Capítulo 23: el coco que sabía esconderse

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Cuando las cámaras dejaron de grabar salí corriendo de plató. Sentí como algo ardía en mi interior, muy cerca de mi pecho. Era la primera vez en todo lo que llevaba del programa que sentía las lágrimas gritando en mis ojos. La impotencia, indignación y tristeza me abrazaban tan fuerte que me pregunté cómo había llegado hasta este punto. Es decir, sabía que Axel me gustaba lo suficiente para aguantar todos los comentarios de los ganchos, de los asesores del amor e incluso de las burlas de mis rivales. También sabía que una parte de mí, nunca podría olvidar a ese niño que una vez me ayudó.

 Pero jamás pensé que podría llegar a sentir esto por alguien.

 Nadie debería de pasar por esto.

 Es horrible.

No me cambié. Cogí mis cosas y salí de incógnito por los pasillos hasta llegar a la calle con cuidado que nadie que me conociera pudiera detenerme. No necesitaba a alguien que me diera consuelo o que se compadeciera de mí. Solo necesitaba desaparecer de ahí. La idea de que Axel no confiase en mí estaba consiguiendo sentirme mal, preguntarme qué narices había hecho para merecerlo. Es decir, si fuera Melanie que apenas interactúa en el programa o Andrea que parece siempre estar enfadada a pesar de tener cara de niña buena, lo entiendo. ¿Pero yo? ¿Qué narices le había hecho para crear esa desconfianza?

Una parte de mi gritaba que dejase de pensar eso, que seguro que había una explicación para todo esto. Al igual que hubo una explicación de por qué el pequeño Axel me ayudó a recuperar mi mochila -ya que él había sufrido algunos bullings de algunos colegios en los que había estado- o también cuando Jairo me dijo que Axel le había enviado para vigilarme, cuando en realidad había ido a controlar a Leo y que no intentase nada conmigo.

Cuando el taxi me dejó en el portal del bloque de pisos de Max, mi corazón se puso en un puño. Tenía que contarle que su nombre había salido en plató otra vez y que me habían acusado de estar liada con él. Sabía que eso enfadaría a mi amigo, pero mucho peor sería si se enterase al día siguiente cuando viera el programa. O cuando alguna fan le preguntase "¿Eres el novio secreto de Carolina?"

Definitivamente, tenía que hablar con él.

Subí las escaleras y piqué al timbre. Escuché los pasos de Max acercándose a la puerta. Esperé a un chico con gafas de pasta, rizos desordenados y la ropa cómoda que llevaba siempre para estar por casa. Estaba en lo cierto, pero en su rostro iba incluido una sonrisa reservada. Fue entonces cuando recordé la estúpida discusión que habíamos tenido por la mañana.

-Hola, Carol.

-Hola.- Murmuré y él me dejó pasar al interior de su piso. Me dirigí hacía su cuarto y dejé mi bolsa en el suelo. Busqué algo de ropa cómoda que ponerme: unos shorts y una camiseta de tirantes con el logo del grupo de rock de Los Ramones.

-Sigues enfadada.- Afirmó Max, pero yo negué con mi cabeza.- Me duele a rabiar el dedo gordo de mi pie derecho, así que no mientas.

-Max, escucha...

-No, por favor.- Dijo él.- Déjame hablar.- Hice un silencio y el prosiguió.- Oye, tenías razón y te pido perdón. Me comprometí en ayudarte porque eres mi amiga y te he fallado, pero te prometo que no va a volver a pasar nunca más.

-No tienes por qué disculparte.- Aclaré.- Fui yo quién reaccionó de una forma infantil. No solo eres mi estilista, también tienes una vida que vivir y yo... me enfadé por ello. Por qué yo también quiero volver a darle una rutina a mi vida, salir una noche con un chico que me pirre y volver al amanecer a mi casa, con mi madre acosándome a preguntas sobre el tamaño del pene del chico.

-Si llego a saber que esta iba a ser tu reacción me hubiera evitado todo esto.- Max me hizo un gesto con su mano, indicándome que le siguiera.

Obedecí y le seguí hasta que llegamos a la cocina. La verdad que esa sala no era muy grande. En la parte derecha estaba todo lo que eran los fogones, la nevera y la encimera con sus armarios y lavavajillas. En la parte izquierda se encontraba una mesa circular con tres sillas colocadas siempre en el mismo lugar. La mesa estaba cubierta por un mantel y había dos platos vacíos, una botella de vino sin estrenar y una cacerola en la parte central de la mesa. Max abrió la tapa y cuando me acerqué un olor a pollo, cebolla y espinacas recubrió mi olfato.

El diario de una pretendientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora