No Tengo Tiempo.

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Te veo, Fernanda, te veo. Estás ahí, me esperas con los brazos abiertos y esa sonrisa tan bella, tan sublime que sólo tú puedes tener. Constantemente te extraño, extraño ese calor que transmitían tus abrazos, el gozo que sentía cuando me mirabas por las mañanas y despertabas a un lado mío, cuando me dabas un beso, la sonrisa que me propinabas por el simple acto de estar contigo, ese era mi combustible para otro día más, una prueba de lo que es estar vivo. Eres mi mayor fortaleza y también mi mayor debilidad, soy tuyo, te pertenezco. Logro verte, sí, pero no puedo acercarme. Lucho por estar cerca de ti, me esfuerzo para poder alcanzarte, lo doy todo pero algo superior a mí me lo impide, es inútil, pareciera que el suelo va hacía el lado contrario. Corro, los pies me duelen, mi energía se termina, las fuerzas se pierden y no logro avanzar a pesar de mis esfuerzos, no puedo, lo intento y lo intento pero no logro ni acercarme un paso a ti, la desesperación me posee, las lagrimas por mis ojos corren, te llamo, te grito <<¡Fernanda!>> pero no te das cuenta de mi presencia. Ya no puedo seguir más, caigo y fuerzas que desconozco me atraen y me llevan hacia allá, me regresan a mi cama. 

Despierta, esa clase de sueños se repiten con mayor frecuencia. Comenzaron justamente cuando cumplió sesenta años, hace ya algunos meses. Abre los ojos agitado, medita el sueño, piensa en Fernanda. Intenta dormir nuevamente pero sus esfuerzos son inútiles. Cree que si consigue darse cuenta de estar en un sueño, tal vez podría llegar con ella y decirle todo eso que no pudo hace ya algunos años, cree que le falto tiempo y ahora eso que no dijo por desperdiciarlo en banalidades lo quema por dentro, desde el fatídico día en que ella se fue. Piensa en él, en ella, pero ya no hay tiempo para eso, suena la alarma y tiene que levantarse para ir a trabajar. Tiene una pequeña fonda, así que es el primero en llegar y el último en irse. Se alista, busca entre sus tantas camisas la indicada para el día, un pantalón que le convine y unos zapatos, esos los tiene organizados, un par para cada día, deja la plancha calentándose y mientras eso pasa enciende su radio, una radio ya vieja, color gris de dos bocinas grandes a los costados y en el centro los botones y perillas para controlarlo, también tiene espacio para los casetes, pero desde hace algún tiempo dejó de escuchar así la música y mejor sintoniza una estación de radio donde pasan boleros en su mayoría, no odia la música moderna pero no se termina de acostumbrar a ella. Cuando termina de asearse y limpiar su casa, va a su trabajo y siempre se encuentra a Jessi, una joven de veinte años, agradable, delgada, alta y muy amistosa, ella siempre le ayuda a abrir y preparar el lugar para recibir a los clientes, por ello, él siempre la recompensa con un pequeño o grande aumento a su salario, ella le dice que no es necesario, que le gusta ayudar pero es un viejo muy terco. Esperan a los demás y justo a las once de la mañana abren el local. A él siempre llegan rostros conocidos, por ejemplo, Juan, un cocinero que siempre está ansioso por algo, se le hace curioso ya que no sabe por qué y se muere por saber, pero no le pregunta pues piensa que sería muy impertinente de su parte, así que se limita a veces hacer teorías al respecto, en su mente crea diferentes historias, unas románticas, otras de misterio, otras de drama, pero en su mayoría de crimen. Otro personaje sobresaliente en su cafetería es una muchacha llamada Luisa, con ella sí ha tenido conversaciones extensas y profundas, acerca de la vida, el amor y la muerte, ambos son fanáticos de esos temas aunque son muy raras las ocasiones en que pueden hablar, pues Karen, la novia de Luisa, siempre llega y se van. En especial había una pareja que frecuentaba mucho el lugar, se sentaban en la puerta, en la parte de afuera, conversaban por horas mientras tomaban café, él un americano con mucha azúcar y ella un capuchino de vainilla. No sabe sus nombres, nunca tuvo la oportunidad de entrevistarlos. 

Camina por un parque, uno que frecuentaba de joven. El lugar lo reconforta, se siente tranquilo, en paz. Pasa por los caminos empedrados del lugar, con los arbustos alrededor repletos de flores de distintos colores, árboles gigantescos, posiblemente con cientos de años ahí, testigos de cientos más de vidas, de esos grandes momentos que se vuelven infinitos, los seres más sabios que pueden existir. Le extraña que el sitio es más grande de lo que recuerda. Visita esos lugares en los que estuvo con ella, desde los nombres pintados en las bancas hasta los raspones dejados en los árboles, él recuerda cada momento que tuvo con ella  en ese lugar y el que más hace eco en su cabeza es su primera cita. Suspira, se siente liviano, a cada paso que da, siente recuperar un poquito de su vitalidad, se siente joven nuevamente y escucha con más fuerza el canto de las aves mientras siente la brisa del viento pegándole en la cara y moviendo su cabello. A lo lejos, atraído por un brillo intenso, logra vislumbrar a una muchacha, una joven de cabello rizado, largo y alborotado. De tez morena, su rostro no se deja ver por los rayos del sol. Su brillo y su calidez le resulta envolvente. Es una muchacha delgada con el cuerpo cubierto por un hermoso vestido color hueso que llega hasta arrastrarse por el suelo, repleto de listones e hilos coloridos que forman figuras, flores. Se le hace familiar, así que intenta alcanzarla, camina, no con prisa, sólo camina, se siente más liviano, cada paso es menos peso para él. Más cerca de la muchacha, logra reconocer sus labios, gruesos y rosados, con un lunar muy cerca que multiplica la belleza de aquella sonrisa tan sublime. Al acercarse logra descubrir un poco más de su rostro, ella se aleja de a poco y entre más lo hace, sus pies se despegan del piso y el viento agita su largo y hermoso vestido. Se eleva por los vientos, entre los rayos de sol y las hojas de los árboles se va perdiendo. Él logra ver su nariz, una nariz respingada. A éstas alturas ya era imposible no reconocerla, pues logró ver sus ojos, esos ojos hipnóticos, caídos que se achinan por su enorme sonrisa. Sus ojos portadores de un poder avasallador, logran transmitir una calma intensa, inhumana, que lograría terminar con guerras, hacer que cualquier pintor que intente recrearla en un lienzo se rinda por la imposibilidad de plasmar su hermosura en un cuadro y no conseguirlo, enternecer al soldado más sanguinario y frío que exista. Sin duda el regalo más grande de Dios a la humanidad, su amada Fernanda estaba ahí. Ella se eleva, flota por los aires siguiendo el paso del viento que sopla con violencia, pero no es molesto, sólo es fuerte. Él camina con pasos firmes. El peso desaparece y logra caminar sin tocar el suelo, se acerca cada vez más a ella quien lo espera con lo brazos abiertos. Frente a ella, la toma de la mano, ella lo acerca. Él con sus manos, en un movimiento sutil, la toma por la cintura, la acerca hacia su vientre, ambos se tocan, ella lo rodea con sus brazos atrayendo su rostro, sus labios se acercan poco a poco hasta percibir su aliento, la respiración, sienten sus corazones latir de nuevo, laten frenéticamente al primer roce de la piel de sus labios, golpeado violentamente por un éxtasis de júbilo. Se rompe en llanto, se siente joven, vivo. Los amantes se separan del mundo dejando hasta el fin de los tiempos plasmado ese momento infinito. 

De la vida como una canción triste.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora