—¿Qué sucede contigo? —se podía palpar la furia en la voz de Damián.
Sin embargo, no iba a dejar que me intimide. Soy más fuerte, rápida y letal que él, así que arqueé una ceja y me crucé de brazos inclinando un poco la cabeza hacia un costado; quería que entendiera que me importaba una mierda su exagerada reacción.
—¿Me hablas a mí? —fingí sorpresa.
—¿A quién más? —se paró a poco menos de treinta centímetros de donde estaba y me agarró de los brazos— ¿Por qué lo hiciste?
Su rostro reflejaba el dolor que se suponía estaba sintiendo, pero ni sus labios apretados ni sus ojos aguados lograban causar algún efecto en mí. No iba a permitir que se llevara el papel de víctima, toda esa porquería era solo el resultado de su absurdo juego.
—¿Hacer qué? No comprendo —el actuar se me daba de maravilla, pero en esa ocasión exageré de manera notable.
—Sabes bien a lo que me refiero.
—Aahhh... ya, sí —sonreí con falsa inocencia—. Estas enfadado porque Mina me metió su lengua hasta la garganta ¿o tal vez fui yo? —me llevé un dedo a la barbilla, pensativa—. Fue tan bueno que no puedo recordar.
—Nicky... ¿Por qué? —me soltó y retrocedió unos pasos— ¿Por qué? —volvió a preguntar con voz temblorosa.
—No lo sé —cambié la manera en que lo observaba, quería que sintiera todo mi desprecio con una sola mirada— ¿Por qué no se lo preguntamos a la puta siliconada que traías adherida?
Lo hice a un lado empujándolo con fuerza y comencé a caminar rumbo a la universidad. Logré dar unos pasos antes de que Damián me aprisionara en un abrazo desde atrás. Enterró su rostro en mi cuello y pude sentir como algo húmedo se deslizaba por mi piel trazando un camino hasta mi pecho; sabía que eran lágrimas, pero las ignoré. No podía darme el lujo de dudar.
—Déjame explicarte —murmuró contra mi piel, y me esforcé en reprimir el escalofrío que recorría mi columna.
Me deshice de su abrazo y me volteé, justo para ver a la zorra de Esmeralda acercarse y apoyarse contra su pecho y rodear su cintura con sus manos.
—Damián, cariño ¿Por qué me dejaste sola? —dijo con esa voz de niña mimada que me enervaba hasta el punto de querer destrozarle la garganta.
—Esmeralda, por favor.
Damián la apartó con amabilidad y no pude soportarlo más; presioné mis garras en las palmas de mis manos hasta hacerlas sangrar en un vano intento para que el dolor mitigara la opresión que invadía mi pecho y me quitaba la respiración.
—¿Qué tienes que explicar, Damián? —señalé a la descarada mujerzuela que seguía de pie entre nosotros—. La zorra —lo señalé a él—, el desgraciado —apunté a mi pecho— y la idiota... para mí todo está más que claro.
"Tenía que largarme ya".
Giré sobre mis pies y comencé a caminar apresurada, matar a una sola persona en el bosque era una cosa, pero dejar salir a la bestia cuando había tantos testigos sólo derivaría en una sangrienta masacre que no quería volver a repetir.
Antes de alejarme pude escuchar como Esmeralda le decía a Damián que iría a su cuarto esa noche, y como el imbécil solo emitía un gruñido en respuesta. Supuse que no quería que me diera por enterada.
"Bien, sí así lo quieres... esta noche saldré a jugar"
Una vez que llegué a los dormitorios me encontré con Minako, que me espera en las escaleras del edificio envuelta en un gran saco de hilo, de esos que usaban las ancianas, mientras fumaba como desquiciada. Apenas me vio salió corriendo y se lanzó a mis brazos para estrujarme con vigor.
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Instintos
RandomUna joven de diecinueve años, de cabellera dorada, con ojos celestes como el cielo de verano y una piel tan blanca como los pétalos de un jazmín camina por el campus con prisa para llegar a su primera clase. A simple vista puedes jurar que es una un...