5. Un azul infinito [ Ciencia ficción ]

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El sol no había brillado sobre Toronto por días. El cielo languidecía en su letargo, manchado con confeti de nubes grisáceas y pájaros de mal augurio. Giraban en torno a ciertos puntos, esperando a que una presa se dejara ver, pero aquello nunca ocurría. La multitud de roedores que podrían haberse encontrado en determinadas zonas habían desaparecido. Lo mismo había ocurrido con algunas especies de aves y otros animalillos de poco tamaño.

No muchos lo habían notado, aunque Jeremy Cook llevaba un registro minucioso de los sucesos que se habían desplegado en la última semana. Hacía meses que venía recopilando información, consumiendo videos y documentales a puñados, engullendo teorías y mentiras por igual. Se había cuestionado tantas cosas sobre la realidad del universo en el que existía, sobre aquello que le había sido enseñado, sobre lo que decía la élite y el gobierno en conjunto. Se había replanteado todos los modelos disponibles y los había comparado con el imperante.

Fue allí, en ese entonces, cuando concluyó que todo era un vil engaño. Una historia fabricada para beneficio de una minoría que observaba todo desde arriba. Nada en la Tierra era como lo habían pintado. Los altos poderes se manejaban entre inventos y espejos de colores.

A día de hoy, Jeremy Cook estaba completamente seguro de tres cosas: la Tierra era en verdad plana, la NASA era un grupo de mentirosos de renombre y se había fraguado un plan para mantener ocultos a los puntos anteriores.

Lo había comprobado múltiples veces. Experimentó por su cuenta, observó experimentaciones ajenas e, incluso, fue partícipe de encuentros con otros que compartían los mismos puntos de vista que él. Los llamaban terraplanistas y los miraban con desdén, como si fueran idiotas, como si estuvieran locos. Trataban de aislarlos, de ponerlos entre la espada y la pared. Querían dejarlos mal parados para que perdieran todo gramo de credibilidad.

Era obvio para él que la única razón por la que alguien podría intentarlo implicaba que sus teorías no estuvieran erradas. Resultaba indiscutible que desde las altas esferas tenían la voluntad de silenciarlos a todos ellos, los iluminados, los que habían roto las cadenas y se habían liberado. Se habían despertado, por fin, después de tantos años. Ya no podrían ser manejados por compañías inescrupulosas, ni políticos que buscaran rapiñar votos, ni científicos que trataran de ocultar lo que era claro a la vista de quien quisiera ver.

Pero los demás estaban tan convencidos de todo aquello que se les había dicho que les era imposible hallar la voluntad de ir en contra del paradigma imperante. Preferían aceptar lo que se les había dado, contentarse con una alegre ignorancia que les daba sentido de pertenencia a un rebaño de ovejas estúpidas y conformistas. Eran felices así, sorteando obstáculos a ciegas.

Cook no podía mirar atrás, no podía volver a ese estado. No quería. Una vez que había caído la venda de sus ojos —esa que había estado allí desde su nacimiento, guiándolo al corral—, se había abierto una puerta a un millar de posibilidades. Un ventanuco, si era sincero consigo mismo. Así como le había dado herramientas para abrirse paso por el mundo, también lo había convertido en un paria sin remedio.

Pero qué importaba ya. El resto se había encerrado en sus perfectas y frágiles burbujas, dándole la espalda a otras posibilidades que podrían haberles hecho entender lo que estaba ocurriendo. No era casualidad que el sol hubiese dejado de brillar, sumiendo a Canadá entre las sombras de una farsa. Tampoco era una mera coincidencia que ciertas especies estuvieran desapareciendo del mapa.

Había investigado sobre ello también. Reemplazó horas de descanso por horas de estudio y de creación. Avanzó en sus propias hipótesis, añadió datos, modificó lineamientos, rebuscó entre gemas perdidas en las profundidades de la world wide web. Casi todo estaba oculto debajo de basura, promociones inútiles, páginas bloqueadas o eliminadas, delirios de mentes lejanas a la maestría. Creo una vasta cantidad de carpetas con diversos materiales de consultas que había intentado compartir sin éxito. Sus amigos renegaban de él, su familia no podía estar más avergonzada de su desvío del camino correcto. Solo le quedaban compañeros de ruta que apenas conocía, a los que lo unían firmes creencias.

La llamada de los veintitrésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora