You're gone and I gotta stay
High, all the time
To keep you off my mind...
Ruido blanco. Zumbidos. Temblores.
Las manos, el cuerpo, el mundo, todo a su alrededor tiembla y se sacude. Se difumina, se distorsiona, todo gira y duele y marea.
Es confuso.
Es asfixiante.
La atrapa y no la deja, no la deja.
Amenaza con consumirla en un apabullante abandono, manejando a su antojo sus venas, jugueteando entre tejidos y órganos que fallan en silencio, sin dar señales.
Ella lo apaga. Cierra las compuertas al pesar y a la maldición de un cuerpo vivo. Se convierte en un pilar insensible al que lo demás le es ajeno.
Cree oír risas. Risas histéricas y rotas que se expanden por la habitación y mueren en los rincones vacíos, destrozadas. Sus dueños son absorbidos por un agujero negro del que son incapaces de salir. Se precipitan al abismo, uno tras otro, y nunca resurgen a la superficie.
Se repite el ciclo, como cada anochecer. Las estrellas titilan en universos lejanos y desconocidos, la ciudad que la ha criado no duerme. La abraza, la retuerce, la empuja al límite. Cada noche un poco más. Y más.
No se reconoce, pero se regodea en ello. Pierde su nombre, pierde sus miedos, pierde su vergüenza. Se deshace de recuerdos, de humillaciones, de males que semejan eternos. Se fragmenta, repartida en trozos y esquirlas que invaden los suelos. Percibe el final, lo roza con sus dedos, trata de alcanzarlo.
Pero siempre se retrasa.
Ruido blanco. Zumbidos. La tensión se quiebra en mil pedazos y, finalmente, vuelve a respirar. Sus pulmones se inflaman con el fuego del horror, el oxígeno convertido en espinas. Siente demasiado y la abruma. No puede asumir tal carga. Reniega de ello y se arroja a unos miligramos de olvido. Aguarda a que la maravilla de la desidia se la lleve por completo.
Son apenas las nueve de la noche y ella ya ha estado muerta. Resucita cada madrugada, aunque sus cimientos se resienten y desgastan. Ya no importa. Lo que queda, desde hace mucho tiempo, no llega ni a ser un despojo.
Arrellanada contra la pared, observa como la fiesta ha acabado a sus pies, sin comprender lo que la rodea. Sus ojos están abiertos, pero ella no despierta. Jamás despierta.
Son las diez, las once, el tiempo no se detiene para verla pasar. Ella sigue allí, divagando. Tiene otro lugar al que ir, otra tumba que ocupar, otra vida que consumir. Es el precio de volar alto, de obtener unos segundos de libertad en caída libre. Los necesita ahora, antes de que la consciencia vuelva a tocar a su puerta.
Aguarda a que el golpe dé efecto. Se ahoga en un grito que no escapa de su garganta. Uno que empuja hacia abajo, bebiendo indiferencia en copas de tragos cuyos nombres desconoce. Gira al ritmo de la música, de manera lenta, luego desenfrenada. Los colores y las voces, los gritos y los jadeos rebotan sin cesar en cada recoveco hasta que su cerebro no puede soportarlo más.
Colapsa.
Colapsa.
Colapsa una vez más.
Y todo vuelve a comenzar.
Una fila de amores pasajeros y pequeñas dosis de sueños hechos realidad la esperan. Los temblores regresan, las risas se multiplican al punto de volverse extrañas, casi macabras. No sabe qué sucede. Solo ve formas y patrones que inundan sus sentidos y la envuelven entre nubes de algodón y caricias decadentes. Ella gira y gira y gira, como si la vida no fuera un tormento y la adrenalina que la consume no fuera a acabar.
Pero, cuando la hora llega, la adrenalina se esfuma y solo quedan resabios amargos de ese encanto perforando cada parte de su cuerpo. Escarban en lo más profundo de su ser, remueven vísceras y rescatan temores. Se aferran a ellos y tiran, manipulan hilos inalcanzables. La sangre llama y otra muerte espera.
Mas ya no hay un despertar.
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La llamada de los veintitrés
Short StoryVeintitrés días. Veintitrés géneros. Veintitrés historias. Este compilado de relatos variados fue creado especialmente para el reto de @HenarTejon.