2. ¡NO TIENES QUE SER UN IDIOTA!

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Al despertar la mañana siguiente me arrastro a la ducha para despabilarme por completo. Levantarme temprano sin duda es lo que menos extrañé de la escuela.

Luego del baño voy hacia el armario y me lo quedo viendo totalmente en blanco. En el momento en que mi madre conspiró con mis tres mejores amigas y decidieron desechar mi antiguo guardarropa para remplazarlo por completo, supe que debía temer. Empiezo a entrar en pánico cuando no veo por ningún lado mis sudaderas, pero suspiro de alivio al encontrarlas en una caja con la etiqueta de: usar solo en caso de apocalipsis zombi. Al menos no se deshicieron de todo, también veo mis converse y jeans favoritos.

Tomo los pantalones por un momento, —Oh, fiel y cómodo jean, has cumplido tu función: protegerme del frio y de los imbéciles acosadores callejeros—, antes de devolverlos a su lugar con un suspiro. Pasando las perchas de vestidos de verano y faldas, agarro otro par de pantalones, porque si de algo estoy segura es que no pienso congelarme el trasero por la moda. Combino la parte inferior con un top de color azul marino y una chaqueta de jean desgastado. Voy por los zapatos decidiéndome por unas botas de color marrón con un poco de tacón.

Ta-da... estoy lista.

Suena un golpe en la puerta y miro hacia ella.

Mamá se asoma un poco e inspecciona mi atuendo, dándome un repaso de pies a cabeza.

—Te ves linda, cariño. Pero te falta por arreglar el cabello y maquillaje.

Me guiña el ojo antes de irse.

Mi cabello es un caso perdido. Deshago el moño desordenado y lo peino con mis dedos, aplicando un poco de espuma en mis rizos, dejándolos ser. En cuanto al maquillaje, rizo mis pestañas y aplico un poco de brillo rosa en los labios.

Si esto no es poner esfuerzo en mi imagen, no sé lo que es.

Miro por dos segundos más el espejo antes de bajar a desayunar, y una vez que tomo asiento, ataco mis huevos con tocino sin piedad, ganando una mirada de reproche/diversión de mamá.

—Date prisa, ¿vale? Voy a encender el coche —dice, dejando su café sin terminar sobre la mesa.

Trago el resto del zumo de naranja, antes de tomar mi mochila y libros y salir disparada por la puerta principal hasta el asiento de copiloto. Vamos con bastante naturalidad hasta que frena de golpe, y de no ser por el cinturón de seguridad que siempre insiste que me ponga, estoy segura que llevaría un chichón de accesorio a mi primer día de clases.

—Buenos días, Dave —Saluda ella al fastidioso vecino, quien devuelve el saludo con una sonrisa educada. Buff. — ¿Vas andado hoy a la escuela? —Le pregunta mamá. Sé muy bien lo que viene a continuación; un viaje en autobús no se compara con uno en auto. Y apuesto todos los millones que no tengo a que está a punto de decir: —Ven con nosotras, se te hará tarde si vas caminando.

Se los dije.

Por favor di que no. Por favor... —imploro desde mi mente—, pero como el universo me odia y mis poderes telepáticos están defectuosos, para mi desgracia Dave solo asiente y da las gracias antes de subir al auto.

Genial.

Volvemos a poner el auto en marcha y mamá habla con el asesino de coches para llenar el silencio.

— ¿Tu auto sigue en el taller de Billy? —Lo observa asentir por el retrovisor. —Pasaré por allí más tarde y veré que todo esté en orden con ambos coches.

—Cuando me den mi paga le devolveré lo que haya gastado por los daños a su auto, señora Ryan —asegura Dave, y así es como compruebo que lo hizo a propósito.

I Hate Loving You©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora