Los que fueron y vinieron.

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—Y Juana...

—¿Sí? —pregunté con cierta inquietud. Estaba saliendo tarde una vez más del trabajo y como tanto me lo dice mi abuela 《las calles de Caracas son peligrosas a toda hora

—Cuídate.

—Siempre —le guiño un ojo antes de salir.

Me ajusto bien la chaqueta, guardando todas las cosas de valor en el fondo de mi bolso.

No soy una persona callejera. Salgo solo para estudiar en las mañanas y a trabajar todas las tardes.

Soy una persona más... conectada a las redes.

Caminé hasta la parada de autobús. Diría 《había una fila enorme》pero solo habíamos tres mujeres, esperando. Podía notar el nerviosismo y la tensión en sus rostros.

Mi teléfono empezó a sonar, así que lo saqué.

《Tía Marta》se leía en la pantalla.

Me alejé de la parada.

—Hija, ¿estás en casa? —Me di la vuelta, solo para ver como dos hombres que anteriormente no estaban ahí apuntaban con el cañón de sus armas.

Caminé tan rápido como pude con mi corazón palpitando por la adrenalina y el temor. Caminé hasta una esquina, y me giré. Pero solamente pude ver y escuchar armas ser disparadas y posteriormente a las mujeres desfalleciendo.

Unos segundos luego, escuché los pasos cada vez más cerca. La adrenalina y el temor no se comparaban a lo que ahora sentía: estaba aterrorizada.

Aterrorizada de perder mi vida.

Aterrorizada de no poder ver a mis seres queridos de nuevo.

¿Qué razón tenían aquellos hombres para matar a esas personas?

Ninguna razón, esa era la única respuesta.

Corrí, como si no hubiese un mañana. Pero los pasos nos se detenían e incluso se oían más cerca.

Me detuve en una esquina,  mis piernas no soportaban más.

Los pasos se habían detenido, más sin embargo, la opresión en mi pecho persistía.

Una mano me tapó la boca, mientras el rostro de su dueño se posiciona frente a mí.

—Uh, mira que hermosa niña me he encontrado por aquí... —su mano libre acariciando la parte interna de mi pierna.

Intenté morder, gritar, pero nada funcionaba, mis músculos no respondían. El miedo: eso que entra por tus venas y te paraliza. —No, no, no, ni intentes gritar cariño,  nadie va a poder escucharte.

Me arrastró hasta el fondo del callejón, con su mano tocando partes que nadie le había autorizado, robando un amor que no le pertenecía.

El resto deberán imaginárselo ustedes.

En esta historia no hay un valiente hombre que se atreva a enfrentar las garras del mal sólo para salvar una vida inocente.

En esta historia no hay un giro sorpresa para terminar en un final feliz.

Porque esta historia es real.

Juana se despierta una vez más, sin poder ver el sol salir,  o la luna brillando en lo alto.

Juana Pérez,  residente de Caracas, diecisiete años.

Fue encontrada entre la basura de la avenida Altamira por Flor Martínez de cuarenta y siete años, la joven fue encontrada después de un robo hacia su persona,  el presunto delincuente que logró escapar de la escena y está siendo buscado, disparó con un arma blanca hacia la frente de la joven, y pensando que la misma estaba muerta decidió dejar el cuerpo. Se presume que la joven se resistió al robo.

Lo que no sabía,  era que la bala en vez de atravesar su cráneo,  se había desviado afectando su nervio óptico. Rezaban los diarios. Pero el delincuente no estaba siendo buscado,

En aquel desafortunado encuentro ocurrido un año atrás, una persona le había robado todo su dinero, dignidad y por poco su vida, su supervivencia había tomado como rehén su visión.

Y nadie le había creído, todos creyeron que se había resistido a un robo.

Todo por ser inocente, por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Pero, a final de cuentas, alguien tuvo que decirle como era la vida al otro lado de la reja, si es que se asemeja a lo que nos han guiado a creer, aquellos que escriben antes de estirar los pies.

A un año de este incidente, el caso de Juana no ha sido resuelto.

Que tristeza que en todo este tiempo no hayamos podido avanzar.

Que el miedo sea la orden del día.

Y que los errores del ayer se manifiesten otra vez.

Y al final de la jornada, nadie más sabe la realidad. Sólo los que fueron y vivieron el terror en carne propia.

Se levanta cada mañana, ya no siente el temor. Sólo siente decepción. Si ha pasado por todo, y ya todo la marcó, para siempre.

Para siempre.

Los que fueronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora