La leyenda de la sirena y el dragón

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En tiempos muy antiguos del período Edo, vivía una princesa de nombre Mei, la más hermosa de todo el reino y la más virtuosa en todas las artes y  ciencias. Hombres de todo el territorio hasta donde se pone el sol venían a luchar por ella y pedir su mano. Los sangrientos enfrentamientos tenían lugar desde el alba hasta la puesta de sol, pero ningún hombre terminaba con vida al salir la luna. La princesa se encontraba afligida por el derramamiento innecesario de sangre. Su puro corazón sufría viendo a los hombres matándose unos a otros por su culpa. Pero el rey su padre había sido muy estricto en las condiciones para que su hija contrajera matrimonio: sólo el hombre más rico y valiente se quedaría con la mano de la princesa.

Un día, un valiente samurái de nombre Sho Ryuu apareció en el castillo y derrotó  a todos los contrincantes en cuestión de una hora de forma limpia y honorable, sin ni siquiera un rasguño. Mei se enamoró inmediatamente cuando vio a ese gallardo joven arrodillarse ante el rey para reclamar la mano de la princesa, pero éste, cuando supo que el joven samurái no contaba con riqueza alguna, se opuso al matrimonio. Ryuu, enfurecido, insultó al monarca y demandó cumpliera su promesa. Se necesitaron 1000 hombres valientes del ejército real para apresar a Sho Ryuu. Los soldados llevaron al samurái encadenado al acantilado cerca del castillo y lo arrojaron de allí. Sho Ryuu se golpeó la cabeza contra las piedras, murió instantáneamente y el mar con sus enormes fauces devoró su cuerpo.

La princesa  Mei, llena de pena y amor, pasaba cada noche a la orilla del risco, tocando con su shamisen desgarradoras elegías a su joven amado. La luna era su única compañía en esos terribles momentos de dolor cuando Mei se deshacía en llanto mientras sus dedos rasgaban las cuerdas del instrumento hasta sangrar.  Su padre siempre la observaba desde la ventana de su habitación, impasible y resuelto a encontrar un hombre digno de su hija.

Después de 28 días, la luna llena iluminaba a Mei que había dejado de ir al castillo y continuaba en el risco, sin comer y sin dormir, lamentando la muerte de su amado. La luna se reflejaba hermosa en el agua tranquila del mar, cuando una leve ondulación alteró la tranquilidad de la superficie marítima hasta convertirse en fuertes olas que daban al océano la impresión de estar en ebullición. Mei no pudo creer lo que veía cuando un enorme dragón rojo emergió del mar. La princesa dudó al principio, pero después la certeza la golpeó de lleno y dejó de tocar. “Ryuu, ¿eres tú?” – dijo la afligida chica.

-¡Mei, ni el océano ni la muerte ni el egoísmo de tu padre podrán deshacer nuestro amor, hemos nacido para estar juntos en el inmenso mar! – dijo el enorme dragón.

- ¿Cómo podré habitar contigo, amado mío, entre las aguas? – dijo la princesa.

- Mei, no te ates a tu efímera naturaleza terrenal, obsérvalo todo con ojos espirituales y date cuenta de tu verdadera naturaleza – dijo el dragón.

La doncella sintió que sus ojos se abrían, se miró a sí misma y se sorprendió al ver que sus piernas, que antes estaban empapadas en lágrimas, se habían convertido en una enorme cola de pez. Mei ahora era una bellísima sirena y dueña de los mares. La chica brincó del risco y se abrazó del cuerpo del dragón su amado. El rey y los criados los vieron volar por los cielos a la luz de la luna y sumergirse en el océano para ya jamás regresar. A la orilla del risco solamente quedó el shamisen de Mei, que ha pasado por generaciones de doncellas bendecidas por los dioses, como una señal de larga vida y amor inmortal.

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⏰ Última actualización: Sep 18, 2014 ⏰

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