Tiempo al tiempo

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   Habían transcurrido cierta cantidad de años desde que ambos se habían visto por última vez. Había pasado tanto tiempo que por poco se olvidaron de que ambos tenían una historia en común. Tanto que parecía que todo aquello solo había sido un sueño y que todo había pasado en sus mentes. Pero la realidad estaba tan, pero tan lejos de ser así. Todo lo que habían vivido, todo lo que habían sentido, todo era real. No había sido ningún juego ni nada parecido, aunque ambos trataran de convencerse de lo contrario.

  Elena había huido en cuanto había tenido la oportunidad. A penas se le presentó no lo pensó dos veces y corrió tan lejos como pudo, dejando todo su pasado atrás de una buena vez. Pasó de estar en ese pequeño pueblo en donde no corría una sola mosca sin que todos se enteraran, a vivir en un lugar en donde si seguía viva poco importaba. Un lugar en donde ella no era nadie, donde su existencia no tenía mayor relevancia. Y a veces en la penumbra de su habitación se arrepentía de su decisión tan apresurada, pero luego se replantaba todo lo que había vivido y se daba cuenta de que su decisión había sido lo correcto. Sí, lo correcto. Porque lo mejor no lo era.  Ella y él sabían que lo mejor que pudo haberles pasado era permanecer juntos y no haber huido. Pero en ese momento a ella no le importó.

  Ahora, años después de lo que había pasado y viendo que la vieja casa seguía igual se preguntaba vagamente que sería de él. Daniel había sido una parte muy importante de su vida, y haber huido de esa manera tan rápida y cruel aun lograba hacer estragos en ella y apretujarle su pequeño corazón.

  A veces por las noches, en la penumbra de la oscuridad y en la soledad de habitación, cuando la luz de la luna entraba por la ventana la hacía pensar que quizás él aún seguía pensando en ella y que no la había olvidado por completo. Pero luego lo pensaba mejor y declinaba esa idea de su cabeza. En otras ocasiones hasta había llegado a buscar su número de teléfono en la guía telefónica del pueblo y  pensaba preguntar por él, aunque sea solamente para escuchar su voz una vez más, pero en el fondo le asustaba la idea y la desechaba  rápido. Dios, a veces ella llegaba a ser tan ilusa que se llegaba a sorprender de sí misma y de su estupidez.

   ¿Acaso el siquiera la recordaría? Por Dios, ¡habían pasado años! Años desde que habían hablado por última vez. Años desde que se habían dado su primer beso y discutido por última vez.

  Elena y Daniel jamás llegaron a tener una relación completa. Con nombre y todo eso, pero lo que habían sentido había sido tan real, tan profundo y tan autentico que hasta el día de hoy aun podía sentir el último aliento de él frente a su cara, dándole su último beso, aun sin saber que lo sería.

  A veces ella deseaba con todo su fervor volver el pasado atrás y poder haber disfrutado un poco más de él, de sus caricias, de sus abrazos, de sus besos, de sus chistes tan aburridos, de sus cursilerías y del apoyo interminable que siempre le llegaba a brindar. Pero todo se había esfumado, al igual que lo hace la neblina pasado un día de frío.

  Quería tener una maldita máquina para volver al pasado y advertirle a Daniel que lo que él iba a hacer era erróneo, que por favor se detuviera antes de que hubiese sido tarde y que ella corriera como la cobarde que era. Lamentablemente, la suerte no estaba de su lado pues no existía tal cosa. 

  Elena, aun algo dubitativa entró en la pequeña casa. Aquella casa en la habían transcurrido tantas cosas. Con algo de temor tocó la pared, en donde aun con algo de pesar se lograba vislumbrar que allí había estado alguna especie de cuadro o marco de foto.  Siguió avanzando y subió con cuidado las escaleras, ya que estas llegaban a rechinar. El paso de los años y el que nadie hubiese vivido allí y ayudara con la mantención de la casa hacia que ahora solo pareciera una casa de terror, de esa en que los niños suelen tener miedo en el día de noche de brujas.

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