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   El vestido se arrastraba dando vueltas por la moqueta azul con suavidad, incluso pareciera que levitaba a una distancia escasa, casi nula.

   «¿Porqué tengo que llevar esto en lugar de el traje oficial de un Ángel del Agua? Odio tener que hacer este tipo de formalidades...» Sus preguntas llenaban hasta el más oscuro y falto de conocimiento lugar de su cabeza. Posó la vista en su ala derecha, acuosa, la cual había adelantado para poder observarla mejor. Si la tocaba, podía traspasarla, y aún así, ella, junto con la izquierda, podían hacerla levantar los pies del suelo y surcar los cielos como si de un pájaro se tratase.

   El cabello oscuro y ondulando le caía por los hombros. Estaba muy cuidado, faltaría más, tratándose de una princesa...

–Lucía-ta –se escuchó a su espalda, la voz anciana que una vez sintió como la su madre–. Ya es hora de que empieces a realizar cargos como reina. Tienes dieciséis años, casi diecisiete, y te quedan cientos más por vivir. Tienes que tener en cuenta, que los sesenta o setenta primeros, debes ejercerlos como soberana absoluta de nuestro oráculo. La nueva Sūta. 

–Mam-, diga... maestra –rectificó. Aquella era su madre, pero no la sentía como tal–. Ya sabe que estoy harta de todo esto, que no me siento a gusto con los cargos de princesa, y con los de reina, eso no va a cambiar.

–Lucía-ta, ¿qué hablamos sobre conjugar el usted? –la regañó, lo cual era un poco extraño y confuso, ya que todo ángel quería que se le tratara de esa manera. Aunque una madre, tal vez no–. Como hija mía que eres, debes dirigirte a mi como tal. No como a tu maestra, lo cual también soy. Pero yo soy tu madre, puedes confiarme todo lo que tú quieras. Todos tus problemas, el chico que te gusta... todo.

–A lo mejor, ese es el problema –espetó, notando como se asomaban sus lágrimas por los ojos, pero reteniéndolas–. Estás obsesionada con que te cuente todo. Aquí no me ocurre nada interesante, ni si quiera he conocido a nadie que pueda decir que me guste. Sólo nobles que quieren casarse para hacerse con el poder de este oráculo, cosa que no voy a permitir. No tengo problemas, porque no tengo amigos que hacer. Aunque ahora que lo pienso, sí que tengo un problema. ESTE. «No puedes salir», «No comas mucho, que engordas», «Mantén los modales», «¡No arrugues la nariz!». Voy a darte yo una primera orden para ti: «¡No te metas en mis cosas, maestra!».

   Tras que su hija explotara, la madre del oráculo, y de Lucía-ta, dio media vuelta, dio varios pasos hacia la cortina acuosa, la retiró para poder pasar, y una vez fuera, la devolvió a su sitio. Se podían escuchar sus pasos alejándose, poco a poco, con aire pesado.

   Había aguantado sin llorar, como solía hacer, pero su rabia la obligó a quitarse aquel vestido que designaba su alta posición y en su lugar, uno oficial de los ángeles del agua ocupaba su cuerpo. La parte de arriba, fruncida, tenía escote palabra de honor, el cual se escondía inútilmente tras un "poncho" transparente hecho con un tejido a base de agua, que sólo los ángeles especializados podrían copiar. A la cintura se le ceñía un lazo muy fino, que por arte de magia, no tenía final, y quedaba como una cuerda elástica que no apretaba. La falda no se decidía entre azul o blanco, lo cual daba un aire adorable.

   Se miró al espejo. En el cuerno derecho llevaba atado un deseo humano, como todos los de su raza solían llevar. La raza de los Capricornio, que por supuesto, no está relacionada con el signo zodiacal, como muchos mortales pensaron en su momento, era la más propensa a que sus ángeles se convirtieran en Sūta, Reyes de Ángeles, y por supuesto, de las seis razas, la más poderosa. Lucía-ta se observó con atención y se decidió.

   No cogió nada, no lo necesitaba para el nuevo estilo de vida que quería llevar. Simplemente se dedicó a retirar la cortina acuosa de su camino,  cruzarla sola por primera vez en dieciséis años.

   Se marchaba de allí.

   En su escapada se encontró con varios aprendices de su madre. No les dijo nada, pero esperaba que no se chivaran hasta que ella ya no estuviese allí. Cruzó todas las habitaciones, la cuales eran iguales, iguales respecto a ellas mismas, y respecto a todas las habitaciones de todos los oráculos, cambiando nada más el material con el que se habían construido.  Retiró cortinas y cortinas transparentes, hechas de agua, hasta llegar al punto de sentirse tan agobiada por no encontrar la salida, que no se preocupó por quitarlas con la mano, simplemente las atravesaba sin ton ni son.

   A los viente minutos encontró en una última habitación el portón de agua, como casi todo con lo que se trabajaba allí, rodeado por las paredes de cuarzo blanco azulado del oráculo. Ni si quiera lo abrió. Se sentía tan libre que corrió la misma suerte que las cortinas que anteriormente había atravesado.

   Nunca había visto nada como aquello. Cientos... miles de casitas y puestecitos de tiendas se extendían a lo largo de un camino de grava. Un camino que iba a recorrer por primera vez. Un camino que le llevaría a su nueva vida.

–Lo primero es lo primero –se dijo. La gente la miró raro, nadie estaba tan solo como para hablarse a sí mismo. Aunque tal vez Lucía-ta sí lo estuviera–. Sin dinero no como, y si no como me muero. Así que necesito un trabajo.

Element Wars: Six FeverWhere stories live. Discover now