esperándome. Corrí hacia ti y te abracé para que me fundieras con el calor de tus brazos. Mientras llenabas con ese simple gesto todo el vacío de mi corazón deseaba con toda mi fuerza que si eso era un sueño, que por favor, pasara a convertirse en realidad porque sinceramente, me di cuenta de lo mucho que te necesitaba.

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