NI ELLA, NI YO

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NARRA PIPER

Pedí en recepción que me dieran unos papeles, necesitaba yo misma hacerme unos esquemas, mientras Alex pensaba en soledad. No tenía ningún problema en dejarla sola, de hecho, la conocía lo suficiente como para saber que necesitaba eso para aclarar su mente.

No dejaba de darle vueltas al hecho de que alguien nos hubiese asaltado nada más salir del coche. Sin duda alguna, nos estaba esperando, sabía perfectamente los pasos a seguir. Y fue entonces, apuntando más garabatos que palabras, cuando caí. La única manera que tenían de saber dónde íbamos, era escuchando nuestra conversación. Y solo había un lugar en púbico dónde lo hubiéramos hablado: la comisaría. Entonces, no solo pensé en ese momento; sino en la lista que le había pedido a Memo. Si lo que pensaba era cierto, un policía podía acceder a esa lista, por lo tanto, tenían absolutamente a todos los homosexuales en el punto de mira.

Fue en ese momento cuando me levanté del sillón, dejando la mitad del café. Pero me encontré con Alex en la puerta de la cafetería.

- Me acaban de llamar, hay otras dos víctimas – me informó – Nos traen un coche patrulla en diez minutos.

- No – negué – Alquila otro normal – ella frunció el ceño – No he dejado de pensar en el encuentro, cómo era posible que alguien nos esperara nada más bajar; casi al mismo tiempo de nuestra llegada. Eso solo significa que sabían que íbamos, que nos vigilan – Alex asintió – Y en el único sitio donde hemos hablado de ello es la comisaria – susurré apartándonos del pasillo central – Creo que hay alguien metido en esto.

- ¿Un agente?

- Sí, y si no es así, ¿cómo consiguen saber quiénes son homosexuales y quiénes no? – su rostro se iluminó – Tiene sentido, ¿no?

- Mierda, tiene todo el sentido del mundo. Piper, eres un genio – me dio un beso en la frente – Voy a llamar a Jaime y que le pase a Memo la lista de los oficiales y que él coteje los que no estaban en activo a la hora del asesinato.

- Quizás sí estaban de servicio – me miró – Es la coartada perfecta, estar trabajando.

Pareció convencerle esa idea, porque llamó a Jaime para que le diera la lista completa. Aproveché para alquilar el coche que le había dicho. Negro, con las ventanas tintadas del mismo color y no pedí uno blindado porque no podríamos pagarlo, porque lo hubiera hecho. Además, pedí que nos lo trajeran al hotel por seguridad, algo que incrementó el precio.

- Piper – me giré para mirarla – Si sufrimos otro ataque, corre – me agarró las manos – No te preocupes por nada más, tú solo corre.

- ¿Estarías dispuesta a hacer lo mismo? – pero Alex solo me miró – Si me pegan un tiro y estoy viva, ¿me dejarías en la calle y correrías? – negó en seguida – Pues no me pidas eso, entonces.

Asintió resignada porque ella misma se dio cuenta que lo que me estaba pidiendo, era una locura. No lo iba a hacer, no podía correr como si ella estuviera bien; simplemente, no podía.

Las víctimas habían aparecido en el parking de un supermercado. Antes de llegar, ambas acordamos no comentar nada delante de nadie. En ese caso estábamos ella y yo, y nadie más. Ni siquiera el comisario. Dos mujeres de treinta y tres y treinta y nueve años, pareja de hecho. Esther Hortelano, había caído de bruces contra el maletero de su coche, con las rodillas en el suelo pero la cabeza en el maletero. Un gran charco de sangre empapaba la moqueta negra que tenía en su interior, incluso algunas bolsas de la compra habían dejado de ser blancas para teñirse de la roja sangre. Celia Santaella, tumbada en el suelo boca abajo y con dos bolsas en cada mano que habían caído de la misma manera que el cuerpo. Dos disparos en la cabeza a cada uno que fueron letales.

Mirada de PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora