Capítulo 5

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Di una calada al cigarrillo que movía entre los dedos; retomé el mal hábito aquel lunes por la tarde, como una excusa para quitarme la frustración por actuar de forma estúpida e ir a la habitación de Damián a cuestionarle su ausencia a la hora del almuerzo. ¿Qué me llevó a tomar una decisión tan patética? Ni yo misma lo sabía. Al no encontrarlo decidí volver al día siguiente, pero mi plan se desvaneció cuando tuve la “suerte” de cruzarme con Seiya en el pasillo, de regreso a la biblioteca. Seiya Kou, parecía igualar mi edad; su largo cabello negro y sus ojos de color azules contrastaban con su piel blanca. El tipo no me hubiera caído mal si no fuera porque tenía un carácter demasiado alegre que me resultaba enfermizo y lo peor era que seguía a Darién como un perro faldero, estaba segura de que hasta haría algún truco si el idiota se lo hubiera pedido. Él fue quien me informó que mi supuesto enamorado estaría ausente por un par días, cuando pregunté por la razón de dicha ausencia se encogió de hombros y dijo que era cosa de Darién.

—Eso te hará daño —Mina me sacó de mis pensamientos dejándose caer sobre la banca.

Miré hacia abajo, ya que me encontraba sentada sobre el incómodo respaldo de madera y con suavidad golpeé su muslo con mi pie. 

—Es extraño que justamente quién me los compró me reclame —soplé el humo en su rostro—. Eso se llama doble moral ¿Sabes?

Ella disipó el humo abanicando con su mano y me observó frunciendo la nariz. 

—Entiendo tu punto, pero aun así no es bueno que reemplaces el almuerzo con ellos.

Negué con la cabeza y desvié la mirada hacia los estudiantes que pasaban de un lado para otro. De no haber sido por el tabaco hubiera matado a más de la mitad. La ansiedad y la furia que me invadían se estaban volviendo incontrolables, y el estar hambrienta la mayor parte del tiempo no ayuda en lo absoluto. Aunque no comprendía a que se debía la necesidad de sangre y carne, sí no llevaba ni una semana de haber cazado. 

—En serio, Nicky. ¿Qué ocurrió entre ustedes para que actúes así?

Minako insistió tanto en que le contará lo sucedido con el idiota de Damián que finalmente terminé optando por la opción más sencilla y le hablé sobre la cita que tuvimos, claro que omití los detalles vergonzosos. Y en esos momentos, nuevamente, me veía en la terrible encrucijada de largar absolutamente todo o callar y soportarla durante horas zumbando a mi alrededor para saber el porqué de mi actitud. 

—Vamos. Desde el lunes has estado extraña. Apenas pruebas bocado y fumas demasiado —apretó mi rodilla y me sonrió con pena—. Sabes que estoy aquí para lo que necesites.

—No tienes de qué preocuparte —sólo porque la consideraba mi amiga se salvaba de que la despedazara por mirarme de esa forma— ¿Es por qué no ha venido a clases? —insistió.

—No me gusta que me tomen por idiota, eso es todo —rasqué mi mejilla derecha, molesta. 

—Amiga, tienes que contármelo ¿Cómo se supone que te ayude si no confías en mí?

Suspiré y me dejé caer, deslizándome despacio por la madera hasta quedar sentada junto a ella. 

—Él dijo que me amaba… me pidió que le dé una oportunidad —arrojé la colilla del cigarrillo y busqué otro. Estaba a punto de encenderlo cuando Mina me lo arrebató de los labios, haciéndome enfadar—. Oye, no te pases.

—¿Y eso qué tiene de malo?

Me quitó el mechero de la mano, encendió el cigarrillo, le dio una calada y dejó caer su cabeza sobre mis piernas, mientras que extendía su mano hasta mis labios para que también fumara. Sí hubiera sido cualquier otra persona me habría resultado repugnante intercambiar saliva y gérmenes, pero Minako se había ganado un lugar especial en mi corazón y no me molestaba esas locas muestras de cercanía que tenía solo para mí.

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