Eran diferentes. Completamente distintos de los pies a la cabeza. Ella era intensa como si hubiese nacido para ser tormenta. Él, en cambio, era tranquilo como un día de nubes antes del temporal.
Eran tan distintos... pero conectaban de una manera sincera.
De vez en cuando explotaban como esas lluvias de verano donde al minuto sale el sol y se dibuja un arco iris que genera paz.
Eran opuestos que se complementaban como lo son el sol y la luna. Se necesitan mutuamente, a pesar de no coincidir en tiempo y espacio de forma constante, así como el día y la noche, que mueren para darle lugar al otro. Se conectan. Se conectan ahí... donde no se distinguen uno del otro. Los ves en el amanecer, en el atardecer, y si bien esos encuentros son solo momentos, saben que no están destinados a ser, que, sin importar que pase, sin importar la distancia cada determinado tiempo, se van a encontrar.
Eran diferentes. Completamente distintos de los pies a la cabeza... eran tan opuestos que se complementaban. Como lo hacen el sol y la luna, de una forma admirable cual eclipse.
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Heridas de un desamor
RomanceCartas nunca enviadas y lo que un sentimiento que ya no es mutuo dejó