EL EXTRAÑO.

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Al regresar a la pequeña cabaña pude advertir señales de que hubo hace minutos una pelea, yo había salido a recargar los bidones de agua potable para tener suficiente para pasar el fin de semana completo, tal como lo planeamos mi esposa Amanda y mi hijo Carlos. Al ver todo aquello tan revuelto entré en desespero.

Estaba desorientado buscando con mi vista alguna explicación, todo lucía extraño y escalofriante, paso a paso me fui acercando con temor de toparme con una escena desagradable, y, eso fue lo que acabó sucediendo.

Esta cabaña la alquilamos hace dos días, un vecino nuestro amablemente nos la ofreció por un "módico" precio, módico, según Amanda, para mí fue algo caro, pero no podía rechazar esta oportunidad, Carlos empezaba sus vacaciones de julio y mi esposa quería alejarse por un instante de la contaminación acústica de los vehículos a motor que desfilaban la ciudad, y yo, por mi parte, sabía que era el momento perfecto para una excursión familiar, la idea me emocionaba. Esa es más o menos una escueta y rápida explicación para que comprendan como fue que llegamos a este maldito lugar. Prosigo...

La cabaña como dije antes era medianamente pequeña, desde la puerta principal se podía observar completamente su interior con solo barrer la vista de izquierda a derecha, desde esa posición se podía ver todo, y asá pasó... vi todo.

Me quedé inmóvil, una mezcla de miedo y conmoción se apoderó de mí.

En el comedor de madera, sin ropa interior y con un agujero en la frente del tamaño de una pelota de beisbol reposaba el cuerpo de mi esposa Amanda, cerca del cadáver se hallaba tirado mi Winchester 21, la caja de municiones pisada y vacía. Había también diversos agujeros de tiros en la pares, once para ser exactos. De su cráneo emanaba muy lentamente una masa púrpura algo gelatinosa, parecía como si un escarabajo la estuviese empujando desde adentro.

Amanda también tenía profundas marcas de rasguños en su cuello y el resto del cuerpo tatuado por incontables moretones producto seguramente del forcejeo y enfrentamiento con su asesino.

Si a ella fueron capaces de hacerle eso, me negaba a imaginar lo que le prepararon a mi hijo.

A simple vista no veía rastros de Carlos por ningún lado, pero el sonido de una respiración pesada provenía del primer y único cuarto. Avancé poco a poco evitando alterar la escena y por miedo a involucrarme -de una u otra manera- con lo que pudiera servir de evidencias contra mí.

Fui extremadamente precavido; comencé a sudar a cada paso como si estuviera caminando hacia un horno industrial, recién caí en cuenta de lo fuerte que soplaba el viento, afuera los arboles crujían con rudeza.

El recorrido se me hizo eterno aunque la distancia desde la puerta principal a la del cuarto era como mucho poco más de dos metros y medio, supongo que me dió esa impresión de lejanía porque una gran parte de mi quería huir y la otra quería ver a su hijo. Siento que pude haber hecho mucho más pero mi cuerpo no respondía con normalidad, sentía como si estuviese en medio de un sueño perturbador, quería convencerme de que así lo era.

Al fin llegué a la puerta, el sonido de la respiración se había intensificado. Quería pensar que Carlos escapó despavorido hacia el interior del bosque al ver a su madre combatiendo con su asesino, y que esa maldita respiración áspera y pesada provenía de la garganta destrozada de este, que sollozaba en un rincón malherido. Pero no tuve tanta suerte, les cuento lo que vi.

Carlos estaba suspendido en el aire por dos alambres que iban desde sus tetillas hasta el techo; su cuello tenía un corte limpio, si el corte hubiese sido tres centímetros más profundo hubiese quedado decapitado; me quedé perplejo, aún seguía oyendo aquella extraña respiración, la cabeza de mi hijo guindaba casi sin sostenerse de la piel del cuello, no podía ser él quien respirase así.

Debajo de él, un alicate y seis blancos dientes navegaban en un chanco de sangre oscura, y se hacía más grande con los chorritos que seguía emanando el cadáver. A mi hijo le faltaban sus dos ojos, en su lugar, un enjambre de moscas colonizó sus cuencas, la habitación olía a pura mierda.

Solo un enfermo mental pudo realizar tal aberración.

Tal vez se pregunten por qué razón me hallaba yo tan calmado después de encontrar en esta situación a mi esposa e hijo, y les respondo.

Simplemente me creí estar soñando, prestaba atención a los mínimos detalles recogiendo las experiencias del suceso. Absorto veía cada objeto y cada mancha de sangre con escrutinio.

Salí de la habitación tambaleando, por poco me resbalo y caigo sobre algunos de esos charcos púrpuras que minaban el suelo, me compuse como pude y alcance una silla. Todavía seguía revisando el lugar con detenimiento sin moverme de mi asiento. En ese momento fue cuando de golpe por fin obtuvo las respuestas correctas.

El fuerte sonido chirriante de las ventanas al ser azotadas por el viento me sacó de mi embeleso y después de tanta paranoia pude respirar tranquilo. Pensé que alguien había entrado a la cabaña en mi ausencia, pero no, todo estaba tal cual como lo dejé.

El extrañoWhere stories live. Discover now