"Mama, forgive me"

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Henry lucía nervioso aún cuando no estábamos en su casa. Conducía con los hombros tensos y se prendía del volante con firmeza. Al parecer su hermana menor tenía el poder de sacarlo fácilmente de quicio.


—No sabía que Stella llegaría —confesó después de unos minutos andando por la autopista.

—No fue tan grave.

—Arruinó la noche.

—Si eso crees tú —solté livianamente—, yo no opino lo mismo.

—Quiero volver a verte, Sharon —me informó con seguridad.

—Puedes ir al burdel cuando quieras —de otra manera no podría ser.

—¿Al burdel? —cuestionó pensativo— ¿Por qué debes complicarlo, si también disfrutas de verme?

—No lo complico —contradije con la voz calma—. Es mi trabajo. Olvidas que eres tú quien intenta ligar con una prostituta.

—No me resigno, Sharon —me advirtió resueltamente—. Y mi propuesta fue en serio, cumpliría todos tus caprichos si fueras mía.


Preferí no decirle que Sharon Williams no era de nadie. Ni de él, ni de Lindsay, ni de nadie. Sólo guardé silencio y esperé pacientemente llegar al burdel. Aún había algo de movimiento a esa hora de la madrugada. Volteé el rostro y le sonreí, pero Henry sólo me miró con sus ojos celestes atormentados. Parecía estar decepcionado. Me acerqué desde mi asiento y planté un beso cerca de sus labios, ni siquiera se movió.


—Adiós, Henry —susurré—. Gracias por hacerme pasar una noche maravillosa.

—Adiós, Sharon —respondió con su voz suave y calma como siempre.


Me bajé del auto y caminé hacia la entrada del bar, el frío me heló las piernas pero pronto el calor agradable de la calefacción me recibió. Olía a cigarro y alcohol, sólo había un par de mesas ocupadas, el lugar ya casi estaba vacío. Lucy levantó su brazo sentada en una de las butacas en la barra, entendí que me llamaba. Normalmente, hubiese fingido no ver su seña e irme a mi habitación. Pero, milagrosamente, no ser manoseada por algún tipo que no me apeteciera me sentaba de maravillas aquella noche. Me acerqué a la barra, quedándome de pie a su lado.


—¿Qué tal tu noche? —pregunté apoyando un codo sobre el mármol.

—Tranquila —respondió—. Sólo tuve dos clientes y no estaban tan mal —sonrió a medias—, ¿tú, qué tal?

—Bien —no quería detallarle nada, sabía que Lucy era una tonta soñadora que me incitaría a salirme del burdel. No quería oír sus sermones.

—¿Sólo bien? —insistió con picardía— Jules me ha dicho que te buscó el auto de ese nuevo cliente que vino por ti estos días —sus cejas se juntaron de una manera chistosa en el medio de su ceño.

—Fuimos a cenar. Nada especial, Lucy.

—Sarah preguntó por ti antes de irse —soltó como si recién lo recordara.

—Sabía que estaría fuera —pensé en voz alta. Lucy asintió.

—No habrá sido importante.


Después de charlar un momento más con mi casi amiga, decidí que era hora de irme a dormir. En la oscuridad de la habitación, bajo las sábanas de mi cama, pensé cuán interesante podía ser que un hombre caballeroso y apuesto ofreciera cumplir cada uno de tus caprichos a cambio de que me casa con él.

Pero lo había vivido. Sabía lo que era que alguien te hiciera sentir especial, que prometiera darte el mundo entero y luego sólo se cagara en ello, como si cada palabra no tuviera ni un ápice de valor. Lindsay juró complacerme y cuidarme siempre, la amé con cada partícula de mí ser y ella no pensó en mí cuando decidió acabar con su vida. Nadie deja de ser egoísta, ni siquiera cuando ama. No quería pasar nada de aquello otra vez, establecer cualquier tipo de vínculo que no fuera sexual y pago era un lujo que jamás iba a permitirme otra vez. Ni siquiera con Henry Taylor.


Desperté asustada, alguien golpeaba la puerta de mi habitación con demasiada prepotencia. Parpadeé varias veces mientras encendía la luz del velador, el reloj apenas marcaba las 06:00 a.m., ¿qué demonios pasaría? Me puse de pie sin poder salirme de mis sueños aún. Caminé pesadamente hacia la puerta, saqué el pestillo y abrí. Dos oficiales de policía estaban firmes, parados junto a la puerta, en el pasillo de las habitaciones.


—Señorita Williams —habló uno de ellos en voz alta.

—Sí, soy yo.

—Vístase —me ordenó—. Debe acompañarnos al departamento de policía —abrí mis ojos sorprendidas al oír aquello.

—¿Por qué?

—Sharon, vístete —dijo Sarah apareciendo por el pasillo—. Deben hacerte algunas preguntas por el asesinato de Eric Wilson —suspiré y sonreí frustrada.

—Cómo no —mascullé con sarcasmo—. Discúlpenme un momento.


Cerré la puerta nuevamente, sin apresurarme demasiado me vestí con un jean y una sudadera, peiné mi cabello y volví a salir hacia el pasillo. Lucy hablaba acaloradamente con Sarah esta vez, los oficiales me esperaban como si el tiempo no hubiese transcurrido. Aquellos hombres parecían unas estatuas, inertes e inexpresivos.


—Debo ir al baño —anuncié. Se miraron entre sí.

—Cinco minutos —sentenció.


Caminé por el pasillo, entré al baño, me cepillé los dientes, oriné y regresé con ellos. Lucy me miraba consternada, abrazándose con sus propios brazos. Le dediqué una sonrisa de lado, ella no respondió. Pronto quebraría en llanto, era tan blanda.


—Todo estará bien, Shar —dijo sin poder guardar más silencio.

—Por supuesto —aseguré—. Yo no hice nada.

—Acompáñenos, por favor —habló el oficial que hasta entonces había guardado silencio.


Salimos por la puerta del bar, una patrulla nos esperaba aparcada. Subí en la parte de atrás, mientras los oficiales ocuparon los asientos delanteros. Recién cuando comenzamos a andar por la acera comprendí que estaba en problemas, que Sarah no movería un dedo por ayudarme, que Lucy sólo iría a visitarme a la cárcel para llorar y que mi familia ni siquiera se enteraría de mi triste destino.

¿Qué diferencia podría encontrar entre la vida de una prostituta y la vida de una presa? Sin embargo, para mi pesar, yo no había matado al señor Wilson.

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