Capítulo 4

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Era el segundo cambio de ropa que me probaba, no estaba segura de cómo debía vestir.

—Con un demonio, parezco una de esas idiotas cabezas huecas —murmuré al ver mi reflejo en el espejo, definitivamente los vestidos delicados y el color rosa no eran lo mío—. No debí hacerle caso.

Me desvestí tan rápido como pude y fui en busca de mis clásicos pantalones de mezclillas gastados y una camiseta blanca. Estaba terminando de doblar las mangas de la camisa color verde oliva que llevaba desabrochada sobre la camiseta, cuando escuché los suaves toques en la puerta. Mi madre entró sin esperar respuesta, todo el maldito día estuvo curiosamente entusiasmada y no comprendía el por qué, incluso me había levantado el castigo y dado “permiso” para tener una cita con Damián, como si estuviéramos en el condenado siglo diecinueve.

—Tienes que apresurarte, Damián llegará en cualquier momento —me recorrió de pies a cabeza con la mirada— ¿Estás segura de ir vestida así?

Esa fue la gota que rebasó el vaso y llevó mi mal humor al límite.

—Ok. No sé de que va toda esta mierda, pero tienes que explicarme —me crucé de brazos y la observé a través del reflejo.
—No entiendo de lo que hablas —se inclinó para recoger la ropa que había arrojado al piso—. Me gusta este ¿Por qué no te lo pruebas una vez más? —extendió con ambas manos el espantoso vestido que me acababa de quitar.

—Ni una mierda y deja de hacerte la tonta —me giré para enfrentarla, mientras ella se sentó en mi cama y comenzó a doblar las prendas—. En serio mamá, estas actuando como esas viejas casamenteras y no entiendo ¿Por qué lo haces?

—Jajajaja. Por favor, Nicky. ¿Qué cosas dices? —sacudió su mano delante del rostro, quitándole importancia a lo que había dicho.

—Ya te dije que eres muy mala actriz.

Me coloqué las zapatillas negras, eran mis favoritas y volteé para observarme en el espejo una vez más, suspiré resignada y peiné mis cabellos con los dedos.

“Es lo mejor que puedo hacer”

Nunca tuve ni una pizca de gracilidad ni fui femenina, pero se supuse que mi vestimenta no importaría si tan solo saldría a matar el tiempo con un ¿conocido? Bueno, no podía llamarlo amigo ya que no teníamos ese tipo de confianza y tampoco la deseaba.

—Te ves muy… tú —habló mi madre mientras arreglaba el cuello de mi camisa por detrás.
—¿No se supone que debe ser así?

Se escuchó el sonar de un claxon y mi madre salió corriendo como quinceañera enfebrecida para abrir la puerta, evitando así responderme.

“Ok. Definitivamente hay algo que me está ocultando”.

Me propuse salir de la casa con mucha tranquilidad, quería tomarme mi tiempo para tranquilizarme, si tan sólo con pensar en Damián me ponía caliente no quería imaginar como reaccionaría mi cuerpo cuando lo viera. No tardé mucho en descubrirlo, apenas atravesé la puerta lo tuve frente a mis ojos e inevitablemente los latidos de mi corazón comenzaron a acelerarse.

“¿Cómo diablo se puede ser tan sexy?”.

Sentí como el aire escaseaba cada vez más a medida que recorría su perfecto cuerpo con la mirada, estaba apoyado contra la camioneta de su padre con las piernas cruzadas y las manos en los bolsillos de unos ceñidos pantalones y conversaba alegremente con mi madre de quién sabe qué diablos. Al verme se irguió sonriendo, acomodando un mechón de su plateada cabellera.

Me quedé inmóvil cuando se acercó y me abrazó por la cintura para depositar un beso en mi mejilla.

—Hola, princesa —me observó por completo sin soltarme—. Te ves muy apetecible.

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