Capitulo VIII

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—¿Qué están haciendo?

—Nada. —Terry tomó a Candy del brazo y quiso que se diera la vuelta. Ella se resistió.

—Está claro que están haciendo algo. —Examinó la escultura. —El hombre debía ser un hermano gemelo de la estatua con la que se había topado. Tenía las manos sobre los hombros de una mujer y la cara contorsionada, al parecer de dolor. No era de extrañar. La mujer, de rodillas, tenía la boca en la punta de su hinchada, ¡oh!...

—¿Lo está mordiendo?

—No, —no le está mordiendo. La voz de Terry era rara, como si se estuviera ahogando.

Candy levantó la mirada hacia él. Tenía las mejillas coloradas y las orejas rojas. No quería verlo los ojos.

—¿Cómo lo sabes? Parece que le duele.

—No le duele.

—¿Estás seguro? —Candy volvió a examinar la obra de arte.

—Por el amor de Dios, Candy, es sólo una estatua. Una estatua obscena y de mal
gusto. —Deberían arrastrar a Arthur con caballos hasta descuartizarlo por dejar que lo vieras.

—Esta no la había visto. —Si no era de dolor, ¿por qué era?

Terry puso cata rara y arrugó la frente. —¿Hay otras?

—Por lo menos una. —Por eso no quería que entraras aquí. —Pero esta estatua es
mucho más interesante que la que vi con Arthur.

—No es interesante.

—Yo creo que sí lo es. —Nunca me he encontrado con una obra de arte como ésta.
Candy pensaba en la vuelta que había dado por el jardín esa tarde. Pensándolo bien, a lo mejor sí—. ¿ Crees que los jardineros de los Kellys se inspiran en estas estatuas? Tengo que decir que la piedra es un medio mejor que la flora.

—¡Candy! —Terry la sujetó con fuerza de los hombros e hizo que se girara hacia el camino principal—. Nos vamos ahora mismo. —Lamento no haber captado la indirecta al principio y no habernos quedado en la puerta. ¿Por qué no me dijiste simplemente que era poco aconsejable aventurarse en el follaje?.

—Dudo que me hubieras escuchado. —Estabas muy decidido, por si no lo recuerdas.

Los pensamientos de Candy vagaban por su otra excursión entre el follaje. Había disfrutado totalmente de aquella actividad, antes del desagradable final, naturalmente.
Frenó el paso.

Claire le había dicho que evitara cualquier conversación íntima con Terry, pero esta vez no había tenido elección, y dudaba muy a su pesar que le interesaría otro hombre que no fuera Terry.

El plan de Beatrice era más temible.—¿Conseguiría que Terry se embelesara con ella si le daba algunos besos, algunas caricias? Era un sitio perfecto para enfrascarse en tales actividades. —Una vez lo le hubiera cautivado de forma apropiada, Terry se daría cuenta de que tenia que estar con ella. —Sería feliz. —Era cuestión de meterle esa idea en la cabezota.

Entonces, ¿dónde podría persuadirle para que repitiera los actos de esa tarde ? En el suelo no, estarían demasiado a la vista si a Arthur se le ocurriera volver. No obstante, había una gran variedad de lugares oscuros cerca, pequeños rincones enmarcados por árboles plantados y cubiertos por hojas. Con toda seguridad, ninguno de ellos estaría ocupado por obras de arte inapropiadas.

—Fíjate en esa encantadora flor, Terry.

—No me interesan las flores.

Había sido una suerte ir al invernadero con Arthur. —Estar junto a un hombre en carne y hueso en un lugar apartado tenía algo que hacía que se le aclararan las ideas y no cualquier hombre. —Pensar en estar contra el cuerpo de Terry, en besarle, le daba escalofríos.

Locura de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora