Regreso sin retorno

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Nuevamente estoy pisando tierras españolas, la calidad en la que se envuelve mi cuerpo me informa que estamos en pleno verano.

- Bienvenida, general. - un soldado en la puerta del aeropuerto me saluda, no hago más que un vago gesto como respuesta y sigo caminando.

No puedo quejarme de la guerra, no me tocó más que matar y torturar, ver cómo toda la sangre a mi alrededor en la sala de confesiones aterrorizaba a mi informante y siguiente víctima. "Jamás puedes dejar suelto a tu enemigo", es nuestra regla de oro a pesar de que te brinden la información a la primera.

Freno mi paso al encontrarme a unos metros del coronel Morrison. Por un momento puedo imaginarlo de niño, un chiquillo de cabello rubio ondulado con una sonrisa radiante y muchas ganas de vivir. A su lado se encuentra un hombre de unos 30 años sujetándole la mano. La sonrisa del pequeño se ve reflejado en el hombre, sin embargo, su melena es de color negro, lacio, ni muy corto ni muy largo.

- Hola, amor. - su paso se frena al encontrarse adelante mío, ¿es a mí a quien se está dirigiendo? - el pelo de Ezequiel cada día se parece más al tuyo.

Cierro los ojos con fuerza, "el sueño me está haciendo malas jugadas", es lo único que pienso.
Al abrirlos vuelvo a la realidad, pero el coronel no está más, en su lugar, un médico se encuentra conmigo, hablándome, pero no logro entender lo que dice, nada de lo que sale de su boca llega a mis oídos, aún así, me encargo de asentir en todo momento.
Otra vez el coronel Morrison se presenta y comienza a llevarme con él.
Al salir del aeropuerto, el cielo oscuro ocupa el cielo, ya es de noche. No hay persona alguna en la calle, apenas unos coches viejos viajan por la carretera. De un momento a otro, una brisa fría comienza a soplar las calles y golpea mi cuerpo, mis manos comienzan a enfriarse, por lo que decido frotarlas una con la otra. Cuando las observo, puedo ver qué se encuentran maniatadas, como si me encontrara encerrada. Otra vez, la realidad desaparece. En un intento de volver a mis cabales, corro como si mi vida se basara en ello, en eso, me encuentro con un grupo de jóvenes alrededor de un cuerpo. Estos están vestidos con ropa de época, lo que me lleva a pensar que están rodando una película, pero nada de eso es verdad, uno se percata de mi presencia y desenfunda un arma y como si de dominó se tratase, todos copian su acto. Entonces, desenfundo la mía y disparo. La bala desaparece en el aire cuando un cuerpo me envuelve con fuerza e intenta frenar mis movimientos. Una camisa blanca comienza a cubrirme el torso, por un momento creo perderme. Un lugar parecido a un hospital aparece en mi campo de visión, el mismo doctor de ojos azules comienza a acercarse, pareciera analizarme. Personas en mi mismo estado divagan de un lado a otro, como si fueran cuerpos sin vida. Un olor nauseabundo se adueña de mis fosas nasales y los cuerpos que dejé sin vida aparecen en mi mente.

-¡No otra vez! - grito con todas mis fuerzas y es así como vuelvo a la realidad.
El pequeño Morrison aparece y me llena de felicidad, su padre, mi marido, besa tiernamente mi mejilla. Me siento completa, como si el dolor de mi vida hubiera desaparecido.

- Hija, mi amor. - mi madre, esa voz es de ella, pero no logro ver donde está.

- La hemos perdido. - esta vez habla mi padre.

Quiero gritar, "no me perdieron, estoy aquí, sana y salva", intento decir, pero nada sale de mi garganta, en cambios, las lágrimas comienzan a salir y no puedo pararlas.

- Te amo, hermana. - ese es Nick, mi querido Nicky.

- Yo también, pequeño. - logro decir.

Las lágrimas de mis familiares brotan de repente, ¿por qué lloran? No lo entiendo, si nada malo sucede, soy feliz, tengo una familia, mi mayor sueño es realidad, entonces, ¿por qué están mal?
Cómo si alguien quisiera responderme, me encuentro nuevamente en aquel hospital. Los rostros de mis padres y mi hermano acaparan mi campo de visión, lucho contra las lágrimas.

- ¿Dónde estoy? - pregunto con un nudo en la garganta.

- En el manicomio. - responde el doctor.

"No, eso es una farsa". Meneo mi cabeza en un intento de volver a la realidad y lo consigo, soy feliz otra vez.

En el pasar de mi vida, puedo ver a mis padres y a mi hermano en una mentira dolorosa, pero por fortuna, siempre logro volver a la hermosa realidad.

Carta de Maya Stevens
General que falleció en el
manicomio después de la guerra.

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