Confesiones

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Una gota cae sobre la punta de mi nariz y hace que mis ojos se abran de golpe.  Mis labios están tiesos y siento un pequeño dolor en mi brazo. Hay una aguja insertada en mi vena ya que me están aplicando tratamiento intravenoso. Siento un dolor en el cuello, apenas puedo moverlo y siento otro dolor agonizante en la espalda.

Atisbo la habitación, las cortinas corridas, poca iluminación, equipo médico. Era como si estuviese volviendo al principio de toda la historia, pero no lo era. Jamás volvería a ser eso que había sido el primer día que puse un pie sobre este lugar. No me sentía feliz de volver a "casa", pero una parte de mi lo agradecía; no quería ser un peso para mi madre.

No había sido una navidad normal, había estado cargada de muchas emociones fuertes, como si mi vida fuera un libro y estuviera en la mitad; donde ocurren todas las cosas más emocionantes. El beso inesperado de Zack había iniciado un torbellino de emociones. Luego, visitar a mi familia después de tanto tiempo, mi contacto con el mundo real, la compañía de mi madre y no descansar cómo se supone que debo descansar había alterado muchas cosas en mi cuerpo haciendo que mi salud comenzara a deteriorase un poco. Tez pálida, mis mejillas no tenían el color rosa de siempre, círculos oscuros bajo mis ojos, manos y pies hinchados; estaba volviendo a lucir como un cadáver. 

Intente ser fuerte y ahogar el dolor con una sonrisa, pero los dolores me impedían caminar más de media hora hasta quedar postrada en una cama por horas. Mi madre se preocupaba más cada día que pasaba; tomaba mi temperatura, preparaba todo tipo de sopas y comidas saludables, me abrigaba como si estuviéramos pasando vacaciones en el polo norte, pero nada funcionaba. Resignada, finalmente llamó al internado explicando mi situación, ellos le aconsejaron mi regreso temprano para que así el equipo médico adecuado pudiese monitorearme. Con lágrimas en los ojos, su deseo de la navidad perfecta, en familia, había sido destrozado.

Llegué al aeropuerto y mi madre se aseguró de que me trataran con mucha delicadeza, como si fuera una muñeca de trapo. Al pasar por las puertas que me conducirían hacía el avión, me dedicó una sonrisa triste y agitó su mano despidiéndose de mí. No pude contestar, esbocé una media sonrisa y me enfoqué en mantenerme despierta en la silla de ruedas. Desde ese momento, no recuerdo mucho además de dormir un larga siesta en el avión. 

—Buenos días —susurra una voz ronca—. ¿Ha despertado la bella durmiente? —pregunta Zack mientras entra con una bandeja con comida.

Escucho su voz y me siento en las nubes. No sé exactamente cuantos días tengo sin escuchar su voz pero poder hacerlo ahora mismo me genera una paz interna. Cada parte de mi cuerpo se relaja comenzando desde mi cabeza hasta los pies, como si alguien me hubiese dando un masaje repentino. 

—No he sido despertada con un beso, así que no lo soy —bromeo, pero a él no le parece muy divertido. 

—Espero te guste —encaja la bandeja en mi camilla—. Huevos revueltos, tostadas y un wafle, la especialidad de Londres. O quizás no lo es pero es delicioso. 

—¿Me dan buena comida porque voy a morir? —alzo una ceja, siendo muy sarcástica.

Se queda un momento en silencio, sus pálidos zafiros me observan cautelosamente. Él intenta no parecer triste y mantener la calma, hasta ahora lo hace estupendamente.

—No vas a morir. Lo has hecho muy bien todo este tiempo, todas las personas suelen tener... 

—A veces siento que no puedo luchar con esto, ¿sabes? —lo interrumpo, sintiéndome en la libertad de decir todo lo que ha estado corriendo por mi cabeza desde hace unos días—. Al principio era como tener una gripe o unos simples dolores, pero ahora siento como si todo estuviese empeorando y me estuviese lanzando hacía una realidad que estaba tratando de ignorar.

RecuérdameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora