Esa semana se estuvo repitiendo la dinámica del lunes, me hablabas y venías a verme a casa después de salir del trabajo. En cuestión de tres días pasamos de ser amigos de trabajo, a algo más. Todo sucedió muy rápido. Pasé de estar estática al otro lado del sofá a estar tumbada casi encima de ti. Muchas risas y muchas cosquillas la verdad. Echo de menos esa época, el flirteo prohibido, las ganas contenidas,...
El jueves llegó tan rápido que no me di cuenta apenas. Ese día me dijiste que no ibas a venir, que te ibas a por cena al McDonald's y te ibas a casa. A mí me apetecían dos cosas: que vinieras, y un McFlurry. Y te dije que me trajeras uno, e insistí. Insistí tanto que creí que me ibas a mandar a la mierda por pesada la verdad. En vez de eso, dijiste:
-Ahora, voy a ir a comerme la cena a tu casa, y no sólo no te voy a llevar el helado, sino que vas a tener que verme comer la cena.
Yo creí que estabas de broma, así que no me molesté ni en quitarme el pijama que llevaba (no vamos a engañarnos, eran unos pantalones excesivamente cortos y una camiseta de hombro caído que, sin sujetador, no daba mucho a la imaginación). Pasaron quince minutos de las ocho y escuché el timbre. Me asusté mucho (ya sabes que me aterrorizan) y, cuando me recompuse, cogí el telefonillo.
-Abre, soy yo. Vengo a cenar. Y a que sufras viéndome comer.
Me empecé a reír tanto que creí que me meaba encima.
Estaba a un lado del sofá, tapada con una manta, y tú sentado en el cheslong, comiendo y riéndote un poco de mí. Yo te intentaba mirar con cara de enfadada, pero no podía. A día de hoy, después de todo, me cuesta estar enfadada contigo la verdad. Cuando acabaste, dijiste que te ibas. Te lloriqueé un poco para que te quedaras un poco más conmigo. Y entre lloriqueo y risilla al final terminaste haciéndome cosquillas como todos los días, y yo pasandote una pluma cuando podía. No sé como, ni en qué momento, se empezó a calentar el ambiente. No nos vamos a engañar, el ambiente ya llevaba caldeado desde aquella historia de Instagram a la que me respondiste, y en las siguientes conversaciones. Sólo que esta vez estabas viendo mi reacción a ti. En vivo y en directo. Acabaste encima mío, y no sé tú, pero yo ya no podía más. Hasta el punto que, cuando te levantaste, me arropaste, y me dijiste que te ibas no pude callarme.
-¿Me vas a dejar así?
Oí cerrarse la puerta, y cuando creí que te habías ido, entraste en el salón, dejaste la mochila, te pusiste encima de mi, y me besaste el cuello. Yo estaba riéndome muchísimo, mezcla de la gracia que me hacía la situación y los nervios que tenía encima, porque realmente no sabía que iba a pasar. Tras pedirte entre risas que pararas un par de veces, te incorporaste. Pensé "se va". Y entonces me besaste. Lo que yo sentí en ese momento fue una mezcla de euforia, desenfreno, y sí, culpa. Me acuerdo que agarré tu cabeza como podía porque no quería que acabara nunca. Sabía que el bofetón de realidad que me iba a llevar cuando aquel beso acabara. Y así fue.
-No ha sido buena idea.- Dije. Y me respondiste:
-No te rayes, ha sido un beso de amigos.
Y te fuiste. Estuve cerca de 10 minutos en el sofá, sentada, viendo pasar vídeos en la televisión sin saber ni de quién eran. Después de eso, me metí a la ducha, me depile y llamé a la persona más sensata que conocía.
Después de 45 minutos de conversación por teléfono con Esther, en los cuales me dijo que eso había sido un error y que debía salvar mi relación con Carlos, casi me convenció de que había cometido un error. Ni ella, ni nadie, ni tan siquiera yo misma, me iba a poder convencer de que había sido un error.
Y obviamente lo fue.
Después de una hora evitando coger el móvil, por fin lo miré. Tenía cinco mensajes tuyos, diciéndome lo mismo. Y que creías que teníamos que darnos un poco de espacio para que pensara las cosas. Me diste tres opciones: hacerlo una vez y ya, seguir con nuestra vida; dejar a mi novio y ser libres de hacer y no hacer lo que quisiéramos; y la última (la cual debí escoger), dejar las cosas como estaban. Acepté el espacio, y lo intenté. Pero no pude.
Una semana más tarde rompí la relación más bonita que he tenido nunca, con sus altos y sus bajos, pero con una persona que me quería de verdad. Y yo a él. Nos queríamos, nos queremos y nos querremos mucho. Pero nunca he sentido, ni voy a sentir por él, lo que siento por ti. Jamás. Lo siento muchísimo porque él no se lo merece. Y la verdad es que tú tampoco.
El siguiente capítulo es un tanto agridulce, pero que guardo en mi mente con especial cariño. ¿Seguimos?
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Memorias De Un Cuarto Menguante.
RomanceCreía que íbamos a estar juntos siempre. No, no en el sentido de amor eterno, qué va. Así no hemos estado nunca. Simplemente creí que ibas a ser de esas personas que se cruzan en tu vida por casualidad y siguen en ella por placer. Pero, me equivocab...