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Estoy sola, echada en el césped aún húmedo por la lluvia de ayer, rodeada de árboles tan altos que tengo la sensación que de noche no me dejarían ver la estrellas. En un mundo en el que nada se inmuta por mi presencia no hay más sonido que el de la brisa. Me duele el pecho, miro mi mano y está llena de sangre, mi sangre. De las gotas que caen al suelo crecen crisantemos rubí y me rodean, aislándome del fresco verdor. Me quemo, me muero, el sol cae y nada sale, solo hay un cielo incoloro y vacío. Cierro los ojos y poco a poco deja de doler, poco a poco dejo de sentir.
Entonces noto algo a mi lado, alguien que irradia el calor más plácido. Abro los ojos y me encuentro entre sus brazos. Giro hacia arriba y me encuentro su cara, masculina, amable y sonriente, con ojos brillantes y una adorable nariz. Le acaricio el pelo, que es tan oscuro como la medianoche y suave como una dulce melodía. Su pecho también sangra y sé que le duele pero él sigue sonriendo. Y entre las flores nos quedamos abrazados... hasta que me despierto.
No tengo claro si ha sido un sueño bueno o malo. Supongo que, no sé, fue un final... ¿feliz? Bah, ni idea. En cualquier caso puedo decir, tras varias semanas, que he dormido bien. Tal vez demasiado bien. Ay no... El reloj marca las nueve y veinte.
"FANTÁSTICA FORMA DE EMPEZAR LA SEMANA, MAJA" me grito mentalmente. Tras un microataque cardíaco me tiro de la cama, cojo las primeras prendas que pillo, paso por el baño a la velocidad de la luz y me planto en seco en el comedor. No salgo de casa sin acariciar a mi perro, Ñoqui, que acaba de bostezar abriendo la boca más que el león de la Metro Goldwyn Mayer.
Si no recuerdo mal le puse Ñoqui porque el día que lo encontré había conseguido una oferta impresionante en el supermercado de 3x1 en ñoquis; seguramente caducaban pronto. ¿O eran coles de Bruselas? A ver, tampoco lo iba a llamar Col. Lo que me recuerda a Coliseo. No será porque tengo examen de mitología ni nada.

"¡Vuelvo en unas horas, Ñoqui!", grito desde la entrada. Agarro la mochila y me voy corriendo a la parada del bus. Veo que se acerca uno rápidamente a la parada y hago sprint con toda la ilusión de cogerlo a tiempo cuando se me cruza un memo y me lo llevo puesto. Podría considerarse casi placaje lo que le he hecho, pero es él el que se me ha cruzado.
"Lo siento mucho, pero también ibas desatento así que -", me trago el resto de la frase. Es guapísimo. Ostras, qué momento de peli. Pero sigue teniendo la culpa. "Sorry, tengo prisa. Adiós", me despido antes de correr hacia el bus que justo se detuvo en un semáforo en rojo.

El Siempre Que Nunca ConocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora